Editorial

La salud, en el lugar que debe estar


Desde que irrumpió la pandemia del coronavirus y su comportamiento comenzó a acercarse a esta geografía para volverse una amenaza cierta, de manera espontánea se generó un fenómeno social: los balcones y terrazas se conformaron en el único espacio privado que se trasladó a lo público para motivar una expresión: el aplauso dirigido a los trabajadores de salud que están trabajando en la “trinchera”, denominación que hoy recibe la primera línea de atención sanitaria que está dando batalla a un enemigo silencioso que diezma a las poblaciones a escala planetaria.

Los mismos trabajadores que hasta hace poco realizaban su tarea en el anonimato de una sociedad que no siempre les reconocía la función se transformaron en héroes con nombre y apellido, de esos que no discriminan si trabajan en un efector público o privado de la salud para cumplir con su servicio de cuidar a otros, a riesgo de poner en juego su propia vida y las de sus familias en esto que es definido por muchos de los principales líderes del mundo como “una guerra”.

Ellos reciben con gratitud el reconocimiento y recuerdan que por vocación y formación están entrenados para intervenir en estas emergencias y claman por el acompañamiento ciudadano en otra dimensión: le piden a la población que simplemente se quede en su casa, que evite transgredir las normas que han sido tomadas por estrictas razones sanitarias.

Los trabajadores y profesionales de la salud cumplen un rol central en esta pandemia. Están para cuidar a la sociedad, algunos para evitar que la gente se enferme, y otros para asistir a quienes se contagian. Lo hacen en condiciones sumamente vulnerables. Intervienen con su pericia en un sistema ya de por sí desbordado y solo necesitan que la curva de contagios se aplane para evitar que los servicios de asistencia colapsen.

Dando sus pasos iniciales en Argentina, lo que el coronavirus viene a mostrar es la fragilidad del sistema sanitario del país, su fragmentación y las desigualdades de acceso que tiene la propia población. Problemáticas estructurales que hasta antes de la emergencia nadie parecía visualizar como una cuestión urgente.

Hace mucho tiempo que los agentes del ámbito sanitario reclaman no solo por mejoras salariales sino por el establecimiento de condiciones laborales que puedan darse en condiciones dignas e igualitarias. Ahora en el contexto de la emergencia se anuncian compensaciones económicas adicionales que resultan oportunas. Se formalicen o no, el compromiso de los trabajadores de la salud está y estará. Eso no está en discusión, lo que queda latente y seguramente para cuando pase la emergencia, es ver en qué lugar de la escala de valores el país pone a sus médicos, enfermeras, auxiliares, y al sin número de personas de distintas profesiones vinculadas al servicio que están poniendo lo mejor de sí haciendo lo que saben hacer y haciéndolo bien para sostener a un sistema tan endeble como sensible.

La pandemia del Covid-19 puso bajo la lupa muchos aspectos del funcionamiento del sistema de salud y como sucede casi siempre en las emergencias, lo que se rescata como positivo, a pesar de la fragmentación y las diferencias que suelen marcar la agenda de lo cotidiano, es el rol vital que cumplen los trabajadores y profesionales de la salud que cuando se ensayan escenarios complejos e inciertos.

Mientras dura la contingencia, seguramente seguirán multiplicándose las expresiones merecidas de respaldo. Y serán el aliciente para sobrellevar largas jornadas y horas inciertas. Cuando pase ese aplauso deberá sostenerse y convertirse en acompañamiento colectivo.

Ojalá cuando pase la pandemia y todo haya terminado, la tarea que realizan los efectores sanitarios sea por fin jerarquizada y el aplauso sea acompañado de medidas que los pongan en el lugar de la sociedad en el que siempre debieron estar, por la labor que realizan. Solo así la salud recuperará en la comunidad el sitio que nunca debiera haber perdido y las políticas comenzarán a acompañar ese rol esencial. Solo así quedará atrás esa idea de que se trata de un sistema frágil que se sostiene la mayoría de las veces sobre la actitud voluntariosa de los actores que trabajan en la salud todos los días. Esta seguramente será tarea de los decisores de política, funcionarios que hoy les exigen a los agentes sanitarios el mayor compromiso. En ese momento, será también el tiempo en que la sociedad, habiendo aprendido la lección, deje de mirar para otro lado cuando sus médicos y enfermeras reclaman y advierten sobre la vulnerabilidad del sistema, y acompañen con una actitud cívica comprometida el pedido que hasta ahora los trabajadores de la salud hacían solos, mientras gran parte de la sociedad miraba para otro lado, aquejada por otras prioridades.


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