Editorial

Madres y familia: de los Campanelli a nuestros días


La historia demuestra que el concepto de familia no es una construcción estática, por el contrario, ha cambiado a lo largo del tiempo y sigue modificándose, a medida que el tejido social se complejiza.

Hasta mediados del siglo pasado el modelo familiar de los distintos países compartía, más allá de algunas variaciones, una serie de características comunes: la existencia del matrimonio formal cuyos miembros se debían fidelidad, el poder del marido predominaba por sobre el de la esposa, al igual que el de los padres sobre los hijos. Esta estructura empezó a modificarse en las últimas décadas del Siglo XX de manera drástica e irreversible.

A partir de los años 60 y 70 aumentó la cantidad de divorcios y se redujo la cantidad de hijos. Junto con el advenimiento de la revolución sexual y la conquista de mayores libertades individuales, la familia tipo comenzó a convivir con otros modelos de familia, iniciándose un proceso que continúa hasta hoy.

A 14 años de comenzado un nuevo siglo, en la Argentina coexiste una diversidad de alternativas, que se amplía cada vez más: a las familias tradicionales se suman las familias ensambladas –compuestas por dos adultos divorciados, separados o viudos, en las cuales también tienen cabida los hijos menores o adolescentes de cada uno de ellos-, aquellas que integran personas del mismo género –homoparentales-, y las que gobiernan madres o padres solos –monoparentales-. Son frecuentes también las uniones consensuales –de hecho, sin papeles-, las parejas que conviven con uno o más hijos de uno de sus integrantes, y los matrimonios que optan por no tener descendencia. 

Las conformaciones familiares de la posmodernidad que transitamos se han ido haciendo lugar, incluso han logrado un reconocimiento social y una juridicidad dentro del aparato legal del Estado. 

Así como para los abuelos o bisabuelos de los jóvenes de hoy la familia era un fin en sí mismo, lentamente los distintos actores sociales van aceptando que un mayor índice de divorcios y separaciones no es necesariamente un dato negativo: puede significar, por ejemplo, un mayor grado de bienestar para los hijos que antes pudieron haber vivido situaciones tensas o violentas, conviviendo junto a padres en conflicto. 

Entre los factores que colaboran con este cambio de paradigma de la familia cabe mencionar la progresiva incorporación de mujeres al mercado laboral.

El viejo estereotipo de mujer abnegada y dependiente de las decisiones y de la provisión del marido ya no tiene vigencia. La polaridad masculino-femenino se ha atenuado y asistimos a la emergencia de prácticas que hubiesen sido impensables previamente. La estructura familiar se ha modificado, siendo el rol de la madre el que, sin dudas, más ha cambiado.

Junto con los nuevos roles han llegado al seno de los hogares los adelantos tecnológicos, opciones educativas, avances médicos, productos e información que, en teoría, ayudan a la crianza de los hijos, especialmente ahora que las mujeres no son madres “full time”. Sin embargo, al analizar algunos aspectos de la vida cotidiana, surge la duda: estos elementos ¿simplifican o complejizan la crianza de los hijos? Con las mayores oportunidades que tienen las mamás de hoy, ¿han perdido a cambio algunas de las ventajas del pasado? 

Nuestras mamás y abuelas hubieran dado cualquier cosa por proteger a los niños de enfermedades que hoy se pueden prevenir y curar, o por darse lujos cotidianos como los pañales descartables o una leche en tetra brick entibiada en 10 segundos de microondas. Pero también es cierto que no tenían que preocuparse por la violencia en la televisión, los riesgos medioambientales o, generalmente, en cómo equilibrar el trabajo fuera de casa con la vida familiar. 

Parece que prácticamente cada beneficio de los tiempos actuales tiene algún efecto negativo que lo contrarresta. Por ejemplo, los teléfonos celulares sirven a las madres para estar conectadas con los movimientos de los pequeños del hogar, pero también generan una dependencia constante de la tecnología, que quita tiempo para compartir con la familia y los amigos; y hasta llega un punto que, en lugar de tranquilizar, motiva mayor preocupación ante la falta de un contacto frecuente. Antes, cuando los chicos salían del hogar a sus actividades habituales, no se sabía de ellos hasta su regreso mientras que ahora existe una demanda de un reporte “minuto a minuto”. Cuando ese llamado o mensaje falta, crece la desesperación, comparable a lo que hubiese sido antes que el chico no apareciera en toda la noche. Es cierto que los peligros a los que están expuestos son mayores, pero también lo es la inclinación a pensar siempre que lo peor pudo haberle sucedido. Otro “gran” aporte a la rutina familiar es la programación 24 horas de canales temáticos, especialmente de dibujos animados y series infantojuveniles. Por un lado, proporcionan una fuente de entretenimiento económica y segura, por otro un nuevo modo de aislamiento social y la disminución de actividad física y mental.

