Editorial

La inmigración en Europa y América, un drama por ahora sin salida


La inmigración se ha convertido en una tragedia tanto en el continente europeo como en el americano. Porque en definitiva tanto la hambruna de malos gobiernos como las guerras terminan siendo expulsoras de las familias de sus países hacia un destino que si bien visualizan como incierto, saben que será mejor que su presente.

El problema es que esta libertad de salir en busca de bienestar se topa con la realidad de otras naciones, que luchan con sus propios inconvenientes internos, de sus ciudadanos, y explícita o tácitamente, cierran sus fronteras. Es así que los migrantes terminan siendo  expulsados de sus países y rechazados en el resto.

Para los argentinos la temática es bastante particular, en principio porque somos -a diferencia de muchas otras naciones- un país nacido de la inmigración, de las grandes oleadas nacidas de la primera y segunda Gran Guerra. Nuestras fronteras fueron, entonces, siempre abiertas y hoy recibimos a extranjeros latinoamericanos, de regiones como Venezuela, sobre todo, donde se vive una democradura con un desabastecimiento de alimentos y medicamentos que solo puede darnos pena frente al dolor que atraviesan allí.

El problema, en la mayoría de los casos que vemos en Europa (Estados Unidos es un caso aparte que analizaremos sobre la base de un contexto muy distinto al del resto) es que, como sucede en Latinoamérica, hoy en día a los países no les sobra nada en materia de salud, de educación y de servicios como para absorber la enorme cantidad de migrantes que llegan a sus costas y fronteras, sea por el hambre de los países de Africa o por la durísima guerra en Oriente Medio. Los que llegan son verdaderos desesperados, pero los que resisten su ingreso tratan de cuidar lo que tienen.

La Unión Europea está más complicada que nunca sobre la cuestión de la inmigración; Italia se niega a recibir barcos humanitarios en sus puertos, porque no tienen los empleos y los servicios para soportar tanto ingreso. No olvidemos que el flujo ha sido permanente estos años al puerto de Nápoles. 

Lo que daría una solución quizá al problema migratorio es buscar salidas globales, donde todos los países desarrollados pongan un poco para que nadie se perjudique en demasía. Por el momento, los dirigentes de 16 países europeos fracasaron en Bruselas en su intento de suavizar sus diferencias antes de la próxima cumbre europea, el 28 y el 29 de esta semana. Hay naciones muy intransigentes y otras que se niegan a contribuir, pero no hacerlo tampoco los libra del problema, todo lo contrario. Por eso es necesario establecer acuerdos bilaterales y trilaterales que resuelvan, aunque sea muy parcialmente, la situación de toda la gente, los que llegan y los que ya están.

Porque son un bloque pero también son países, cada uno con sus particularidades, los miembros de la Unión Europea están enfrentados sobre las responsabilidades de cada uno en la forma de acoger tanto a esos miles de migrantes que intentan llegar al continente europeo. Incluso se han formado subgrupos, como el llamado Grupo de Visegrado (Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia), cuyos integrantes rechazan toda idea de solidaridad en este terreno.

El problema es que si como plantean algunos, se cierran totalmente las fronteras, terminará desapareciendo la Unión Europea como tal, ya que el acuerdo vigente desde 1999 que permite la libre circulación de personas y mercancías por 22 países de Europa y cuatro asociados.

Tampoco parece viable la creación de “centros cerrados” de migrantes en los países de llegada, porque remiten a una suerte de campos de concentración enfrentados con el pensamiento europeo, el respeto a la vida humana y los derechos humanos.

Esta problemática está sacando lo peor de los países receptores, pero también es entendible el temor que causa en naciones que viven equilibradas pero con lo justo en materia de territorio, empleo, vivienda, salud y educación, lo que la llegada de personas que se cuentan de a miles por día provoca en sus poblaciones. Por eso, las soluciones deben ser globales o cada país pondrá sus normas en un juego que terminará por ser peligroso.

