Editorial

Los sucesivos fracasos del peronismo local y la oportunidad 2023


Las elecciones del pasado domingo en Pergamino dejaron una serie de conclusiones que merece la pena analizar, pero no solo desde lo coyuntural sino además desde un contexto histórico que tuvo su correlato con la actualidad.

En primer término destacamos que todo intento de nacionalización de la campaña en Pergamino propiciado por el peronismo, a la luz de los resultados tanto actuales como de los de la última era, no funciona como quienes pregonan esa idea pretenden. Hace por lo menos tres elecciones que viene sucediendo.

Concretamente el peronismo, que en Pergamino no es gobierno desde que en 1999 Alcides Sequeiro perdiera el mando a manos del radical Héctor Gutiérrez, no puede superar ese tercio histórico de ciudadanos que lo viene acompañando en todas las elecciones pero que, punto más punto menos, se mantiene en el mismo nivel de insuficiencia como para pretender recuperar la Intendencia.

A las sucesivas derrotas de Lisandro Bormioli en su aspiración a ser intendente, primero  a cuenta de “Cachi” Gutiérrez (2011) y luego de Javier Martínez (2015), su sumó ahora la de su esposa, María Eugenia Ball Lima, también vencida por Martínez, en este caso por un margen de 27 puntos porcentuales. Antes, en 2003, Gutiérrez superó a Manuel Elías ampliamente; luego, en su segunda reelección, el radical se impuso sobre Rosa Tulio (único caso de margen estrecho, pero en el marco de la tan mentada transversalidad propuesta por Néstor Kirchner y ambos candidatos llevando como candidata a presidenta a Cristina) y luego se iniciaría la era de Bormioli como candidato.

A la luz de los resultados, el peronismo en Pergamino claudica sistemáticamente ante los gobiernos locales de cualquier otro signo político que, a la hora del voto, son ponderados por una amplia mayoría del electorado local, independientemente o no de quien sea el presidente o el gobernador que vaya en la boleta. Así, por ejemplo, vemos como Pergamino votó por “Cachi” Gutiérrez (no peronista) en 2011 cuando Cristina Kirchner fue reelecta presidenta por el 54 por ciento de los argentinos; pasamos por 2015, cuando Javier Martínez (no peronista) fue elegido casi en igual proporción que Mauricio Macri y María Eugenia Vidal y llegamos a este 2019 cuando el peronismo es mayoritariamente elegido en Nación y en Provincia, pero en Pergamino vuelve  a cosechar el mismo porcentaje histórico de votos, siempre de alrededor del 33 por ciento.

La conclusión, harto evidente, es que Pergamino, en general, no prefiere a los candidatos peronistas para administrar el Partido. Algo de eso leyó el propio peronismo local para esta oportunidad, al mostrar signos de unidad monolítica tras las Paso y también al cambiar -después de una década de encabezar los procesos- a su figura más visible, Lisandro Bormioli, quedando la pista libre para que María Eugenia Ball Lima liderara la nómina. Pero no resultó todo lo exitoso que podría esperarse, porque si bien el 32 por ciento alcanzado permite colocar cuatro concejales en la próxima composición de Concejo Deliberante, a la hora de mensurar los votos del peronismo se advierte objetivamente que no hubo un crecimiento en el caudal de adhesiones.

Es cierto que enfrente tuvo a un  Javier Martínez sólido y afianzado y con muchos logros que la gente los reconoce por fuera de los discursos y la propaganda política. El electorado valoró esos logros porque los vio. Eso, claramente, fue un obstáculo imposible de sortear por Ball Lima y todo el peronismo unido detrás de su figura.

En el Frente de Todos eran conscientes de que la carrera en Pergamino era desde muy atrás y por eso, ante el contundente resultado de las Paso a favor de Alberto Fernández en la Nación y de Axel Kicillof en la Provincia, y la certeza –finalmente confirmada en las Generales del pasado domingo- de que iban a ser gobierno, se animaron a instalar una campaña basada en el alineamiento de los tres niveles que tan buenos resultados le estaba dando a la gestión de Martínez al estar en sintonía con Mauricio Macri y María Eugenia Vidal. Pero tampoco hubo caso porque esa idea, muy potenciada sobre el final de la campaña, no prendió en el electorado local que valoró a Martínez por sus antecedentes y no por su pertenencia partidaria. De hecho, hubo corte de boleta en su favor y en detrimento de Vidal y Macri.

