Editorial

Llegó la hora de atacar la pobreza


El hambre es un flagelo que azota al país desde hace tiempo. En las tierras más ricas del mundo que esto suceda es una tragedia y la elocuente consecuencia de la falta de políticas efectivas y adecuadas para hacer de la equidad una realidad. Por estas horas mucho se habla de cifras e indicadores detrás de los cuales hay historias. Resuena aún el compromiso de la administración de Mauricio Macri de alcanzar el objetivo de pobreza cero, sin haberlo conseguido. Por el contrario, su gestión finalizó con estadísticas vergonzosas en este plano. En el horizonte del nuevo tiempo político, una de las primeras medidas anunciadas está orientada hacia esta cuestión. El Plan Alimentar y el anuncio de la convocatoria a un consejo consultivo contra el hambre con la participación de referentes de distintas disciplinas, abre una expectativa.

Urge quebrar el círculo de la pobreza y permitirle a una inmensa cantidad de familias iniciar el círculo virtuoso que les posibilite el progreso, algo que está muy lejos de ser una realidad tangible a la luz de las estadísticas que se conocen y que alarman. El tema debe dejar de aparecer en la agenda pública como una invocación general y cruce de acusaciones entre los principales líderes, para transformarse en una discusión seria acompañada de acciones puntuales y reales. 

La pobreza estructural es una tragedia en Argentina y es aquella que trasciende el ciclo económico. La forman las personas que son pobres aún en las fases expansivas de la economía.

En parte por dinámicas de la economía y del mercado de trabajo, y en parte por lógicas propias de la reproducción intergeneracional de la pobreza, tenemos hoy en Argentina muchísimos niños y jóvenes que nacen y crecen en contextos de gran marginación.  La fragmentación y la marginación social han crecido en las últimas décadas. Y ya son varias las generaciones que no han visto a sus padres trabajar, con lo que ello influye no solo en la generación de recursos genuinos para la subsistencia, sino en la creación y sostenimiento de la cultura del trabajo.

Los niños que nacen en contextos de mayor pobreza padecen privaciones desde el instante de su concepción.  Las jóvenes embarazadas en contextos vulnerables enfrentan situaciones ambientales y de vida más estresantes y traumáticas que sus pares de condiciones socioeconómicas más favorables, realizan menos controles durante el embarazo, tienen peor alimentación y peores hábitos de salud, y en muchos casos reciben menos apoyo de sus parejas que las embarazadas de clase media.  El porcentaje de niños con bajo peso al nacer es mucho más alto en los segmentos más pobres y alarma la advertencia efectuada por el propio ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo respecto de que los chicos más pequeños de las familias pobres tienen un déficit marcado de peso y talla debido a deficiencias nutricionales en su primera infancia.

Estas diferencias, no hacen sino incrementarse a través del tiempo y generar contextos que son muy difíciles de modificar sin políticas activas y sostenidas en el tiempo que se instauren como verdaderas políticas de Estado.

No hacerlo es seguir reproduciendo la pobreza y ensayando cada determinada cantidad de años planes y programas para poner parches a una realidad estructural compleja que golpea y que se expresa de las más diversas maneras. No es casual que los niños pobres vayan a las peores escuelas, que se enfermen con mayor frecuencia, que no reciban la atención adecuada y dependan en muchos casos de la solidaridad que suele manifestarse por fuera de las acciones del Estado y sostenerse en el hacer de personas comprometidas y dueñas de la profunda sensibilidad social que parece faltarle a los gobiernos.

Son muchas las dimensiones de la vida que tienden a perpetuar la transmisión intergeneracional de la pobreza. Y esto no cambia ni se resuelve solo con planes. En estos preocupantes mecanismos de transmisión de la pobreza y la desigualdad está la clave del problema, pero también la clave de una posible estrategia de transformación de la sociedad argentina a futuro.  Si logramos hacer algo para transformar la realidad de las generaciones más jóvenes de argentinos excluidos estaremos transformando también la realidad de sus futuros hijos y nietos.

Tomando las propias reflexiones públicas del ministro Arroyo, no solo hay que entregar pescado sino enseñar a pescar. Y hay que hacerlo con determinación. Sin especulaciones políticas. Pensando en políticas de largo aliento. Ya no es tiempo de reacciones por espasmo.

Argentina tiene hoy el nivel de gasto social más alto de América Latina. A pesar de este gran esfuerzo fiscal el país no ha sido capaz de transformar la realidad de la pobreza estructural. Hacerlo requerirá de valientes reasignaciones presupuestarias, así como de gran inteligencia y foco en las intervenciones sociales. Parece haber llegado la hora de que la política ponga manos a la obra, en un tema tan sensible como complejo, ese en el que se debate el futuro. Ya no hay tiempo para dilaciones.


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26 de Abril de 2024 - 05:00
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