En las actuales condiciones, es difícil imaginar cómo hará la Unión Europea para hallar respuestas consensuales antes de la cumbre del próximo fin de semana. Porque ya no alcanza que se planteen ayudas económicas a los países que reciben más migrantes, porque la realidad es que esos fondos luego no alcanzan para nada y la mayoría de los países ya no se engañan con esta cuestión.

El caso de Estados Unidos es distinto porque si bien recibir inmigración siempre implica menos empleo para los locales, la realidad es que hay mayores posibilidades territoriales y laborales en el país del norte, incluso toda una gama de puestos de trabajo que no son ocupados por los nativos y que históricamente han sido tomados por inmigrantes. Además, el sistema de salud no es público ni gratuito y quien llega sabe en qué condiciones lo hace. En general, los inmigrantes no tienen problemas de convivencia con los nativos, pero la postura del presidente Donald Trump  es de una xenofobia extrema que ha trasladado a ciertos sectores, no todos. Porque como Argentina, Estados Unidos tiene una historia de inmigración que hace que sea natural para el norteamericano el roce con personas de otras culturas. No obstante, que el primer mandatario encabece una lucha abierta contra los latinos no ha sido inocuo en la población. Ahora Trump sostiene que las personas que entran en forma ilegal a Estados Unidos deberían ser devueltas de inmediato a su lugar de origen, sin ningún proceso judicial. Enfrentado a reclamos públicos y presiones incluso desde el propio Partido Republicano, Trump cambió la semana última su muy controvertida política de separar en la frontera a los padres migrantes de sus hijos para que los adultos pudieran ser detenidos y enjuiciados, algo que por lo general tarda meses. Las imágenes de chicos llorando por sus padres en sectores que parecían jaulas le valió el repudio de propios y extraños. Una decisión espantosa desde todo punto de vista.

Trump no diferenció entre personas que entraron a Estados Unidos para buscar asilo y los inmigrantes ilegales. Las leyes estadounidenses de inmigración ofrecen ciertos derechos a los inmigrantes indocumentados arrestados por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. En la mayoría de los casos, se les permite una audiencia completa frente a un juez de migraciones antes de ser deportados. Para Trump es una pérdida de tiempo. Los líderes del Partido Republicano buscan asegurar los votos que se requieren para un nuevo proyecto de ley destinado a los inmigrantes tras haberle hecho pequeñas modificaciones que, esperan, lograrán el apoyo del ala moderada y del ala conservadora del partido. Quienes son menos viscerales y más razonables que Trump, también son pragmáticos y saben fehacientemente que Estados Unidos no es posible sin los inmigrantes: son ellos quienes ocupan una gama muy amplia de puestos de trabajos que ningún norteamericano aceptaría tomar, además que no alcanzarían.  Será porque alguien de su entorno le hizo ver este costado de la problemática que, en privado, el mandatario les dijo a los republicanos de la Cámara de Representantes que respaldaba su proyecto de ley.

El proyecto de ley permitiría que los inmigrantes que llegaron ilegalmente a Estados Unidos cuando eran chicos, conocidos como dreamers (soñadores), tengan la posibilidad de naturalizarse estadounidenses e impediría que las agencias gubernamentales separen a los niños inmigrantes de sus padres detenidos. Pero al mismo tiempo, financiaría también el muro de 25.000 millones de dólares que Trump tiene planeado construir en la frontera con México.

Lo que estamos viendo es casi el final de una película que empieza en los países de origen; allí es donde está el problema, porque expulsan a sus habitantes. Nadie quisiera dejar su terruño, sus afectos, su familia por un futuro incierto, indefenso y rodeado de otra cultura. Pero no les queda otra, en las más de las veces, los países que hoy afrontan las dificultades de recibirlos, tienen que ver con los problemas de origen. Tal vez si fuesen naciones más colaborativas con sus vecinos, cada uno se quedaría en su lugar.

Y en general, los países reunidos en la ONU, tendrían que procurar intervenciones previas y no posteriores, cuando llegan para asistir las crisis humanitarias ya desatadas.


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