Editorial

Las terapias intensivas: la foto de un mal estructural


La pandemia abrió las puertas de las terapias intensivas y mostró con descarnada verdad lo que sucede en esos espacios de atención imprescindibles. Con un sistema de salud al borde del colapso por el crecimiento exponencial de los casos de Covid-19 todo el mundo habla de la importancia de los intensivistas y narra con precisión los procedimientos que se llevan adelante para conectar a un paciente a un respirador, como si fueran expertos ¿Se sabe hoy que el recurso humano en salud es finito? ¿Tuvo que ser necesaria la carta difundida por la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva para dimensionar en toda su crudeza lo que sucede en el sistema sanitario hace tiempo? El coronavirus lo que plantea es una situación extraordinaria en el contexto de un sistema que ya era frágil antes de la pandemia.

El personal médico, de enfermería y de kinesiología intensivista son profesionales que lleva años formar. Y aunque resulta un contrasentido, la ecuación es inversa en términos de remuneración. No suelen ser las especialidades más elegidas porque las exigencias del trabajo no encuentra correlato en la remuneración y la mayoría de ellos debe recurrir al poli empleo para obtener un salario digno.

La crónica periodística que por estos días tiene su mirada centrada en el estrés que está sufriendo el sistema sanitario a causa de una curva de contagios que no decae, y refiere que los profesionales de la salud perciben un sueldo promedio de 50 mil pesos. Ese monto es el que percibe alguien que invirtió casi diez años de su vida en formarse. ¿Fue necesario una pandemia de semejante magnitud para advertir con preocupación esa realidad? Hace tiempo que el reclamo salarial existe en la comunidad médica. Habrá quienes señalen que algunos profesionales ganan mucho más, pero para eso deben cursar horas de guardia sin descanso, o asumir compromisos laborales en más de una institución. En cualquier caso en relación a la función que desempeñan es un ingreso escaso, atendiendo a que tienen lo más valioso que un profesional puede exhibir: compromiso, vocación y conocimiento actualizado, además de capacidad para trabajar en equipo. Atributos que hace tiempo no se valoran y que ahora, en tiempos de pandemia se exigen.

Lo que muestra la realidad es la consecuencia de una degradación estructural de la inversión en salud. Y si bien es cierto que la irrupción del coronavirus hizo que los gobiernos destinaran recursos e infraestructura para robustecer a sistemas sumamente débiles, no es fácil resolver la cuestión del recurso humano. Mucho menos en el contexto de una emergencia sanitaria que los tiene en la primera trinchera de atención y como blanco privilegiado de los contagios.

Hasta la carta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva la atención pública estaba puesta en la cantidad de contagios, en el número de fallecimientos, en el índice de ocupación de camas. Pero nadie hablaba de lo que le sucede al personal de salud. A lo que ocurre dentro de un servicio cuando queda diezmado por la salida del sistema de profesionales que contraen la enfermedad- muchos de ellos han muerto en esta tragedia- o cuando les gana el cansancio de estar hace más de seis meses abocados a dar una batalla silenciosa contra un enemigo invisible y poco conocido por la ciencia, que les muestra en la cara su impiedad.

En el peor momento de la pandemia de coronavirus en Argentina las luces de alerta se encendieron hace unos días cuando desde la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva publicó una carta donde pidieron desesperadamente la colaboración de la sociedad para frenar la ola de contagios y respetar las medidas de aislamiento. En el documento denunciaron que los médicos y médicas están agotados y cerca del colapso. Hablaron del nivel de ocupación de las unidades de terapia intensiva, pero también refirieron a la soledad que sienten por la falta de compromiso de una buena parte de la sociedad a la que le pidieron ayuda para evitar el colapso.

La frase en la que señalan que los intensivistas eran pocos antes de la pandemia y que hoy se encuentran al límite de sus fuerzas, irrumpió como un llamado. Y como un pedido que la sociedad y las autoridades políticas parecen haber desoído. No alcanza con que médicos, médicas y profesionales de la salud de distintas especialidades estén siendo convocados para realizar tareas que no les son comunes y así garantizar la atención que necesita el número creciente de pacientes que llegan a un sistema sumamente fragmentado y diverso.

Quizás en el momento más delicado de la pandemia, cuando la realidad indica que la posibilidad de colapso del sistema sanitario es una amenaza cierta, los profesionales del país quizás más formados para hacer frente a esta batalla muchas veces desigual apelan a una épica. En la emergencia habrá que hacerse eco de ese mensaje y poner en práctica la solidaridad y la empatía. La consigna de que “al virus le ganamos entre todos” está llamada a hacerse carne en la actitud cotidiana de cada argentino. Y cuando la pandemia haya terminado, esa épica no deberá perder vigencia y servir para invertir las ecuaciones y resolver las desigualdades tan profundas que tiene un país que hace tiempo se ha despreocupado por saber, entre otras muchas cosas importantes, qué es lo que pasa y cuál es la realidad que viven aquellos que puertas adentro del sistema de salud se han quedado solos, encarnando en su voz el eco de un reclamo que no es coyuntural sino que muestra con toda claridad un mal estructural que la pandemia vino a exhibir con crudeza, como tantos otros.


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