Editorial

No se puede tapar el sol con un dedo


De todas las reacciones que el madurismo -nacional e internacional- posterior a que se conociera el  informe de Michelle Bachelet, la más desconcertante fue la de invitar a un gurú. Dos días después de que la alta comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas presentara un demoledor reporte sobre la crítica situación de los derechos humanos en Venezuela, Nicolás Maduro apareció con Sri Sri Ravi Shankar en el Palacio de Miraflores, anunciando gozoso: “Estuvimos hablando sobre la necesidad de una nueva humanidad. [… ] Me habló de la necesidad de construir la unión nacional”. ¿Lo dice en serio o se está burlando? ¿En realidad piensa que algo así puede contrarrestar la investigación de la ONU? ¿En qué cree Nicolás Maduro? ¿Qué es lo que él entiende por unión nacional?

Una de las consecuencias más contundentes del informe de Bachelet tiene que ver con el problema de la verdad en Venezuela. Porque como decía Perón, “la única verdad es la realidad”. Y la realidad -más allá de la fe o de las especulaciones- ocurre en temas como la salud, la alimentación o la violencia en el país. El documento destaca cómo el gobierno ha impuesto una hegemonía comunicacional para aniquilar el periodismo independiente y esconder la realidad. Pero no se puede tapar el sol con un dedo y con información precisa como aporta el documento, queda sin sustento a la narrativa oficial. Frente a la investigación de la ONU, la retórica chavista queda al desnudo. Se reduce a un balbuceo infantil, predecible. Obviamente que las reacciones oficiales se han centrado en señalar que se trata un informe “manipulado”, “falso”, “sesgado”, “cargado de mentiras”, “descontextualizado” sin aportar ningún dato concreto que pueda refutar lo que señala la investigación. Es más fácil decir que Bachelet es una marioneta del imperio que enfrentar la responsabilidad del Estado en más de 6.800 ejecuciones extrajudiciales. Sí, ejecuciones, en pleno Siglo XXI y en un país que se dice democrático.

Hace dos décadas, Venezuela era uno de los países latinoamericanos con mejores niveles de vida pero con una democracia mediocre, teñida por problemas de corrupción y grandes desigualdades (las dos últimas, realidades compartidas con casi toda la región). Hoy es un país en ruinas. Todas las plagas han caído sobre ella. Las que más conmueven: el hambre y la violencia estatal.

Venezuela se ha vuelto un país donde la vida no vale nada. Literalmente. No vale lo que fuiste ni lo que tuviste porque para sobrevivir tenés que irte, no vale lo que hacés porque con tu sueldo no podés comprar más que la comida para un par de días, ni vale la vida misma porque la sola expresión en contrario te puede significar prisión o muerte. Hoy Venezuela  tiene la tasa de homicidios más alta de América Latina: 57 por cada 100.000 habitantes. Pero en 2017 este índice llegó a 89 por cada 100.000 habitantes (en Argentina en 2018 fue de 5.8 por cada 100.000). De los 26.000 homicidios que se registró el año pasado, más de 5.000 se atribuyen a las fuerzas de seguridad.

Todo esto ocurre con un gobierno autoritario, con instituciones controladas por el chavismo, elecciones amañadas, sin libertad de prensa, con control militar de muchas actividades, así como una corrupción galopante.

La comunidad internacional ha ido girando desde los cuestionamientos de diverso calibre al aislamiento y las sanciones económicas. Si bien con lentitud, América Latina ha pasado a la abierta condena, con las notorias excepciones de Bolivia y Nicaragua. En Argentina la condena llegó del mano de la actual gestión; huelga aclarar (es solo cuestión de recordar), que el kirchnerismo siempre validó el accionar de Maduro y que ahora, en tiempos electorales, se mantiene en silencio al respecto. Sin dudas es un tema que incomoda a los K, por las contradicciones que lleva implícito el apoyo irrestricto brindado a Chávez y Maduro.

Lo peor de la actualidad venezolana es que no hay salida rápida ni fácil. Es que si bien en Venezuela la oposición es ya muy mayoritaria, no logra articular estrategias que permitan el fin del régimen de Maduro.

El informe Bachelet es un paso fundamental por restituir la noción de verdad con respecto a lo que sucede en Venezuela. Más de 6.800 ejecuciones extrajudiciales destruyen cualquier espejismo discursivo. Deja claro que la violencia, más que una amenaza extranjera, ahora es una cruda acción interna. El chavismo debe asumir que su relato ya no es verosímil, que su versión de lo real es insostenible. Debe entender que la comunidad internacional no va a cesar su vigilancia ni su presión. Debe aceptar que la negociación no es una forma de distracción. Que el diálogo no se da de manera aislada, en una comisión o en una isla. Que se trata más bien de un proceso permanente que toca todos los ámbitos, que exige cambios concretos. Que la fantasía de la revolución se agotó.


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