Editorial

Lo fiscal y lo monetario, al tope de las prioridades


La economía argentina transita desde inicios de 2018 un proceso recesivo con inflación en ascenso: el corte abrupto de financiamiento externo privado (esa “lluvia” de inversiones que nunca llegó) que solo pudo ser compensado parcialmente por los fondos aportados por organismos multilaterales, impulsó una caída en el nivel de actividad que permitió “generar” dólares comerciales por medio de una caída drástica en importaciones.

Este proceso se agravó durante la campaña electoral porque aumentó la desconfianza acerca de lo que nos depararía la política económica en el futuro. Ello disparó una reducción en los depósitos que agravó la reducción del crédito al sector privado.

Desde comienzos de este año y hasta mediados de octubre el crédito en pesos al sector privado se contrajo 23 por ciento.

Si se ve más allá de estos hechos, puede entenderse que detrás de cada uno lo que subyace es la falta de confianza hacia y entre los argentinos. Por ello, las primeras decisiones del nuevo gobierno deberían apuntar a restablecerla. Eso requiere acciones rápidas en materia de política fiscal y monetaria. Porque además de esta coyuntura, hay una realidad inminente que apremia: sin estas medidas, el Gobierno nacional no tendrá fuentes de financiamiento relevantes para afrontar los vencimientos de intereses y capital de deuda en moneda nacional para el año próximo, que son equivalentes al 80 por ciento de la base monetaria que tendríamos a finales de este año.

Recurrir a la emisión monetaria para hacer esos pagos llevaría a una nueva aceleración de la tasa de inflación; en un contexto de control de cambios severo el excedente de pesos se transmite primero a la brecha cambiaria y luego a los precios, pero a la corta o a la larga resulta en un nuevo salto de la tasa de inflación.

Por ello, porque todo se reduce a la confianza, es muy importante que el nuevo gobierno anuncie un programa monetario creíble. No uno “para la tribuna”, lleno de ideas tan simpáticas como inviables y contraproducentes. Y la sociedad (ya no decimos el electorado, porque la campaña ya terminó) deberá hacer carne aquello que pregonábamos antes de los comicios: aunque cambien las figuras, el problema y sus soluciones son los mismos; y las recetas siempre tendrán una cuota de padecimiento para todos los sectores de la economía.

Que podamos salir de la inflación en estado agobiante depende mucho más de la consistencia del programa económico que de lo que pueda aportar un acuerdo de precios y salarios.

En materia fiscal se requiere de una mejora importante en el resultado primario que debe lograrse en pocos años para que la renegociación de la deuda pueda resolverse en un plazo relativamente breve. Pero también será importante la forma en que se concrete la mejora fiscal. En los casos de Uruguay y Ucrania el grueso del ajuste (100 por ciento en Uruguay y 80 por ciento en Ucrania) se hizo por la vía de reducción del gasto primario, probablemente porque la evidencia empírica sugiere que las mejoras por esta vía son más creíbles y duraderas que las que se pueden lograr por medio de aumentos de impuestos.

A su vez, en un país con carga tributaria muy elevada como la Argentina no parece haber mucho espacio para aumentar impuestos sin generar un daño importante a los incentivos a ahorrar, invertir, producir o emplear.  La fantasía de resolver los problemas fiscales de la Argentina por medio de un aumento en los impuestos a la riqueza ignora que ya son muy altos. La vía más saludable sería hacer más eficaz el gasto y procurar ampliar la base de recaudación, para lo cual sería justamente importante reducir los impuestos a la producción, de modo que haya más inversión y más generación de empleo, que luego decantaría en mayor consumo interno. El atajo sería limitar la estrategia a meter dinero en los bolsillos de manera directa, por ejemplo a través de aumentos en las asignaciones sociales. Claro que esto, además de ser cortoplacista y no promover un circuito virtuoso de la economía, deviene en un aumento inmediato y creciente del gasto primario, aquel que justamente hay que procurar bajar.

En síntesis, mejorar la focalización del gasto es mucho más eficaz para mejorar la distribución del ingreso que confiar en los impuestos.

Al igual que el plan contra la inflación, el programa fiscal tiene que ser saludable, proactivo, creíble y contener reformas estructurales que permitan mejorar la competitividad de la economía. La solvencia fiscal es necesaria para poder encarar la renegociación del programa con el FMI y con los acreedores privados pero también es la manera de irradiar confianza a esos inversionistas que siguen sin apostar a la Argentina, un país que corroe con sus impuestos.

Un programa monetario y fiscal consistente sería el puntapié para lograr que mejore la confianza y así empezar a construir las bases para una recuperación sólida de la actividad económica.

Paso a paso, pero que estos pasos sean pasos firmes, con rumbo cierto y sobre todo, con honestidad intelectual. Basta de decir y hacer cosas que nuestros gobernantes saben sobradamente que son nocivas, al solo efecto de acrecentar adeptos que los sostengan en el poder. La campaña terminó y el teorema de Baglini, ese que dice que cuanto más lejos del poder más irresponsables los enunciados, tiene que desactivarse en las autoridades electas. Ya no hay espacio para medidas de tribuna, esas que caen simpáticas: hay que hablar claramente al pueblo, diciendo a dónde se quiere ir y qué caminos se van a tomar para llegar hasta ahí. Este país es un enfermo terminal que busca una cura, no un placebo. Y generalmente el tratamiento efectivo, es el más doloroso.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO