Editorial

La precariedad del valor de la vida y la falta de humanidad


El accidente en el que falleció una agente de tránsito del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en plena avenida del Libertador, además de causar estupor por las características despiadadas de la tragedia, develó algunas situaciones que hablan de la laxitud de ciertas normas y de las irregularidades en las que incurre el propio Estado al momento de contratar a su personal.

Los agentes de control de tránsito que resultaron víctimas de este hecho eran monotributistas, lo que significa que facturaban al Estado por un trabajo que realizaban en relación de dependencia dese hacía años. Lo que parece un dato menor frente a la magnitud de la tragedia, resulta de vital importancia en estas circunstancias porque ante la magnitud de una tragedia semejante muestra la vulnerabilidad a la que estos trabajadores estaban expuestos y la indefensión. La facturación por la prestación de servicios es una forma que tiene el empleador para encubrir la voluntad de no reconocer la relación laboral y de precarizar el empleo. Lo lamentable es que estos trabajadores hacía muchos años que estaban bajo este régimen sin que nadie se hiciera eco de un reclamo que era constante. Lamentablemente en el Estado nacional, provincial y en los estamentos municipales este tipo de precarización laboral es más común de lo que se supone y es así como se vulneran derechos esenciales. Y se predica con el mal ejemplo de aquello que se espera que el privado no haga.

A menudo, salvo en algunos sectores donde este reclamo es motivo de protestas, este tipo de relación contractual es tan habitual como invisibilizado. Poco se dice de estos trabajadores, hasta que sucede lo peor como en este caso, y queda al descubierto una trama de irregularidades y sin sentidos.

La situación laboral de los agentes de tránsito atropellados no es algo privativo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ocurre en muchos lugares. Aquí lo preocupante es que estos agentes estaban afectados a una tarea de alto riesgo que hubiera requerido que fuera realizada con todas las previsiones en materia de seguridad, porque los controles viales sueles ser evadidos con violencia. En esta ocasión lo que sucedió superó todos los límites. Quizás por eso puso tan al descubierto cuestiones que suelen pasar desapercibidas. Estos trabajadores precarizados no tenían acceso a cobertura de Aseguradoras de Riesgo de Trabajo ni estaban alcanzados con toda la protección que cabe a un empleado en relación de dependencia formal.  Tras la tragedia irrumpió la desprotección en toda su dimensión, incluso la de familias alcanzadas por este horror de consecuencias irreparables.

Por otro lado, lo que lo ocurrido señala es la laxitud de las normas. La persona que atropelló a los agentes vulneró todos los controles e infringió todas las normas que rigen en materia vial de modo despiadado, sin que nadie lo advirtiera previo a que ocurriera lo peor. También exhibió la brutalidad expresada en su máxima expresión por cuánto cuesta imaginar qué valores se juegan detrás de la decisión de alguien de abandonar a dos personas a las que atropelló argumentando que la huida fue producto del estado de “shock”.  Y frente a ello es legítimo preguntarse qué severidad tendrá la condena judicial y hasta qué punto será ejemplificadora para que esto que sucedió no siga pasando.

El país ostenta el triste privilegio de no respetar normas de tránsito y de tener altos índices de tragedias ocasionadas por irresponsabilidad vial. También, de manejar con irresponsabilidad relaciones de trabajo incluso desde el propio Estado. En Argentina hay quienes se vanaglorian de “otorgar protección” a determinados personajes y manejar la Justicia con un criterio de tan ambivalente como ineficaz la mayoría de las veces.

Lo que sucedió en la avenida del Libertador, en pleno corazón de la ciudad más importante del país, no ocurre solo en esa geografía ni es un hecho aislado. Los episodios de inseguridad vial por un lado y la precariedad de ciertas relaciones laborales por el otro, son caras de la realidad de todos los días. Cambiar esa imagen que devuelve el espejo de estas tragedias es hacer una fuerte autocrítica del modo en que se concibe el respeto mismo por la vida. Porque en una y otra esfera de las muchas que muestra este horror, lo que está en juego es la vida. Esta vez avasallada por la imprudencia y la falta de humanidad.


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