Editorial

Padres, primeros y últimos responsables por sus hijos


Atravesamos una semana en los jóvenes tienen un protagonismo histórico: la llegada de la Primavera y el Día del Estudiante son efemérides constituidas y apropiadas por los chicos, que si bien coinciden en una misma jornada, de un tiempo a esta parte, se ha extendido tres días: el día en sí, con asueto y festejo diurno; el 20, con actividades recreativas coordinadas desde las escuelas, y el 19 por la noche, en que los chicos hacen “la previa” durante toda la madrugada hasta la hora de ingresar al colegio para compartir un largo recreo que dura toda la mañana (o la tarde para quienes van al turno vespertino).

Hasta no hace muchas décadas, solo estaban el pic-nic y el baile de la primavera y ahí se terminaba todo, en la madrugada del 21 de septiembre. A las más chicas los padres las iban a buscar a la confitería y las más grandes se iban con el novio del momento o el grupo de amigas.

Eran épocas donde con relativo poco esfuerzo los padres sabían con bastante certeza dónde estaban sus hijos para estos festejos. Sin embargo es de destacar que ese esfuerzo la familia lo hacía y había un inevitable control de esa minoridad alborotada.

Atravesamos una época muy distinta, no solo porque la adolescencia tiene otras características en la actualidad sino, y sobre todo, porque las relaciones familiares son cada vez más laxas, los controles de los padres son cada vez más escasos y es así como termina el Estado teniendo sobre los hombros responsabilidades para con los chicos y la nocturnidad que exceden los que son propios.

Cuando se trata de diversión nocturna, hemos planteado en otras oportunidades que la ley vigente que prohíbe el ingreso de menores de 17 años a espacios donde también hay mayores, ha resultado ser más un perjuicio que una ayuda para proteger a los adolescentes. La imposibilidad de asistir a un lugar donde se garantiza el cumplimiento de las normas de seguridad porque caso contrario no pueden mantenerse abiertos ha generado un vacío que los propios chicos se ocuparon de llenar con fiestas privadas, llamadas por ellos “previas eternas” (porque en realidad no son el anticipo de nada posterior porque no tienen dónde ir). Allí nada está garantizado en cuanto a su bienestar: van a poder consumir alcohol indiscriminadamente, no hay personal de seguridad, los espacios no cuentan con medidas como matafuegos o salidas de emergencia, pueden fumar y nadie controla la cantidad de personas por metro cuadrado. Un combo perfecto para la fatalidad.

Son fiestas en espacios privados, casas o quintas, que los chicos se encargan de mantener ocultos, revelando las coordenadas sobre la hora y a ciertas personas, para que no se anoticien las autoridades. Lo peor es que si la ley cambiara y pudieran estos chicos ir a los boliches -que tras Cromañon son ámbitos hiper controlados- posiblemente ya no irían, porque se afianzaron en esta modalidad de fiesta.

En la madrugada del jueves comenzaron en Pergamino los festejos de época, con un gran evento en un club, convocado por los propios chicos, especialmente los que se gradúan este año, pero sin darse a conocer los nombres de los responsables de la organización, tampoco si había algún adulto que pudiera responsabilizarse si hubiera sucedido algún hecho no deseado. Afortunadamente (y solo por el factor suerte) nada grave sucedió más que explosiones de bombas de estruendo, silbatinas y batucadas a lo largo de su tránsito entre el lugar del festejo, la panadería de la Avenida que es punto de encuentro y luego el destino final en cada escuela.

La transgresión natural que hay en los adolescentes de cada generación y el instinto a romper las reglas se encuentra hoy con nuevos compañeros de aventuras: los padres.

Hay adultos que cometen el error de pensar que están más cerca de los chicos haciéndose los “amigos” de sus hijos y ofreciendo beneficios que no son acordes a la edad. A modo de ejemplo, hablábamos de que los adolescentes no están autorizados a ingresar a boliches nocturnos y terminan participando de fiestas privadas, donde los controles son inexistentes. Pero resulta que los menores no cuentan con propiedades para hacer estas fiestas, por lo que hay necesariamente un adulto que les facilita el lugar (el padre que se cree “amigo” de los hijos por ejemplo). No es un cuestionamiento a esta decisión por parte de un padre, que es al fin quien decide sobre su hijo, sino un llamado a asumir la responsabilidad completa: si como padres participas de un ilícito (fiesta no declarada, alcohol a menores, espacios no habilitados para ese fin, etcétera), hay que asumir las consecuencias y no, ante los hechos desgraciados consumados, culpar al Estado que estuvo ausente en el cuidado del menor, justamente porque un adulto optó y permitió la clandestinidad.

Lo mismo de asumir responsabilidad y no delegar el cuidado de los hijos en el Estado le cabe al padre que, sabiendo cómo son las cosas, admite que su hijo participe como invitado. Nuevamente, la decisión de dejar o no ir a tal o cual lugar es del fuero íntimo de cada familia, pero esa decisión tomada a sabiendas de las condiciones en que se plantea la salida implica asumir que el Estado no podrá estar ahí con sus parámetros de seguridad para protegerlo. O bien, que en caso de dar con el acto ilícito, las autoridades deben actuar. Decimos esto porque hay cierto “gataflorismo” nacional cuando de imponer orden se trata: si los chicos están haciendo disturbios o exponiéndose el riesgo y la Policía interviene, se alzan las voces de alto a la represión y se esgrimen argumentos de “dejarlos hacer porque son chicos y es natural que festejen así”. Ahora, si los potenciales riesgos que se querían evitar se consuman y la tragedia ocurre, entonces el clamor es otro: ¿”Dónde estaba el Estado que permitió que esto sucediera?”.

La adolescencia es una etapa única, emocionante, divertida, despreocupada,  pero también de mucha vulnerabilidad, por eso es clave la responsabilidad de los padres, quienes no pueden desentenderse de los menores pensando que el Estado debe hacerse cargo y ejercer de niñeros empáticos, es decir cuidarlos pero sin que se enojen. Lo que debe hacer el Gobierno es garantizar las condiciones para que se desarrollen festejos con normalidad, pero no puede ni debe reemplazar a los padres, que son los que deben saber a ciencia cierta lo que le están permitiendo hacer a sus hijos y responsabilizarse ellos mismos por las consecuencias, ya que se trata de menores.

Y en esto debemos ser serios porque no solo muchas familias se desentienden de los chicos y los dejan hacer lo que les venga en ganas en la calle, sino que cuando el Gobierno se ve compelido a intervenir para evitar algún desmán o para frenar uno ya en marcha, muchos de esos padres desaprensivos giran 180 grados defendiendo a los chicos, desconociendo los hechos aunque estén a la vista y atacando a las autoridades. En fin que cartón lleno.

La verdad es que esperamos que en estos días se atraviesen los festejos de la primavera en un marco de alboroto lógico, sin tener que lamentar incidentes y para eso apelamos al Estado municipal en lo que les compete pero sobre todo a los padres en la responsabilidad fundamental que les cabe respecto de sus hijos.


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