En todo caso, enviar un mensaje de necesaria alineación para poder gobernar una ciudad habla muy mal de quienes ostentarían el poder en Nación y Provincia, porque el mensaje era claro: a los nuestros les damos todo y al resto nada. Una nueva versión del ya conocido ejemplo de látigo y billetera aplicado burdamente durante la era kirchnerista. En este punto es válido recordar que Pergamino, durante la administración de Gutiérrez, fue víctima directa de esa manera de ejercer el poder.

Otro asunto que se trató de instalar en esta campaña y en las anteriores, y que tampoco dio resultados, es el desprestigio al gobernante de turno con el fin de limarle adhesiones a la hora de las elecciones. Así lo pergaminenses vimos como, con el fogoneo también de algunos comunicadores militantes, se acusaba al entonces intendente Héctor Gutiérrez de ser poco menos que un proxeneta por estar nombrado en el resonante caso Spartakus. Tanta fue la presión que llegó a ser interpelado en el Concejo Deliberante. La causa en la Justicia iba a lomo de tortuga y por los medios a velocidades supersónicas. Al final, Gutiérrez no fue ni procesado. Pero sí fue hundido en la hoguera social y mediática, y todo fue con la intención de que perdiera las siguientes elecciones. Pero a la hora de los votos, sucedió lo contrario, porque Gutiérrez fue sistemáticamente reelecto y recién sería derrotado por Martínez, un dirigente no peronista.

Y justamente Martínez en la reciente campaña también fue objeto de un intento de desprestigio, en este caso al ser acusado virtualmente de envenenador serial por el caso del control de la aplicación de agroquímicos. Se llegó a decir informalmente que este tema, más allá de su innegable implicancia sanitaria, era la “bala de  plata” que atravesaría el corazón político de Martínez y lo dejaría fuera de la cancha, como característica primordial del asunto. El resultado: negativo a esas aspiraciones porque el mandatario no solo obtuvo la reelección sino que logró superar la cantidad de votos que había alcanzado en 2015 cuando fue electo intendente y en 2017 cuando ganó su lista de concejales.

¿Qué debe hacer entonces el peronismo para ser gobierno en Pergamino? Definitivamente esperar su momento, porque está claro que este electorado no es de andar cambiando de figuras constantemente, porque en casi 40 años de democracia recuperada apenas cinco intendentes se sentaron en el despacho del Palacio de Florida y San Nicolás. Pero mientras se aguarda el momento histórico para recuperar el poder, será necesario ir cambiando la manera de hacer política, buscar tener identidad propia por sobre las figuras nacionales que tan mala imagen tienen en el electorado local; renovar en serio su cuadro dirigencial; hacer una oposición responsable, crítica y creativa, apartada de la mera especulación política y de los discursos que anteponen la ideología al sentido común. Con honestidad intelectual en cada propuesta.

Tiene la oportunidad en los próximos cuatro años de buscar ese necesario acercamiento al electorado de cara a 2023. Un electorado “gorila” que desde 1995 no elige a un peronista y hasta prefiere los “outsiders” hace necesario preguntar si es porque los “simios” son irreductibles en su pensamiento o porque la dirigencia nacional y popular de Pergamino no ofrece ni ideas atractivas ni dirigentes seductores.

Hace 20 años que perdió el poder local y en más de la mitad de ese lapso el PJ, en cualquiera de sus versiones, fue gobierno en la Nación. Quiere decir que hay un problema a resolver en el peronismo de Pergamino para que sea una alternativa posible y no vuelva a quedarse en el promedio ya histórico del 33 por ciento. En ese marco no es menor la certeza de que Javier Martínez no podrá buscar una segunda reelección. Paradojalmente, una ley de Cambiemos fomentada por la propia gobernadora Vidal que limita a solo una reelección, puede favorecer al peronismo. Porque en 2023 sí o sí debe haber otro intendente y, en la medida en que en la oposición haya ideas nuevas y su dirigencia inspire futuro, tal vez la lucha contra el oficialismo, ya sin Martínez en la cancha, tenga menos complejidades.

Falta mucho pero en política hay procesos que se deben cocinar a fuego lento y sostenido. En la medida que se propongan políticas y modos de ejecutarlas que el pergaminense pretende, 2023 será una oportunidad para saber si el “gorilaje” es capaz de virar, o no, hacia una alternancia que, guste a quien le guste, en democracia siempre es saludable.


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