Editorial

Panorama de Venezuela


nivel interno, la popularidad de Juan Guaidó está desinflándose, puesto que no ha logrado cumplir con ninguno de los objetivos que se ha planteado. Lo mínimo que había dicho era que iba a ingresar la ayuda humanitaria a territorio venezolano, cosa que no pudo realizar. Ahora tiene una presión externa e interna, que lo va a obligar a tomar medidas radicales en los próximos días, las que no tienen total consenso dentro de la oposición. Por parte de Maduro, también se generará una situación bastante compleja. Si bien se podría decir que salió triunfante de esta batalla, la situación económica está cada vez peor y necesita tomar medidas, cosa que viene dilatando por la tensión que hay hoy en el país.

Queda claro que el régimen de Maduro ha decidido atrincherarse en el país y que no va a optar por ningún tipo de negociación, ni fórmula que permita encontrar una salida a la crisis. Ante esta realidad -que esperemos que Guaidó y la oposición tengan claro- lo único que queda es incrementar las fuerzas como única manera de lograr un cambio en Venezuela. No la fuerza física sino la fuerza popular y ciudadana, junto a la de los líderes regionales.

Por otro lado, es menester sostener la fuerza internacional; que además de la presión y el cerco de los países de la región, aparezca el mundo contra el régimen de muerte de Maduro, para que crezca la injerencia institucional de la Asamblea Nacional. En línea con lo último, el gobierno interino de Guaidó debería hacer más nombramientos en puestos clave, que sean reconocidos por sus aliados.

Lo que es inevitable es que sobrevenga una escalada en la tensión y una crisis todavía más profunda antes de lograr el cambio.

Es que la situación, tras la fallida intentona del fin de semana pasado, se ha agravado, porque a pesar de que la oposición y algunos grupos que estaban fomentando la violencia desde territorio colombiano salieron derrotados, van a seguir tratando de sacar a Maduro por la vía que tienen más a mano, que es la de la fuerza. Mucho más ahora que la oposición muestra crisis internas y se ha debilitado el liderazgo de Juan Guaidó, lo que hace que su voz de mando pierda rigor y la desesperación por accionar en contra de Maduro que hay en las calles se salga de madre.

Hasta el momento, la vía para el cambio político que está surtiendo más efecto es a su vez la más lenta: el socavamiento del poder militar del régimen. Internamente se ha retado al poder de facto de Maduro con una persona como Guaidó que asume la presidencia de manera interina, desarrollando una cantidad de acciones como las del sábado y las anteriores, que aunque no hayan resultado como se pretendía, merman la legitimidad del chavismo, demostrando que Maduro ya no tiene autoridad sino solo poder fáctico, de fuego. Lo que sigue es una guerra -en sentido figurado- de posiciones, donde cada actor dará un paso que ponga al otro contra la pared. La ofensiva hoy está en manos de la oposición, porque hay un caldo de cultivo que permite decir que no hay cohesión militar.

En términos diplomáticos, hablando de lo que desde afuera se está haciendo respecto de Venezuela, el Grupo de Lima descarta el uso de las Fuerzas Armadas para derrocar a Nicolás Maduro y declaró el último lunes la permanencia de su “régimen ilegítimo en el poder”, considerándolo “una amenaza sin precedentes a la seguridad, la paz, la libertad y la prosperidad en toda la región”.

Este grupo es una alianza de países americanos al que en los primeros días de febrero fue incorporada Venezuela, más precisamente el gobierno de Juan Guaidó, quien se juramentó a la cabeza del Poder Ejecutivo por encargo de la Asamblea Nacional (AN, Parlamento).

En una declaración final de 18 puntos tras una reunión de cancilleres y funcionarios en Bogotá, el Grupo de Lima pidió a la “Corte Penal Internacional que tome en consideración la grave situación humanitaria en Venezuela, la violencia criminal del régimen de Nicolás Maduro en contra de la población civil y la denegación del acceso a la asistencia internacional, que constituyen un crimen de lesa humanidad”.

La figura de Donald Trump, y todo lo que ella implica, subyace en cada paso que se da y estuvo latente en cada frenética acción del fin de semana pasado. Aunque su mayor preocupación por estas horas no es América Latina sino su reunión con el “dueño” de la amenaza nuclear, el líder norcoreano Kim Jong Un, el presidente norteamericano no deja de ser un actor clave en la cuestión venezolana. Trump también constituye una amenaza para los jefes de Estado de la región, habida cuenta de su temperamental diplomacia y su recurrente apelación al uso de la fuerza. Tal posibilidad es lo que, al fin, tiene ahora empantanadas las tratativas.

Es evidente que en la apuesta de Guaidó faltó información o bien le fue vendida “carne podrida”, respecto de que un sector de las Fuerzas Armadas iba a permitir la apertura de frontera o no se iba a mostrar en apoyo franco al gobierno de Maduro.

Guaidó también cometió el error de dar a entender que si la maniobra de ingreso de la ayuda humanitaria no funcionaba iba a venir el uso de la fuerza y así “cayó” en manos de la diplomacia norteamericana.

No había “plan B” en Venezuela; de todos modos, este primer intento fallido pero serio de llevar paz y legitimidad al pueblo tiene que funcionar como un  primer paso hacia una alianza entre a la oposición venezolana y la diplomacia regional, de manera tal de consolidarse como los artífices de una solución pacífica sin la intervención de Trump, tan afecto a solucionar todo por la fuerza.


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