Editorial

Producir o empobrecer, dos negocios posibles


Lo que Argentina vive en materia de dólares es lo que Macri produjo”. En México, el presidente electo Alberto Fernández volvió a apelar al argumento de la herencia recibida. Pero la campaña ya terminó y el problema del dólar requiere ciertas precisiones que un inminente presidente no debería ignorar.

Ese problema (y su correlato, la inflación) existía en la Argentina cuando ninguno de los presidentes de este siglo había nacido. Basta pasar revista a nuestra historia, pero no hay que ir muy lejos: la convertibilidad fue el máximo esfuerzo por resolver ese desequilibrio, y apenas se destapó, la olla a presión explotó. El primer cepo de Macri coincide con las Paso, es decir, con la irrupción de Alberto Fernández y la consecuente fuga hacia el dólar. Pero la novedad fue instalada por la compañera de fórmula en 2011, celebrando el 54 por ciento del triunfo kirchnerista.

Entre 2011 y 2015, el gasto público argentino se duplicó en valores constantes y pasó del 24 al 48 por ciento del PBI. Aumentó el gasto y se comprimió el ingreso; no hace falta aclarar lo que ello implica.

Lo venimos planteando desde hace tiempo: tenemos problemas estructurales, de larga data, que requieren objetivos claros y acciones duras y concretas. Nada que sea fácil, rápido ni exento de más sacrificios.

Para empezar, los diagnósticos más optimistas prometen un 2020 de recesión e inflación. El 11 de diciembre la gente va a empezar a olvidarse de Macri y les va a exigir respuestas a los Fernández. Esta semana, Juan Grabois, el abogado piquetero (y que invoca la representación papal), retomó el lenguaje provocador y amenazante: “Hay mecha corta en la Argentina”, dijo. Esa definición solo puede interpretarse de una manera: “Estamos al borde del estallido”; forzando el razonamiento, “estamos resueltos a desencadenarlo”, y analizando los propósitos finales: “Alberto, portate bien con nosotros”.

Grabois dice expresar a los “trabajadores de la economía popular”. Pero difícilmente un trabajador, de la economía que sea o como se la quiera llamar, auspicie o ansíe un estallido, lo cual no quiere decir que no hay sectores de la sociedad que, por diferentes motivaciones, lo vean como una opción válida, conveniente.

Los datos de la pobreza estructural en la Argentina obligan a repensar todas las políticas. Hay una cuarta parte de la población que reproduce la pobreza y configura un nicho de exclusión que interpela con necesidades específicas. Grabois invoca (sin representarla) a una ciudadanía que vota pero que no se moviliza, que espera y sufre, y también alimenta frustración. Para ellos, especialmente -y aunque los dirigentes que se arrogan su representación se nieguen sistemáticamente- hay que repensar el derecho laboral, el sistema educativo, además de las estrategias sociales y los criterios económicos. Todo lo que haga a nuestro aparato productivo viable y más conveniente que la inversión en renta financiera o inmobiliaria. Porque, también a diferencia de lo que plantean algunos dirigentes, lo cierto es que si una empresa es rentable, no es pecado, ni abuso, ni opulencia capitalista: es salario, cobertura médica, aportes jubilatorios y posibilidades de progreso para el proletariado.

Lo que sí es un gran negocio en nuestro país es la pobreza, muchos salen ganando con ella. No solo Grabois: la existencia de pobres, de-socupados y subsidiados es el combustible del sistema clientelar que se expande por todo el país y también por la provincia. Pero los pobres son ciudadanos (no meros votos cautivos) y, por su especial condición, deben ser una prioridad para el Estado. Y no hay margen para el error ni para el ilusionismo.

Los conflictos sociales castigan con dureza a nuestra región. No solo en Venezuela, donde el fracaso de una economía rentística dio lugar al mesianismo y la incompetencia, y así, a la dictadura. La inequidad económica y la mala distribución del ingreso puso contra las cuerdas a la democracia chilena; la experiencia del PT en Brasil derivó en una crisis económica profunda, con Lula preso y Dilma destituida, y con un neofascista, Jair Bolsonaro, en el poder; un desenlace parecido se produjo en Ecuador, entre Rafael Correa y Lenin Moreno; el gobierno de Evo Morales, luego de 14 años de “milagro”, afronta un conflicto muy grave, de naturaleza política, de raíces históricas, que detonó una fractura institucional. América Latina está en crisis, por falta de un proyecto inteligente de desarrollo, de producción, acorde con las leyes de la  economía real y con las realidades sociales. El kirchnerismo fracasó en sus primeros 12 años y Macri no supo, no pudo, no quiso o no tuvo tiempo. Pedirle a Alberto Fernández soluciones inmediatas es reclamarle un milagro. El ha demostrado que no cree en milagros, pero además debería demostrar que no va a intentar calmar con ficciones a Grabois y a todos los que le tironean por izquierda. El sabe muy bien lo que hay que hacer, como todos sus antecesores; el asunto es que ciertos “representantes” del sentir social, lo dejen.


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