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El comportamiento de la pandemia de coronavirus en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el área metropolitana vive su tiempo decisivo. El crecimiento de los contagios por circulación comunitaria del virus aventura horas complejas. Sin embargo, esta no es la realidad de otras regiones del país, donde la diversidad de las situaciones epidemiológicas exige de la implementación de medidas con precisión quirúrgica.
Así, y con una fuerte dependencia del área central, mientras algunos distritos dirimen la posibilidad de retroceder a la Fase 1 del confinamiento obligatorio, otros comienzan a construir “la nueva normalidad”. El escenario evidencia claramente cómo el nuevo coronavirus se instaló para poner en jaque todas las dimensiones de la vida social, fundamentalmente aquellas que tienen que ver con el contacto entre las personas.
En este contexto, resulta oportuno volver al punto de partida, regresar sobre conceptos aprendidos desde que se inició esta emergencia sanitaria y poner el foco en el valor que tiene el autocuidado como la mejor herramienta de preservación de la salud personal y comunitaria.
Si bien Pergamino transita la anhelada Fase 5, que permitió pasar del aislamiento social al distanciamiento, y esto haría suponer la posibilidad de relajar algunos cuidados en la idea errónea de que lo peor no sucedió, es precisamente cuando habría que tomar mayores precauciones a título personal, porque ya no hace falta alejar demasiado la mirada para advertir el daño social que es capaz de causar esta enfermedad. Es curioso que en marzo, cuando se reportaban casos de a uno, las medidas de autocuidado (especialmente el lavado de manos) se cumplían de manera generalizada y a rajatabla. Y ahora, cuando los casos diarios se cuentan de a miles, no hay urgencia por el jabón y el alcohol en gel. ¿Será que nos cansamos de cuidarnos?
Resultaría costoso en muchos aspectos tener que retroceder. Quizás no se trata de aislar la ciudad, ni de exigir que haya un policía en cada esquina controlando el cumplimiento de medidas de prevención que han llegado para quedarse y deben internalizarse en la dinámica cotidiana del conjunto social.
Hoy más que nunca es tiempo de hacer lo que corresponde, acatando las medidas más elementales y a la vez las más sencillas, con una buena dosis de conciencia cívica y responsabilidad. Sin caer en la soberbia de considerar que Pergamino es un territorio privilegiado. Es más elemental mantener la distancia, evitar el contacto físico e interponer el barbijo que montar puestos de control en cada camino. ¿Por qué? Porque incluso el más exhaustivo control posible no impide el ingreso de un portador a la ciudad, pero lo único que evita que contagie es todos mantengamos las distancias y cuando hay acercamientos, que sea con los cuidados indicados.
Haber alcanzado la Fase 5 no brinda un pasaporte de inmunidad. Por el contrario, exige de un enorme esfuerzo colectivo. No hacerlo es ser parte del problema y no de la solución y amenazar el trabajo realizado hasta aquí por toda una sociedad.
Y en este punto resulta clave volver sobre la buena información, reafirmando conceptos que nos empoderen en la toma de las mejores decisiones. A menudo desvela asociar el Covid-19 con la muerte como si fueran sinónimos. Sin embargo, no ha cambiado la ecuación que señala que un enorme porcentaje de la población que se infecte cursará la enfermedad sin mayores complicaciones, incluso sin síntoma alguno. A menudo desespera el querer saber cuántas camas de terapia intensiva hay disponibles, y con cuantos respiradores cuenta el sistema, datos que aunque son ciertamente importantes para dimensionar el problema en términos sanitarios, no anulan lo que a cada uno de nosotros le corresponde hacer para evitar contagios.
Es tiempo de tener muy presente el rol de los pacientes asintomáticos o presintomáticos en la cadena de transmisión del virus, más allá de las disquisiciones que surgen en torno a estas categorías. Lo ocurrido en ciudades cercanas a Pergamino, donde personas sin síntomas o con sintomatología leve generaron brotes difíciles de controlar, permite casi confirmar que juegan un papel preponderante que no hay que desatender y remarcan la importancia que el distanciamiento como herramienta de prevención. Al fin, todos podemos tener Covid y no saberlo, por lo que hay que moverse por la nueva normalidad suponiendo que yo estoy infectado/a y mi vecino también.
Con o sin casos activos, la cuestión pasa por lo propio, por saber cuánto del cambio de costumbres que impone esta pandemia seremos capaces de instrumentar sin transgredir.
Mantener el cuadro de situación logrado en Pergamino requerirá de una enorme madurez por parte de la ciudadanía. Y esto supone un accionar responsable en muchos aspectos. Desde los más elementales como cumplir con las medidas de prevención, hasta cuestiones más abstractas que tienen que ver con la actitud frente a quienes tienen la mala fortuna de infectarse.
Habla de la salud de una sociedad conocer que así como para otras enfermedades existen métodos de barrera que ayudan a prevenirlas, la única que existe contra el coronavirus es el autocuidado y el distanciamiento. Pero también habla de la sanidad de una comunidad el modo en que una población se relaciona con sus enfermos y con sus cuidadores. El agravio a quienes son diagnosticados con Covid-19, la discriminación y el escarnio público al que son sometidos, no hace sino profundizar un problema que para nada está resuelto.
Estigmatizar no es el camino. La propia realidad nos mostró en la cara que trabajadores esenciales pueden contagiarse. Y la evolución de la pandemia confirma que el virus no se erradicó con la cuarentena. Que el aislamiento lo que hizo fue aplanar la curva y permitirle al sistema sanitario ganar tiempo para robustecerse.
En Pergamino la nueva normalidad comenzó a construirse en tiempos en que la situación epidemiológica cercana enciende luces de alarma. Esto lejos de asustar debe servir para fortalecer la conciencia. No perder ese capital ganado está hoy más que nunca en nuestras manos.
