Editorial

Manu Ginóbili y la fórmula que lo transformó en leyenda: grandeza con humildad


El retiro de la camiseta que se realizó para homenajear a Emanuel Ginóbili en San Antonio Spurs, el equipo en el que brilló el astro, confirmó, una vez más, que el bahiense no sólo es el mejor basquetbolista de la historia argentina, sino también un extraordinario ser humano. Su humildad y sencillez volvieron a cautivar a quienes tuvieron el privilegio de participar de la noche especial que se vivió en el AT&T Center, el pabellón deportivo de San Antonio Spurs, donde el deportista conmovió con un emotivo discurso.

“Me siento muy afortunado. Quiero reconocer de dónde salí y la suerte que tuve en todo mi camino, desde la Argentina. Muchas personas brillaron en mi camino para poder disfrutar. Crecí con dos padres que estaban siempre ahí, presentes, que nos impulsaron a mis hermanos y a mí a seguir nuestros sueños, nuestra pasión de jugar al básquet, y nos dieron todo lo que necesitábamos”, dijo Ginóbili en esa noche inolvidable que coronó la exitosa carrera que lo posicionó en lo más alto del básquetbol mundial.

Además de las palabras de agradecimiento que tuvo para su esposa, hijos, padres y amigos, y para todos aquellos que lo acompañaron en el camino para alcanzar sus metas, vale rescatar el tramo de su discurso en el que remarca que el baloncesto es un deporte colectivo. “De individual no tiene nada que ver”, dijo en relación a la importancia que tiene el trabajo en equipo. En un mundo que menosprecia el valor de la construcción colectiva y de la suma de esfuerzos, para exaltar las conductas individuales, las palabras de este extraordinario deportista argentino son un verdadero bálsamo y deben servir de inspiración para las nuevas generaciones. No es casual que Ginóbili haya resaltado en su discurso el importante rol que desempeñaron la familia, los amigos, sus compañeros de equipo y entrenadores en su vida deportiva y personal. En distintas entrevistas en las que se abordó el tema de los fantasmas que acechan a quienes llegan a lo más alto en una disciplina, el bahiense siempre dejó en claro que ni la fama ni el dinero habían logrado aislarlo de la realidad, ni hacerle perder de vista el lado humano del deporte.

En ese sentido, las palabras que dirigió a los integrantes de la Generación Dorada (como se conoce a ese grupo de basquetbolistas argentinos que en poco más de una década obtuvieron para la Selección Argentina de Básquetbol medallas de oro, plata y bronce en todos los torneos de mayor relevancia organizados por la Federación Internacional de Básquetbol), en esa noche especial que se vivió en el AT&T Center, seguramente deben haber quedado grabadas a fuego en el corazón de los jugadores que lo acompañaron en esa época. “¡Qué lindo fue jugar con ustedes! ¡Qué placer! Saber que en cada cancha éramos un puño cerrado. Que si ganábamos la íbamos a pasar muy bien, pero si perdíamos la íbamos a pasar mejor porque nos íbamos a decir cosas invalorables. Por todos esos años y todas esas vivencias, muchas gracias”, dijo Manu, demostrando que para él ganar el partido o el campeonato era un objetivo importante, pero sin olvidar nunca que las derrotas también dejan enseñanzas valiosas. En realidad, esto es algo que lo saben todos los grandes deportistas. Basta recordar el caso del entrenador español Josep “Pep” Guardiola, quien reveló en una oportunidad que siempre tiene a la vista en su oficina un cuadro con las reflexiones del argentino Marcelo Bielsa, sobre el éxito y el fracaso: “Los momentos de mi vida en que he mejorado tienen que ver con el fracaso; los momentos de mi vida en que he empeorado tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peores, nos ayuda a enamorarnos de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos hace coherentes”.

Un invisible hilo conductor une las historias de vida de estos grandes deportistas que comprendieron que los resultados son importantes, pero no menos relevantes son los procesos que amalgaman el esfuerzo de todo un grupo que apuesta siempre por la construcción colectiva y no teme dejar de lado los individualismos.

Manu Ginóbili nunca ha dicho querer ser ejemplo de algo, aunque sabe que lo es. A su extraordinaria calidad técnica para lograr las proezas que hizo en la meca del baloncesto en épocas en que para un sudamericano era misión imposible triunfar en la NBA, le sumó la esencia más pura de su propio ser, basada en lo que no se compra ni vende: la capacidad de liderazgo, la educación, el respeto a los valores y los principios y la humildad.

Sería demasiado cargar sobre sus espaldas ponerlo de ejemplo para emular por la sociedad argentina poco adepta a la construcción colectiva. Si hasta no parece un sujeto surgido de nuestra sociedad, mal que nos pese. Manu sintetiza grandeza con humildad, la fórmula que ya lo transformó en leyenda.


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