Editorial

Objetivo: llegar a octubre, aunque sea dando tumbos


El Gobierno “está nervioso”, diría el extinto Néstor Kirchner. Es que pasan los días, nos estamos por meter de lleno en el cronograma electoral y no paran de aparecer noticias negativas sobre la economía. Las encuestas empiezan a poner más en duda las posibilidades de reelección de Mauricio Macri y hasta se habla de quiénes podrían sucederlo.

El tema es que mientras el Gobierno no cuenta con buenos datos para exhibir ni tiene “espalda” para seguir prometiendo mejoras en el futuro inmediato, tampoco desde la oposición se ha explicado cuál es ese otro camino posible que tanto aluden.  Solo se sabe que los actuales van por respetar a rajatabla la baja del gasto público y algunos aspirantes plantean  “aflojar” ese grifo y ya imaginan nuevos impuestos para generar los recursos para subsidios y otras ayudas.

Pero tanto uno como otro camino no constituyen un programa, una hoja de ruta para salir de este espiral negativo y plantarnos en un círculo virtuoso.

En el pasado los problemas de la economía se originaron por causas exógenas a la gestión nacional, como la suba de las tasas en EE.UU. y el aumento del precio del petróleo; a ello se sumó la fuerte pérdida de la cosecha como producto de las lluvias. Fue lo que Macri describió como la “tormenta perfecta”.

Pero esta tormenta encontró a la economía argentina con las defensas bajas. Un fuerte déficit fiscal que se venía financiando con emisión de deuda en el exterior y un ritmo muy débil de la economía merced a que el Banco Central hacía muchos esfuerzos para conseguir metas de inflación imposibles de alcanzar. Para esto mantenía altas tasa de interés e impedía que el dólar siguiera el ritmo inflacionario, lo que generó un fuerte atraso cambiario, que se corrigió con la brusca devaluación ocurrida entre abril y julio de 2018.

Hoy el panorama luce distinto. No hay condicionantes externos, al menos de corto plazo. Por otra parte, este año terminaría con equilibrio fiscal.

Ya no puede hablarse de factores exógenos y estamos cada vez peor; encima, para contener los humores, se suceden medidas que atentan contra la salubridad macroeconómica a duras penas lograda, como que el Banco Central recurra a insistentes licitaciones de Leliq para tratar de absorber circulante, emitiendo para pagar los respectivos intereses cuando el acuerdo con el FMI mantener congelada la base monetaria. Ese, entre tantos otros fallos incomprensibles. Incluso errores desde lo estrictamente político electoral, como no posponer el plan de adecuación de tarifas de servicios, aumentos que no solo traccionan por sí mismos la inflación sino que además llevan a un incremento de los costos productivos y logísticos que luego llega a las góndolas. Es decir que el Gobierno, con una sola decisión política que no está tomando abarcaría dos aristas para el descenso de la inflación, algo que impactaría no solo en el bolsillo sino también en las urnas.

Hoy la economía no solo está en recesión sino que también está trabada. Aun sin crecer la base monetaria (sin emisión descontrolada), la inflación sigue creciendo por la presión que ejercen las tarifas y la indexación de los precios regulados. Para que no suba la inflación suben las tasas, alientan la especulación financiera y se atrasa el dólar. Cuando la tasa baja, sube el dólar y este también empuja la inflación. Parece que el equipo económico se ha quedado sin argumentos.

La política económica tan errática lleva a la conclusión de que el problema es la ausencia de un plan económico subsistente. En cambio, lo que tenemos es un programa de corto plazo para salir de una urgencia electoral. Pero a su vez, en términos de estrategia electoral también están fallando.


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