Editorial

Nos autoinfligimos los problemas


la recesión económica que sufría la Argentina desde hace dos años se le sumaron en este 2020 las crisis socioeconómica, sanitaria y laboral ligadas a la pandemia de consecuencias nefastas pero cuya profundidad, a esta altura, es imprevisible. “Lo peor está por venir”, coinciden especialistas en economía, sanitaristas, empresarios o sindicalistas, en lo que representa un consenso que no reconoce grietas. En un año tan negativo en el que nada parece salir bien, al menos ahora parece que la tormenta del default se disipa en el horizonte nacional, al suscribirse el acuerdo con los bonistas. Esto dará la escasa certidumbre que se puede encontrar en un escenario que no cesa de temblar.

La máquina de emitir dinero que tiene el Banco Central repercutirá en la inflación, más temprano que tarde, también coinciden los analistas. Lo que empeorará las cosas en un país que rara vez logró desprenderse de la pesada mochila inflacionaria. Este sostenido aumento de los precios impacta, periódicamente, en el tipo de cambio, pues de tanto en tanto se registra la depreciación del peso y por contrapartida una apreciación del dólar. Se trata de las lamentablemente ya tradicionales devaluaciones que modifican la estructura de precios internos, que conllevan una inevitable lista de ganadores y de perdedores.  En lo doméstico, esto se hace perceptible para el ciudadano de a pie cuando el precio de los bienes y servicios que consume deja de guardar una relación lógica entre sí. Ejemplo: ¡Qué caro este par de zapatillas! Pero cuesta lo mismo que una salida de una familia tipo a comer unas hamburguesas.

Para salir de este paradigma infame la Argentina necesita crecer, necesita exportar, necesita educar, necesita trabajar. No importa cuándo leas esto. Es una angustiante verdad desde hace años. Tenemos todos los elementos para solucionar esos problemas: exportando más.

Con exportaciones se llega a muchos más consumidores, por lo que se produce más, se genera más empleo, se pagan más impuestos, el Gobierno recibe dólares y, sobre todo, hay actividad económica en todo el país. Porque a diferencia de la industria, el campo y las Pymes son federales, proveyendo trabajo en toda la geografía nacional, incluso allí donde ni siquiera llegan los servicios (y por esa misma razón no hay radicaciones industriales).

Al exportar, la economía crece en su conjunto porque es más fácil generar fondos para solventar una buena educación, pagar infraestructura y crear muchos empleos.

Si nos dedicamos solo al mercado interno, por bueno que sea, siempre será menos lo que entre todos los argentinos podemos consumir que si vendemos al resto del mundo. Doblegar con impuestos al exportador simplemente hace que haya menos producción.

Como ejemplo, de cada 100 dólares de soja al productor le quedan, en los años buenos, entre 3 y 4 dólares, y los 96 restantes se distribuyen en el Gobierno, insumos, contratistas y empleados.

Un poco menos extrema es la situación de absolutamente todas las otras exportaciones.

Argentina se dispara un tiro en los pies cada vez que cobra retenciones. Peor aun, cuando ni siquiera se puede exportar. Vayan ejemplos: a mediados de julio, había más de 500 toneladas de mariscos pudriéndose en las rutas del sur por conflictos gremiales.

No solo no protejemos nuestro mar de la pesca ilegal de otros países sino que nuestros productores nacionales no pueden vender la suya.

Cuando se rompe un silobolsa el productor queda endeudado y sus proveedores y el Estado no podrán cobrar, y quién sabe si se podrá sembrar el año que viene.

Cuando se impide la entrada de algunos insumos básicos por control de las importaciones, tampoco se puede producir.

Nótese que ninguno de estos problemas está relacionado ni con la cuarentena, ni con la pandemia, ni con la deuda. Sin exportaciones, solo podemos contar con nuestros recursos. Difícilmente se pueda atraer inversiones para un mercado chico cuando invirtiendo en otro país se puede atender al interno y al mundo.

No es solamente una cuestión de impuestos altos o muchas regulaciones sino de mercado chico y pocos clientes.

Debemos contentarnos con utilizar solamente nuestra propia capacidad de ahorro, que es muy pequeña (por recesión, por impuestos, por baja productividad, por elevados costos).

Tenemos control de precios pero hay como 10 valores diferentes para el mismo producto (el dólar). En resumen, deterioramos la capacidad de producir, que es lo que más necesitamos. Este es un tema que está muy por encima de todo debate ideológico, no es de izquierda o derecha, liberal o conservador.

Todos los países quieren exportar más para mejorar el bienestar de su sociedad.

Nos autoinfligimos problemas. Nadie quiere que seamos un país que no puede caminar, que además se hiere a sí mismo y cae de rodillas. Será más fácil levantarse con exportaciones.


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