Editorial

Los peligros del sindicalismo militante


Hay necesidades en el país que son urgentes y motivan un fuerte reclamo por parte de entidades sindicales o movimientos sociales que terminan expresándose en las calles o mediante el cese de funciones laborales. En la etapa preelectoral varios gremios que dicen representar los derechos de los trabajadores reclamaron al gobierno de Mauricio Macri un bono extra para fin de año bajo el argumento de brindar un poco de oxígeno a economías de la clase trabajadora agobiadas por la inflación y los impactos de una profunda crisis.

En los últimos meses la lucha de las organizaciones sociales y movimientos piqueteros acamparon en reclamo de la emergencia alimentaria y denunciaron la tragedia del hambre con voces legítimas a la luz de los indicadores económicos y autorizada por su contacto con la realidad que viven los sectores populares.

Pasaron las elecciones y el clima comenzó a cambiar y sin que mediaran medidas de alivio, los discursos de los principales dirigentes iniciaron un proceso de reacomodamiento para complacer los oídos del presidente electo Alberto Fernández. Esta semana las declaraciones públicas de algunos referentes como Héctor Daer o afirmaciones del propio Roberto Baradel fueron el ejemplo más claro de este “cambio discursivo” que no se condice con un cambio de situación del país. El primero aseguró que no es tiempo de exigir un bono de fin de año al flamante presidente porque la situación del país es lo suficientemente frágil como para que una exigencia de esta naturaleza resultara prudente. Le faltó decir que no quieren “molestar” a Fernández con sus reclamos. En el territorio bonaerense, el sindicalismo docente con Baradel a la cabeza, aseguró –sin siquiera haber comenzado la negociación salarial ni haberse escuchado ofertas- que en marzo de 2020 comenzarán las clases y los paros dejarán de ser la fórmula de presión para conseguir mejoras laborales en el ámbito educativo.

Más allá de cualquier otra especulación, estas apreciaciones hablan a las claras de la actitud sindical que es más fiel a su pertenencia partidaria que a cualquier otra cuestión y aspira a congraciarse con el futuro gobierno. No hay dudas que el sindicalismo en nuestro país tiene bandera política. Si bien es cierto que cada vez que asume un presidente se inaugura una especie de “luna de miel”, llama la atención que lo que resultaba imperioso e impostergable, ahora pueda esperar. ¿El hambre acepta luna de miel y los 100 días de tolerancia que suelen darse a las nuevas administraciones? ¿La discusión salarial puede esperar? ¿El sindicalismo que representa a una clase trabajadora sumamente agobiada puede legitimar un congelamiento de salarios? Y si podía hacerlo, ¿por qué esto era impensado ante la continuidad de la actual administración de Gobierno? 

A la luz de las palabras y la acción política del sindicalismo argentino, llama la atención que el mismo día que se formularon estas apreciaciones de boca de reconocidos dirigentes gremiales, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los docentes le hicieran un nuevo paro a Horacio Rodríguez Larreta.  Resulta una contradicción que marca que el accionar gremial parece ir más al ritmo que le impone la política partidaria, que a la velocidad que le imponen las tremendas desigualdades que afectan a los sectores más castigados del tejido social.

Queda latente una clara señal de que la política ha hecho del aparato sindical y su dinámica un instrumento de presión funcional a la pertenencia partidaria más que al verdadero interés de sus representados. Quizás por eso y por esa visión que tiene buena parte del sindicalismo respecto de la riqueza -que no ve en el empresariado exitoso una pieza clave de la rueda productiva sino un avaro rentista- es que la sociedad cada vez se distancia más de algunos dirigentes y los deslegitima.

¿Cuánto tardará el sindicalismo en resultar funcional o contrario a las profundas reformas que el gobierno de Alberto Fernández deberá instrumentar para volver a poner en marcha el sistema productivo del país y muchas de las cuales no resultarán simpáticas? ¿Cuánto falta para que el hambre vuelva a ser la bandera que se levanta con una voz de queja?

¿Son los sindicalistas coherentes a un ideario político, o funcionales al poder con el que coquetean para sacar réditos?

Sean cuales fueren las respuestas a estos y tantos otros interrogantes que surgen de la observación del comportamiento dirigencial, lo que resulta necesario resaltar es que el país y su realidad tienen poco lugar para los cambios de humor que surgen por espasmo y se expresan de acuerdo a la dirección que toma el viento de la política.

La sociedad en su conjunto debe revisar estos comportamientos y seguirlos de cerca porque la sanidad de las instituciones se dirime en estos cambios de estrategia sindical.

¿Hasta qué punto el sindicalismo juega en favor de los trabajadores y hasta dónde lo hace a favor de la política? ¿Existe un sindicalismo militante? Son interrogantes vigentes y actuales. Sincerar esta cuestión e intentar la búsqueda de respuestas honestas que contribuyan a configurar la dinámica que adquirirá la protesta social en los tiempos por venir es una tarea urgente. Lo que no permite la hora son tantas ambigüedades.


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