Editorial

La pandemia y el dilema de repensar la escuela


La pandemia desatada por el Sars-CoV-2 está mostrando consecuencias profundas en la vida de toda la sociedad, pero sin dudas uno de los ámbitos más afectados ha sido el educativo. En su momento más álgido, el aislamiento dejó sin clases presenciales al 92 por ciento de los alumnos matriculados en instituciones del mundo, en una cifra que los contó por millones. Actualmente, varios países han comenzado a abrir cautelosamente sus colegios, adoptando protocolos estrictos. Sin embargo, la vuelta a la “presencialidad” que se alteró con la emergencia sanitaria es observada con cautela.

En Argentina el Gobierno se plantea el desafío de reabrir las aulas luego del receso invernal en aquellos lugares donde las condiciones sanitarias lo permitan. Y trabaja en un contexto muy de-sigual. Hay coincidencia en que no todos podrán regresar ni podrán hacerlo del modo conocido. La rutina escolar está llamada a modificarse. No es igual la situación del área metropolitana de Buenos Aires de la que exhibe el resto del país en términos de casuística de Covid-19. Pero en todas partes el panorama es incierto por el comportamiento mismo que va mostrando la pandemia. En cualquier caso, la urgencia es no resentir el proceso de enseñanza y aprendizaje y para eso recuperar la modalidad presencial aunque sea gradualmente en todos los lugares en los que resulte posible comienza a ser un imperativo.

Ahora bien, lo que en lo discursivo parece fácil de plantear, es de muy complejo desde el punto de vista de la implementación porque supone pensar una nueva escuela, adecuada a la “nueva normalidad”, lo que de por sí impone reformas profundas en la esencia de una institución estructurada y en algunos sentidos, conservadora.

Ya se ha anunciado la posibilidad de iniciar una apertura de las escuelas en zonas blancas, siempre que la evolución de la curva de contagios lo permita. Este retorno no será sencillo, además del uso de tapabocas, requerimientos de limpieza de los ambientes y el distanciamiento social que impondrán los protocolos para el uso de las aulas de las instituciones educativas de todos los niveles, la vuelta a clases deberá estar acompañada de un nuevo modo de pensar la educación que hará necesario mantener el formato virtual en simultáneo.  Más allá de los protocolos que han sido aprobados, y de las dificultades de implementación que los mismos conlleven, lo que subyace al debate es el panorama desigual del sistema educativo y las conocidas resistencias que el propio sistema ha tenido históricamente frente a determinados cambios. El sistema educativo argentino estaba sumido en una profunda crisis y las raíces de esta decadencia son muy anteriores a la pandemia. Lo que hizo el coronavirus fue agigantar algunas realidades y mostrar también los valiosos esfuerzos hechos para sortear la contingencia. El desafío que la pandemia ha significado y significa en materia educativa no termina con el regreso a las clases presenciales. Seguramente la realidad va a encontrar escenarios muy distintos en cada institución y seguirá exponiendo las desigualdades que ya existían en cuanto a la conectividad, a la capacitación para el uso de los recursos técnicos. Pero también convocará a la escuela a contener las secuelas de lo social, una tarea que no es nueva pero que cobrará relevancia prioritaria en la pospandemia.

Los saberes, capacidades y competencias de cada uno se han puesto en juego en esta situación tan excepcional, y lo que muchas veces no se quería ver, quedó expuesto con crudeza. La existencia de aulas heterogéneas afectadas por una profunda crisis económica y social y el imperativo en ese contexto de nivelar hacia arriba, constituirán dilemas con los que se encontrará lo educativo cuando las puertas de las aulas se abran. Casi con seguridad, como en otras crisis del país, la escuela terminará siendo la caja de resonancia de problemas urgentes. Lo que no debe suceder es que una vez más el debate educativo de fondo quede postergado. 

La realidad se impuso y en tiempos de confinamiento obligó a la escuela como institución a ponerse a la altura de las circunstancias. También mostró las dificultades y esfuerzos de la comunidad docente por adaptarse al entorno virtual, lo mismo que los alumnos que de por sí son en muchos casos nativos digitales y eso les otorgó una ventaja. Además incluyó como nunca a las familias. Todas estas cuestiones no deberán quedar atrás cuando la pandemia termine. Algunas cuestiones deberán ser tomadas como insumos y aprendizajes en una sociedad esquiva a profundizar la reflexión en materia educativa. 

La convivencia entre lo presencial y lo virtual será apenas un aspecto de la nueva normalidad. La tarea será construir una nueva escuela. Para que lo aprendido en tiempos de aislamiento sea el paso inicial de grandes transformaciones que empiecen a materializarse cuando por fin el confinamiento le haya dado lugar al distanciamiento social que como una paradoja esta vez acercará a docentes, alumnos y familias a la posibilidad de crear en torno a la escuela otra dinámica nutrida de cambios a los cuales muchas veces nos negábamos con férrea resistencia.


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