Editorial

No debemos esperar la vacuna


Si hay un tema que preocupa a toda la humanidad desde finales del año pasado, es el del Covid-19, originario de China y expandido a todo el mundo, con lamentables consecuencias que se siguen viendo reflejadas en los números, contundentes tanto en personas infectadas como fallecidas.

Desde hace varios meses, diferentes laboratorios vienen trabajando con esfuerzo y millonarias inversiones en el desarrollo de una vacuna para combatir a un virus del que no se tienen demasiados conocimientos, al margen de ciertos avances que lograron últimamente los investigadores.

La gente está cansada de vivir con miedo y no poder salir a la calle con tranquilidad. Los más confiados, están agotados de limitaciones a sus actividades y desplazamientos. Y todos, sin excepción, están angustiados ante la incertidumbre de no saber hasta cuándo viviremos así y en qué condiciones quedarán el país y el mundo.

Por ello, el hallazgo de una vacuna que ponga fin a esta crisis generalizada es una esperanza con la que sueñan millones de personas en todo el planeta.

Actualmente hay más de 150 vacunas en las que se viene trabajando en el mundo, por lo que es posible que en algún momento aparezca una lo bastante efectiva como para frenar el número de contagios, aunque sea parcialmente, que es el primer objetivo al que se apunta.

Existe algún tipo de señales para ser optimistas, pero no hay garantías de que se vaya a encontrar en un futuro cercano una vacuna que logre frenar esta pandemia.

Por este motivo, contemplar todos los posibles escenarios y tener un plan B en el que no se incluya la vacuna como solución es un ejercicio necesario de responsabilidad y sinceridad.

Lamentablemente, si de algo estamos seguros es que el coronavirus llegó para quedarse por un tiempo indefinido entre nosotros. Está claro que no es prudente crear la falsa esperanza de que vamos a contar en breve con una vacuna o tratamiento efectivo, porque eso puede ser un arma de doble filo que podría generar una enorme decepción si las expectativas no se cumplen.

Los anuncios que aseguran que tendremos una vacuna este año pueden suscitar desconfianza en la población, teniendo en cuenta que los plazos se continúan recortando respecto de los habituales para este tipo de producciones, lo que genera resquemor no solo en cuanto a su efectividad sino también en relación con posibles efectos adversos.

Por otro lado, un exceso de optimismo podría conducirnos a una sensación de falsa seguridad y dar lugar a una relajación de las medidas de prevención y control del virus que en determinados casos se mostraron eficaces.

No hay duda de que las vacunas están entre los grandes avances de la historia de la humanidad y la mejor forma de prevenir y reducir las enfermedades infecciosas. De hecho, la Organización Mundial de la Salud, hoy muy cuestionada a raíz de esta pandemia, estima que evitan de dos a tres millones de muertes al año.

Gracias a las vacunas se consiguió erradicar una enfermedad tan letal como la viruela y prácticamente a extinguir la poliomielitis. Por ello, nadie tiene que extrañarse cuando  al oír la palabra vacuna pensemos que será la solución definitiva para el Covid-19.

Una vacuna es nada más ni nada menos que cualquier preparación destinada a generar inmunidad contra una enfermedad produciendo anticuerpos. En la teoría parece resultar algo sencillo, pero a la hora de ponerlo en práctica es un proceso demasiado complejo para los laboratorios y para los propios investigadores.

El desarrollo de vacunas presenta muchos desafíos para lograr que sean seguras y efectivas, por lo que tampoco este caso es una excepción. Por ello, es importante conocer las limitaciones y los problemas que se pueden encontrar para no caer en un exceso de confianza en su efectividad y en los plazos de entrega.

Estas son algunas de las múltiples razones por las que hay que ser realistas y no esperar que aparezca una vacuna milagrosa que nos libre de esta pandemia de forma inmediata.

El proceso normal para hacer una vacuna es de entre 10 y 15 años. No se puede esperar tener una perfecta en menos un año y que nos permita volver en un tiempo relativamente breve a nuestra vida anterior. Por ello es imprudente que la máxima autoridad sanitaria de Argentina haga declaraciones estimando plazos inminentes sobre tan delicada cuestión. ¿Qué información maneja Ginés González García que, aparentemente, el resto del universo desconoce?

El acortamiento que se está observando en la fase de investigación pre clínica en la que se estudia la vacuna en cultivos celulares y en animales es inusual y un reflejo de la urgencia con la que se viene trabajando.

En el año 1984, cuando se identificó el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH) como el responsable de la pandemia de Sida, la Secretaría de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos declaró que la vacuna podría estar disponible en un plazo de dos años. Hoy, octubre de 2020, 36 años después, todavía no existe. Si bien comparar el VIH con este nuevo coronavirus no sea lo más acertado, sirve para hacer notar que hay veces en las que no se encuentra la manera de desarrollar una vacuna efectiva. ¿Qué hacer entonces? Pues lo mismo que con el Sida: aprehender (sí, con “h”) y poner en práctica todos los días de nuestra vida aquellas estrategias que nos mantienen lejos del virus: en el caso del Sida, usar preservativo al mantener relaciones sexuales y material descartable para inyectar nuestro cuerpo, entre otras. En el caso del Sars-Cov-2, las sencillez de lavarse las manos, mantener las distancias (y en cercanía usar tapabocas), no compartir utensilios.


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