Editorial

No se ve luz al final de la avenida del medio


Hace apenas seis meses Roberto Lavagna emergió como la “novedad” pese a sus 77 años; se lo sindicó política y mediáticamente como el que podía romper la grieta y poner al país en el camino del crecimiento, como cuando fue ministro de Economía.

Pero nada es espontáneo en la política. Ni siquiera la aparición en medias y ojotas. El resurgimiento de Lavagna vino de una encuesta que había llegado a manos de un viejo lobo del peronismo, Eduardo Duhalde, el mismo que lo hizo volver de Suiza en 2002 para que se hiciera cargo de una economía en llamas.

De pronto, Roberto Lavagna era la gran esperanza. No solo algunos peronistas se ilusionaron. También, los socialistas santafesinos y sobre todo los empresarios, temerosos de otro descalabro económico.

Cuando vieron que la ola crecía, los radicales se sumaron al entusiasmo. Primero fueron los rebeldes, como Ricardo Alfonsín, y luego la cúpula partidaria. Al fin de cuentas, en 2007 fue candidato a presidente de la UCR anti K.

Tanto se ilusionaron en el radicalismo, que lo vieron como la mejor opción presidencial cuando Mauricio Macri se desplomaba en las encuestas. Con ese fin, armaron un operativo para reformular Cambiemos y acercarlo.

Lavagna no se movió de su postura inicial: “Ni Macri ni Cristina”. Sus potenciales aliados iniciales del peronismo, claudicaron: Sergio Massa volvió a los brazos del kirchnerismo y Pichetto terminó en el oficialismo.

El único que quedó de aquel proyecto que se llamó Alternativa Federal es Juan Manuel Urtubey, el candidato a vice.

Hoy, las mismas encuestas que lo encumbraron muestran a Lavagna muy lejos de la pelea. La polarización se lo devoró. La intención de voto a su favor oscila entre 7 y 11 puntos, con tendencia a la baja.

Haciendo un promedio, podría sacar en las Paso la mitad de los 18 puntos que obtuvo cuando se postuló en 2007. Lo que no variará es la ubicación: tercero.

Fuentes muy cercanas al exministro Roberto Lavagna, y a su Consenso Federal, aseguran que ya “abandonó” el proyecto presidencial de ese frente con el gobernador Juan Manuel Urtubey como vice, y después de haber logrado gran expectativa meses atrás. “Ahora sigue para lograr algún espacio, pero solo para que Marco Juan (el hijo y actual diputado nacional del Frente Renovador desde 2015) pueda renovar su banca”, confió una fuente al medio Ambito Financiero.

Entre aquella esperanza del verano y este presente sombrío, pasó de todo, pero el postulante de Consenso Federal tuvo mucha culpa. Está claro que sabe de economía, pero la política y sus tiempos son una materia muy distinta.

Lavagna y sus zigzagueos confundieron a propios y extraños, casi tanto como las ojotas con medias que usó en el verano. Antes de definirse, estuvo meses diciendo que no sabía si finalmente sería candidato.

Entre idas y vueltas, exigió ser nominado por consenso, se distanció de Massa y una y otra vez se negó a competir en internas. Nunca entendió que ganar una Paso lo hubiera potenciado. El camino que eligió, en cambio, lo debilitó.

“¿Cómo iba a hacer una interna con los que se estaban yendo? Sabíamos que Massa y Pichetto se estaban yendo”, argumentó hace unos días.  Y sobre la fallida Alternativa Federal opinó: “Nunca se iba a consolidar. Era un rejunte”.

Tal vez, sus exsocios hayan sido un rejunte, pero varios de sus aliados actuales son peores aún: hay una puja judicial en Capital Federal por una lista de legisladores; Luis Barrionuevo, líder vitalicio de los gastronómicos, cercano a Duhalde y siempre polémico, se adueñó de las listas bonaerenses y dejó afuera a Margarita Stolbizer, la única dirigente que podía darle algo de lustre.

Tal vez la polarización haya sido inexorable esta vez, pero la historia democrática reciente demuestra que son muchos los escenarios posibles en el país.

Hubo polarización hasta ahora en cuatro presidenciales: en 1983, cuando ganó Raúl Alfonsín se impuso a Italo Luder, y en 1989 y 1999, con las victorias de los opositores Carlos Menem y Fernando de la Rúa ante oficialismos desgastados.

La cuarta que podría encuadrarse como polarizada es la de 2015: aunque Scioli y Macri no sumaron más que 71 por ciento de los votos, sí dejaron bastante atrás al tercero, Massa.

En 1995 y 2011, Menem y Cristina buscaron la reelección y ganaron con contundencia.

En 2007, Néstor Kirchner no fue candidato pero sí su esposa, en una suerte de reelección delegada, y también hubo triunfo holgado. En las tres, el segundo quedó más cerca del tercero que del primero.

Luego está el extraño 2003: el país venía de su mayor crisis, del “que se vayan todos” y hubo una elección atomizada, donde el primero sumó apenas 24 por ciento y el segundo, 22.

La caída de Lavagna no solo es un golpe al ego de un hombre sino que deja sin una opción competitiva al enorme sector de la sociedad que preferiría que el próximo gobierno no tenga nada que ver con Macri ni con Cristina. Pero que los votantes potenciales estén allí, a la espera, no basta: hay que saber interpretarlos, guiarlos y convencerlos.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO