Editorial

La participación política en la era digital


En tiempos de tecnologías digitales e internet, las formas de participación política comienzan crecer, a potenciarse y a atravesar un proceso de renacimiento.

¿Cuánto ha cambiado la capacidad que tienen  los ciudadanos para participar políticamente a través de Internet y la telefonía móvil? ¿Es necesario pensar y repensar estos procesos en relación a las democracias a nivel global/regional?  En la era digital, ¿es posible pensar que solo existen gobiernos abiertos gracias a que también se construyen ciudadanías abiertas? Sí, es posible pensarlo. Incluso, bien puede afirmarse que es la participación política ciudadana la que favorece, permite y construye los gobiernos abiertos.

En “El Contrato Social”, probablemente su libro más famoso, el filósofo Jean-Jacques Rousseau se burlaba del sistema de representación política adoptado por los ingleses en el Siglo XVIII. Los ingleses -decía Rousseau- creen que son libres pero se equivocan: solamente son libres una vez cada cuatro años. Como Cenicienta a medianoche, el inglés se convierte en esclavo en el instante en que deposita su voto en la urna. Entre elección y elección, el inglés está absolutamente desempoderado.

Los sistemas representativos recorrieron un largo camino desde que Rousseau publicó su libro en 1762. Sin embargo, la representación nunca perdió su gusto amargo. Las palabras de Rousseau, sin dudas el padre de la democracia moderna, nos siguen “soplando la nuca” con una verdad incómoda: en los sistemas representativos, la igualdad encuentra un límite.

La representación divide a la ciudadanía en dos clases, representantes y representados, donde los últimos tienen un poder político intermitente mientras los primeros gozan de un poder constante. ¿Por qué aceptarla entonces? ¿Somos realmente libres una vez cada cuatro años, como creía Rousseau de los ingleses?

En los últimos años, la llegada de la tecnología digital abrió las puertas para repensar el modelo representativo que heredamos del Siglo XVIII. Quizás el caso más novedoso sea el del Movimiento 5 Estrellas en Italia, el partido que empezó como un movimiento de oposición y denuncia y terminó convirtiéndose en una de las fuerzas políticas más populares de la Italia contemporánea.

Sus socios fundadores, el comediante Beppe Grillo y el empresario Gianroberto Casaleggio, presentan una idea simple. Gracias a la llegada de la tecnología digital, dicen los fundadores, ya no sería necesario aceptar la desigualdad que la representación trae consigo. A través de la plataforma virtual del movimiento, llamada Rousseau, los fundadores invitan a todos los ciudadanos italianos a hacerse miembros, discutir y votar.

La propuesta es audaz, pero hasta ahora los resultados son más bien desalentadores. Si bien todos los usuarios tienen el poder formal de participar en todas las decisiones, son los líderes informales quienes deciden qué temas se van a someter a votación y cuándo.

Además, la elección se suele presentar en términos binarios, dando a los usuarios la opción de rechazar o aceptar la propuesta, pero no la capacidad de cambiar los términos del debate. En noviembre de 2014, por ejemplo, cuando Beppe Grillo decidió crear un directorio para darle más formalidad a los líderes que de todas formas estaban apareciendo, no permitió que se presenten distintos candidatos o que se voten distintas fórmulas. El comediante designó a cinco personas y sometió su decisión a votación: los usuarios podían decir que sí o que no, pero no podían cambiar nada. De esta manera, Grillo logró no solo crear el directorio que él quería, sino también darle un bálsamo de legitimidad a su decisión. La moraleja de la experiencia italiana es que, paradójicamente, la tecnología digital puede generar a la vez participación y desempoderamiento.

Por supuesto, el caso del Movimiento 5 Estrellas es solo un ejemplo de las múltiples formas en que las herramientas digitales se pueden incorporar al sistema político, e incluso el joven movimiento italiano podría atravesar giros inesperados. Así y todo, estudiarlo es importante porque nos recuerda que la tecnología digital, como toda herramienta nueva, es un arma de doble filo: dependiendo de cómo la usemos, la participación digital puede acortar o agrandar la brecha entre gobernantes y gobernados.


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