La lista de pros y contras es interminable.

¿Son entonces mejores tiempos para ser mamá?

Depende, en parte, de la época con que los comparemos. 

Una encuesta sobre 4.000 mujeres señala que mientras que más del 46 por ciento de las mamás piensa que lo tienen mucho más fácil que sus abuelas, son menos (24 por ciento) las que creen que su papel ahora es mucho más fácil que el de sus mamás. Y algunas no dudan que ciertas cosas han empeorado respecto de la generación anterior: 

El mayor contratiempo señalado en la crianza de los hijos es la necesidad –generalizada- de las madres de trabajar fuera de casa. 

Encontrar tiempo para ellas es el segundo gran reto de estos días, mencionado por el 39 por ciento de las mamás consultadas (una demanda antes inexistente), seguido de la preocupación por tener lo suficiente para costear los gastos que conlleva criar un hijo, que abruma a más del 36 por ciento. En este punto hay que señalar que las demandas sociales y de los propios chicos inciden directamente en esta preocupación debido a que hay un estándar al que los padres aspiran en cuanto a educación y mayores requerimientos materiales por parte de los menores. 

Aunque añoren ciertos beneficios de otras épocas, las mamás modernas no vacilan a la hora de reconocer que algunas cosas han cambiado para bien. 

Entre ellas, la cooperación masculina es la más valorada. Mientras que muchos papás del pasado no se involucraban directamente en el cuidado de los niños y las tareas domésticas, una de las grandes ventajas de las mujeres de hoy es que sus compañeros les dan una mano. O al menos eso es lo que esperan. Aquí el sentido común manda, ya no la tradición: si los dos trabajan fuera del hogar, la carga dentro debe ser compartida. 

Hoy todo se hace entre dos. El que la mujer salga a trabajar tiene que ver tanto con el desarrollo personal y profesional de ella como con el disfrute conjunto y la tranquilidad que implica tener dos ingresos económicos en el hogar. Pero, como decimos más arriba, esto implica el reto de encontrar el equilibrio entre esa falta de tiempo compartido con los hijos y la calidad de las horas que efectivamente se está con ellos. Allí la tecnología es un factor determinante porque no es fácil que cuando el grupo familiar está en casa, sus miembros logren abstraerse del uso de tecnología

Dejando de mirar hacia atrás, añorando o celebrando lo que ya no es, las madres evalúan los riesgos futuros que pueden amenazar a sus hijos y aparece como temor predominante que otras personas puedan hacerles daño, sea con un ataque físico o mediante abuso sexual.

Después del daño que otros puedan hacer a sus hijos, la mayor angustia de las madres es que sus hijos no tengan acceso a la educación y oportunidades que necesitan para llegar tan alto como puedan, o, lo que es lo mismo, para que puedan cumplir con sus sueños. Y eso, ayer, hoy y siempre será el desvelo de toda mujer que tiene bajo su amparo a otra vida. Querrá hacerlo bien, y eso significa replicar los aciertos de su mamá y hacer lo posible por revertir sus errores. No desde un sentido objetivo o profesional sino desde la subjetividad de la propia percepción de la historia. Y en eso vendrán nuevos aciertos y errores, según las consideraciones de los hijos de hoy y padre de mañana.

La maternidad, al fin, es un camino que termina junto con la propia existencia, que no tiene retorno ni atajos; que se transita si recetas infalibles ni garantías de éxito y con el peso de la duda en cada paso que se da. Sólo queda caminarlo, aceptando cada nuevo desafío, tratando de eludir escollos, peligros y amenazas. Y todo esto, por cada hijo que dé la vida.

Indudablemente, en el siglo que sea, con o sin ayuda tecnológica, trabajando en casa o afuera, ser madre ha sido y será siempre el rol más complejo de cumplir. A ellas, un reconocimiento en su día.

Y a todos, ¡feliz día de familia!


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