Editorial

Lo que quedó en el tintero tras el debate sobre el aborto


Cuando se planteó el debate a favor o en contra del aborto, una marea de pañuelos verdes dejó al descubierto que quizás en el centro del país, el sí a aprobar la práctica era amplia mayoría. Y los medios de comunicación terminaron, en más o en menos, apoyando a quienes pedían el aborto irrestricto y gratuito, ilimitado, sobre la base de una norma que, por amparo de la búsqueda de consensos en Diputados, resultó un compendio de parches y desprolijidades, razón por la cual se estrelló en el Senado. Porque de la lectura a conciencia y desprovista de pasiones del proyecto que se trató –que es lo que se espera de un legislador- surgía que de acuerdo o no con el fondo, esa ley no era viable ni contemplaba aristas que más temprano que tarde terminarían causando inconvenientes de aplicación. No obstante ello, también es parte el análisis que los representantes de las provincias en el Senado tienen una visión más amplia que la del centro del país (con representación mayoritaria en Diputados), que es lo que siempre se termina mirando.

Después de tanto debate sobre el tema quedó más que claro que tenemos un problema de salud pública y que el aborto no resuelve el drama de la maternidad vulnerable, el embarazo adolescente, el embarazo no deseado. Todos temas que en definitiva hacen a una educación sexual deficiente, en base a una ley incompleta y que, encima, no se cumple. Y en esto hay un cargo concreto a quienes portan el pañuelo celeste: cuando se oponen a la aplicación de la ley de educación sexual caen en una irresponsabilidad, porque lo que se busca es bajar naturalmente la tasa de abortos, evitando las muertes por intervenciones clandestinas, un argumento usado hasta el cansancio por quienes están a favor de la práctica legal, gratuita y segura.

Indudablemente si se defiende la vida desde su concepción, es menester promover la educación sexual responsable, así como otras prácticas sanas como la adopción rápida y segura. Y los de pañuelo verde deben preguntarse si la sola existencia de un hecho (el aborto clandestino) implica que deba legitimarse o si, en cambio, las leyes deben tener una función de ejemplaridad. Las normas al fin establecen, invariablemente, cuestiones moralmente aceptadas por la amplia mayoría de la sociedad en el clima de época que se vive. Y en el caso del aborto chocamos con el problema, no menor, que es un tema que divide a la sociedad, precisamente, porque se trata de la vida o la muerte de las personas por nacer. Mientras que para unos es un crimen, para otros es un drama de salud pública y el único modo de acercar posiciones entre veredas tan extremas es trabajar muy seriamente en los consensos y las responsabilidades que implican las decisiones que tomamos.

Nadie ignora a esta altura que hay miles de abortos clandestinos, sin embargo ninguna norma termina siendo ilimitada y aún aprobándose que se pueda interrumpir el embarazo pueden generarse la práctica por fuera de la ley por las más diversas razones. De modo que lo que se pretende es encontrar un equilibrio razonable entre los límites legales y las inevitables prácticas ilegales. Entones, para un nuevo tratamiento de la norma que se dará oportunamente, lo que habrá que buscar es una solución política, que permita comparecer una variedad de opiniones que conviven en nuestra sociedad.

Y la verdad es que las posturas a favor o en contra son tan irreductibles que pasaron por el Parlamento 770 expertos en el tema y no se logró ningún acuerdo y al fin la ley naufragó en el Senado, tras una desprolija, apasionada pero irresponsable aprobación en Diputados. Irresponsable no porque haya sido favorable a la legalización de la práctica, que quede claro, sino porque el proyecto de ley no era ni adecuado ni completo.

Existe, sin embargo, una tercera postura, de la que se comenzará a hablar cuando el debate vuelva a las mesas de trabajo, que responde a que no se puede aseverar que exista un ente volitivo y consciente (una persona) desde la concepción, pero que también afirma que el aborto es un hecho negativo que debe evitarse por todos los medios posibles, cuanto menos por una cuestión de prudencia. Es una posición intermedia entre las otras dos, más moderada y tolerante.

En general, se suele alegar desde esta postura que recién a los tres meses del embarazo comienza a funcionar el sistema nervioso central o a formarse la corteza cerebral del feto. Se identifica ese momento, entonces, como un instante prudente para prohibir la interrupción del embarazo, por las dudas de que a partir de ahí existiera algún ínfimo, latente o incipiente acto de pensamiento, conciencia o libertad interior que pueda ser imperceptible para nosotros.

Desde esta tercera postura no se afirma que el aborto deba permitirse de manera completamente irrestricta durante los primeros tres meses, ya que se trata de un hecho negativo que hay que intentar evitar. Pues, aunque no sea el ser en cuestión una “persona” en el pleno sentido de la palabra, es sin dudas un ser vivo y una creación de la naturaleza que, como tal, merece cierta protección y valoración. Pero al mismo tiempo sostiene que no se puede tratar a la mujer que aborta ni al médico que la asiste como “asesinos”. No es esa palabra la que mejor describe la intención y la situación, quizás de desesperación, que llevan a una mujer a interrumpir su embarazo. Tampoco tiene sentido caer en una criminalización ficticia ya que en los hechos las penas por aborto raramente se aplican, pues solo sirven para llevar las interrupciones de embarazos al ámbito de la clandestinidad, alejándolas de la institucionalidad y de la posibilidad de ser desalentadas eficazmente. Esta tercera postura intermedia implica, en definitiva, abandonar y superar ambos dogmatismos anteriores y abrir las puertas a un debate serio, tolerante y profundo.

La cuestión, en este debate que sigue abierto, debiera virar hacia un ámbito más amplio y donde seguro habrá mayores consensos: el embarazo no deseado. Si partimos de este punto, no solo será más sencillo encontrar puntos de acuerdo sino que además se pondrán sobre la mesa otros dos aspectos que, en la pasión de pañuelos verdes y celestes, fueron soslayados a segundos planos: la educación sexual y la ley de adopción.


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