Editorial

La lógica del triunfo peronista


De sur a norte, de este a oeste, a lo largo de todo el territorio del país (con las honrosas excepciones de Capital Federal y Córdoba) un grito rotundo de “No” a Macri se masificó imparable. El Frente de Todos fue la herramienta a través de la cual la mitad de la sociedad argentina expresó su disconformidad con el presidente de la Nación.

En los trazos gruesos de la elección no caben demasiadas explicaciones: el voto motivado por razones económicas  fue determinante. Más que económicas, de bolsillo. La economía incluye muchos más aspectos que no fueron parte de este voto masivo. Una importante mayoría social que en 2015 apoyó a Cambiemos y que en 2017 lo volvió a respaldar,  a partir de la crisis del año pasado y de la respuesta que tuvo el Gobierno para con ella, fue acumulando enojos que se terminaron consolidando en lo que parece haber sido un enorme voto bronca, muy superior a cualquier otro sentimiento negativo que se pueda haber tenido frente a cualquier gobierno anterior.

No es la primera vez que sucede, el voto bronca ha sido una constante en nuestro país. Es parte fundamental y fundacional de cada ciclo de nuestra economía pendular. Así es como hemos ido de un lado a otro pero siempre permaneciendo en el mismo meridiano en cuanto al crecimiento y al progreso. Y es por eso, por detenernos cada 10 años para recuperarnos de un ciclo colapsado, que todos los demás países de la región nos han aventajado enormemente.

La gente no le perdonó a Macri la desilusión que le produjo respecto de expectativas muy altas que fueron planteadas, pese a los leves indicios de estabilidad económica de los últimos dos meses. Es muy probable -habrá que verlo luego en el análisis pormenorizado del sufragio- que aparte del voto de los sectores más humildes, haya existido una inmensa rebelión de la clase media baja contra el Gobierno, esa que incluso hasta el segundo año de Macri llegaba aunque sea a duras penas hasta fin de mes, pero que a partir de abril de 2018 ya ni siquiera eso pudo lograr. Y se lo cobró a su Gobierno, haya sido este el causante único o no de la malaria reinante.

Poco más se puede decir cuando el voto en contra es tan pero tan contundente. Como en los tiempos finales de Alfonsín, la aguja se volcó en contra del Gobierno por la situación económica, aunque una y otra situación no sean comparables. Tampoco es la crisis actual comparable con la de la caída de De la Rúa, pero algo unifica a los tres momentos: que pese a salir derrotado del Gobierno, el peronismo -en cualquiera de sus acepciones- es a lo que recurren casi siempre las mayorías desilusionadas. Al fracaso de Luder en 1983 le siguió el triunfo de Menem en 1989. Al fracaso de Duhalde en 1999 lo siguió el mismo Duhalde después de la debacle delarruista y poco después comenzó el reinado kirchnerista, producto de una elección donde el peronismo se dividió en tres y aún así les ganó a todos los demás. Y ahora, al fracaso económico de Macri se le responde con el triunfo -otra vez- de la dama que perdió frente al mismo. Es como que la sociedad suele perdonar al peronismo con infinita más facilidad de lo que perdona a sus siempre variables opositores. Es como que el peronismo fuera la naturaleza de las cosas argentinas, pero de vez en cuando, frente a que las cosas no mejoran, la sociedad se tienta con cambiarlo por algo distinto. Aunque al poco tiempo le pide disculpas y lo elige de nuevo.

Por eso, de ahora en más lo que ha de importar no son las razones del fracaso macrista sino las razones del triunfo peronista. Históricamente, explicamos recién, este nuevo triunfo parece obedecer a una regla histórica más o menos continuada. Pero lo que no sabemos es de qué se trata esta versión que muy posiblemente en diciembre asuma la conducción de la Nación.

No cabe duda que es un experimento difícil de explicar, pero será imprescindible hacerlo porque en su primera intervención electoral, demostró ser por demás exitoso.

Salió de la mente de Cristina Fernández de Kirchner, quien en algún momento de este año supuso que con ella al frente, el triunfo sería más difícil. Entonces inventó un candidato a presidente de la nada. Un hombre importante durante la presidencia de Néstor Kirchner, una especie de consejero, operador político y mano derecha de alto nivel, pero que luego se peleó con la pareja presidencial. Y de Cristina en particular dijo durante una década todas las diatribas que de ella sostuvo su oposición más acérrima.  La calificó como “deplorable”.

Con todas estas contradicciones, el “movimiento” peronista ganó otra vez (arrasó, más bien) con un estilo que solo a él le sale: decir una cosa y la contraria, para de ese modo sumar a los que piensan una cosa y a los que piensan lo otro.

Hasta el momento, con ello le ha ido extraordinariamente bien. Pero detengámonos aquí porque ahora comienza otra historia, muy diferente a la que vivimos estos cuatro años. Esperemos que también sea diferente a la que vivimos antes de estos cuatro años.


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