Editorial

Más trabajo legislativo, pero más escribanía del Gobierno que nunca


La buena noticia es que el Parlamento aprobó el doble de leyes que en años anteriores, lo cuestionable es que la mayoría provenía del Poder Ejecutivo. Esto implica que en el ideario kirchnerista, el Congreso es una expresión del poder obtenido electoralmente y debe funcionar exclusivamente para el Frente para la Victoria y sus aliados. De este modo se postergan muchas propuestas de la oposición y del propio oficialismo, sencillamente porque no cuentan con “la venia” de Cristina Kirchner.

De modo que la agenda parlamentaria tuvo la fuerte impronta K. 

En 2014 el Congreso sancionó 83 leyes provenientes del Poder Ejecutivo, más del doble que el año pasado. Esta cifra supera largamente el promedio de 45 leyes anuales que el Congreso le aprobó al Gobierno desde 2007, cuando Cristina Kirchner asumió como presidenta.

En rigor, fue 2014 uno de los años en que más se “trabajó” de los últimos tiempos en materia legislativa, si de producción se trata. Se aprobaron 187 normas en total, de las cuales 104 tuvieron origen en el Poder Legislativo y las restantes 83 en el Ejecutivo. Mucho mejor que la del año pasado, en el que se sancionaron sólo 86 normas en total. La mayor probación de leyes, no obstante no generó tantos debates como debiera, porque los diputados oficialistas y sus aliados provinciales en esta oportunidad han aprobado normas de una semana para la otra, a libro cerrado, por “obediencia debida”. En realidad, precisamente, no se modifica una coma de una ley cuando no se necesita el consenso opositor. Si con el oficialismo y sus aliados alcanzaba el número mágico para aprobar, la norma así salía despachada como una aspirina de una farmacia.

Este comportamiento no es sólo kirchnerista, todos los Gobiernos los han utilizado, en más o en menos, cuando han tenido mayoría propia. Así salieron las privatizaciones de Carlos Menem casi a libro cerrado, por ejemplo. Sin embargo, el oficialismo, en cualquier época, acepta cambios en las normas que envía el Poder Ejecutivo sólo cuando no le alcanzan los votos propios. 

Es que nuestra cultura democrática tiene, en general, un germen autoritario, el que tiene la mayoría la usa y el que no la tiene esconde al lobo bajo una piel de cordero para lograr el número. Porque, en definitiva, el oficialista se pone ciego por sus funcionarios en el poder y la oposición tiene la misma actitud. 

Cuando los peronistas han sido oposición, como en épocas de Alfonsín o De la Rúa, se tornaban francamente insoportables, ponían palos en la rueda en el Parlamento, los gremios se volvían huelguistas salvajes. Es así como se perdió la oportunidad de aprobar la llamada Ley Mucci, de democratización de los gremios en 1984 y aún esperamos que alguien se anime a reeditarla.

Cuando los radicales eran fuertes, también eran opositores de oídos cerrados a nivel nacional. En la provincia de Buenos Aires, en cambio, siempre pactaron con el peronismo, leyes a cambio de puestos y favores. De modo que aunque no estuvieron en el poder bonaerense desde la gobernación Armendariz, fueron copartícipes de los conflictos provinciales.

Siguiendo esa lógica y siendo el kirchnerismo mayoría y teniendo un gérmen autoritario quizá más marcado que otros movimientos, prácticamente no hubo agenda consensuada con la oposición, al punto de que en la Cámara de Diputados hubo récord de sesiones especiales, es decir, en las que el oficialismo impuso el temario. Lo hizo sin necesidad porque tiene la mayoría. Antes esto se acordaba con la oposición, aunque fuese una hipocresía porque la parte del león la llevaba el oficialismo. Pero se armaba una agenda común y algo la oposición filtraba para su aprobación.

Y claro, si se aplica sólo la mayoría, se sancionaron los nuevos códigos Civil y Comercial y el Procesal Penal de la Nación; también, las leyes de comunicación audiovisual; de inversión para la explotación de hidrocarburos; una nueva norma para regular el abastecimiento, y, por si fuera poco, otro canje de deuda soberana. Todo sin chistar y sin apoyo opositor.

Para evitar problemas y que los temas tomaran alto perfil en los medios (no siempre lo consiguieron), se aprobaron los proyectos rápidamente, con escaso debate en las comisiones y, por ende, con muy pocas modificaciones en sus articulados. Las únicas excepciones fueron la Ley de Comunicación Audiovisual y el Código Procesal Penal, en los que, como había planteos en el propio oficialismo, el Poder Ejecutivo tuvo que torcer el brazo. Pero poca cosa.

La mayor cantidad de leyes obligó a aumentar las sesiones, lo que es positivo, porque los legisladores deben trabajar, aunque haya algunos que porque se candidatean ni pisan el recinto y nunca están presentes en las leyes discutidas. Porque quieren quedar bien con propios y extraños.

En cuanto a la cantidad de sesiones, indica que en el Congreso hubo 40 sesiones en ambas cámaras (19 sesiones en Diputados, 21 en Senado), de las cuales 6 fueron de carácter informativo (tres por cada cámara) en las que el jefe de Gabinete dio cuenta del estado de la gestión. Así, hubo en total 12 sesiones más que en 2013, incluyendo la última de la semana pasada, cuando se convirtió en ley la elección de los legisladores del Parlasur en forma simultánea con la de presidente y vice.

Para ser ecuánimes en el análisis, hay que reconocer que hubo proyectos aprobados que no fueron de la presidenta. Pero miremos un poco de qué se tratan: declaraciones de todo tipo Pico Truncado, como Capital del Hidrógeno; a Bariloche, como Capital del Chocolate, y a Oberá, como Capital de los Inmigrantes, por ejemplo. A esos proyectos, que son sólo papeles sin valor, el kirchnerismo tuvo la “generosidad” de dejarlos pasar y hasta aprobarlos por unanimidad. Hay otros ejemplos, que si no fueran trágicos (porque son legisladores) sería cómicos: se establecieron los días nacionales del mate, del orgullo villero, del humorista, del barrendero, del inmigrante libanés, del abogado laboralista y, por qué no también, del empresario nacional. Falta que decreten el Día Nacional del Pan Dulce con Frutas, pero no perdamos las esperanzas, ya se le va a ocurrir a algún legislador, de esos que tienen escasas ideas sobre los problemas de fondo o justifican su puesto y salario logrando para sus territorios estas medidas “simpáticas”.

Tendría que haber un filtro legislativo en cada bloque, que el presidente, aunque algún miembro se le ofenda le diga: “Esta propuesta no la podés llevar al recinto”. Porque deberían explicarle que es lo mismo que salir a la calle con un bonete y una nariz de payaso. Pero todos son colegas diputados y nadie se anima a frenar al otro.

Lo que lamentamos es que hubo temas marginados en la agenda legislativa. Por ejemplo, el tema seguridad estuvo prácticamente ausente, al igual que el problema inflacionario. Y aunque al Poder Ejecutivo no le guste, son los problemas que están al tope de todos los sondeos de opinión de los ciudadanos respecto de asignaturas a la espera de una solución. O al menos de un debate que haga ver a la sociedad que sus representantes están en la misma sintonía. 

En fin los legisladores deberían ponerse los pantalones largos, menos obediencia debida y más creatividad.


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