Editorial

Lo mal hecho hoy puede ser catástrofe mañana


En nuestro artículo editorial de ayer hablábamos de que el combate a la drogadependencia no es programático, que hay esfuerzos aislados, que las artistas de la problemática se atienden de manera independiente por la falta de un plan integral. Es un tema sobre el que mucho se habla, algo se hace pero nada con efectos positivos, más que la satisfacción que provoca sacar aunque sea a un chico de ese flagelo.

Algo similar sucede con Pergamino y su urbanidad, lo que también ha sido tema de esta hoja en más de una ocasión.

Justamente en estos días se debate la situación planteada por los cerramientos de materiales rígidos que instalaron algunos bares en sus veredas para guarecer a sus clientes. Resulta que ahora, cuando estas estructuras ya están montadas –y son varias que se fueron levantando una a una a la vista de todos- el Municipio esgrime una ordenanza de 1998 que las prohíbe en esos materiales y los admite solo en lonas. Huelga aclarar que los ciudadanos no debemos conocer (ni estamos en condiciones de hacerlo) todas las ordenanzas vigentes. Del mismo modo que se cae de maduro que es menester de las autoridades controlar que estas se cumplan. ¿Qué pasó en este caso? ¿Será que los propios funcionarios no conocen las ordenanzas que deben hacer cumplir? ¿Cómo fue que los vecinos comerciantes invirtieron y levantaron estructuras que nadie les advirtió que estaban prohibidas? Ahora los gastos ya están hechos, los consumidores se apropiaron de estos espacios y no quedará otra que modificar la normativa para adecuarla a los hechos consumados. Una desprolijidad total, que habla de lo descuidados que somos respecto de nuestro planeamiento urbano.

Y viendo lo que sucedió con los cerramientos, nos ponemos a pensar. ¿Así, con esa desprolijidad, controlarán nuestros funcionarios las muchas torres que se están edificando en el Centro de la ciudad? Y puntualizamos solo el Centro porque es allí donde la infraestructura, especialmente la soterrada, es más antigua y, por ende, acotada para una cantidad de unidades de vivienda que va creciendo exponencialmente con estas construcciones.      

Siempre es una buena noticia ver un proyecto inmobiliario en marcha;  nos habla de mano de obra ocupada, de movimiento de dinero en la comunidad, de inversiones que no se van afuera, en fin, de una ciudad que crece. Pero la algarabía que provoca en las oficinas municipales la llegada de un nuevo proyecto para su aprobación, con todos los beneficios antes mencionados, no debiera ser mayor que la preocupación por la factibilidad de esa obra. Antes que nada debe estar el análisis técnico, la consideración del impacto ambiental y, sobre todo, el estudiar si a la par de esas nuevas construcciones no tendría el Estado que hacer otras. Es una simple cuestión: si antes en una cuadra había aproximadamente 20 viviendas y con su reemplazo por nuevos edificios van a pasar a ser unas 200 unidades funcionales, con potencialmente 200 familias viviendo en ese sector, es menester saber si la red cloacal, los desagües, el abastecimiento de agua, de energía, no se verán colapsados por este incremento sustancial de usuarios.

Queremos creer que estos estudios de impacto se hacen a conciencia, que no se estampan firmas y sellos de aprobación sin más, que se van haciendo las adecuaciones a la infraestructura pública a la par de las inversiones privadas. Lo sucedido con los cerramientos, donde todo lo prohibido se levantó cómodamente delante de las autoridades que mucho más tarde pretendieron hacer su trabajo, nos pone sobre alerta de que también podría no estar haciéndose lo que corresponde respecto de las muchas obras particulares que se levantan en las cuadras más antiguas de la ciudad.

Si no se está trabajando a conciencia y con planificación estratégica, en el Centro más temprano que tarde tendremos problemas de suministro energético, de agua, de desagote.

De hecho, ya se registran inconvenientes propios de una ciudad sin planificación y del inexorable paso del tiempo que en algún momento pasa la factura de lo mal hecho (o no hecho): las construcciones subterráneas, como las cocheras, tienen líquido permanente por el crecimiento de las napas. Son las luces amarillas que indican que hay que direccionar la concentración poblacional hacia otros barrios de la ciudad, donde el problema no existe. O bien hacer una importante inversión si se pretende seguir recargando de edificios el sector. Pero en una planificación seria y responsable, lo ideal es que la ciudad se vaya ampliando con un criterio de servicios disponibles, de estética urbana y de crecimiento responsable.

Ojalá que Pergamino siga viendo levantarse torres de edificios, que la ciudad reciba tanto estas inversiones como nuevos ciudadanos para habitarlas que, entre tantas otras posibilidades, eligieron Pergamino. Pero por favor, que todo se haga con responsabilidad y profesionalismo, para proteger a los actuales habitantes, a los que llegarán y la inversión realizada. A veces es necesario sumar a la tarea de los funcionarios la consulta a especialistas, a quienes tengan, además de un saber sobre el tema, una visión desprovista de intereses.

Si las evaluaciones técnicas y ambientales se hacen como es debido, no tendrían que aparecer sorpresas como sucedió con los toldos de los bares. Poco serio e irresponsable por parte de las autoridades. Y peligroso para los usuarios, porque nadie aprobó esas construcciones.

 

 


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