Editorial

Salud vs. salud


Ahora con diferentes grados de confinamiento, la “cuarentena” en la Argentina se avecina a cumplir los 100 días y comienza a pegar en el ánimo hasta de los más templados. La vida parece haberse puesto en pausa. No hay nada previsible, ni plazos, ni proyectos. La agenda pasó a ser un artículo inútil.

El aplanamiento de la curva de los contagios diseñado como estrategia por los sanitaristas ahora se combina con el ensanchamiento de la curva de la paciencia, seguido de cerca desde distintas ramas de la ciencia. Una mezcla de razones económicas, psicológicas y sociales difícil de calibrar pero que ya se expresa en las calles. Está claro que prácticamente nadie discute la efectividad que ha tenido el aislamiento. La discusión está en el grado, las zonas y en sus consecuencias en relación con el mal que se quiere evitar.

Al respecto, un informe del Observatorio de Psicología Social Aplicada de la UBA advierte que el impacto psicológico de la cuarentena es “altamente relevante” y reclama que se lo considere a la hora de definir los aspectos sanitarios de eventuales extensiones del aislamiento. Asimismo, remarca que más días de cuarentena tienen relación directa con un mayor impacto psicológico negativo y que el acceso de la población a la atención de su salud mental es imprescindible para atenuar este impacto y prevenir sus secuelas. Sobre esto intentaba indagar la periodista que hizo reaccionar días pasados al presidente.

Las diferencias por la cuarentena no responden solo a cuestiones económicas o políticas, alcanzan también al aspecto médico. Los centros de salud trabajan al 30 por ciento de su capacidad operativa. La Fundación Favaloro cerró dos de sus tres sedes en Buenos Aires para ahorrarse los alquileres y no tener que despedir a 50 empleados. Una medida tomada a la luz de que las prácticas ambulatorias cayeron entre 50 y 70 por ciento y las internaciones entre 45 y 50 por ciento. Esta decisión, que a primera vista responde a cuestiones económicas, en realidad nos está hablando de que la gente no está atendiendo su salud, paradójicamente, por una cuestión de salud. “Nunca habíamos experimentado una caída tan drástica de atención de pacientes” asegura Oscar Mendiz, su director de Cardiología y Cirugía Cardiovascular, preocupado por la cantidad de personas que al no ir a la consulta, no pueden ser tratadas preventiva y paliativamente, lo que a la postre puede terminar en un fallo de salud del cual no haya retorno.

Lo de la Fundación Favaloro sirve de muestra de una realidad que se repite en todo el país. Especialistas en diversas disciplinas advierten sobre las eventuales consecuencias que tendrá para los pacientes la postergación de las consultas y el seguimiento de sus tratamientos. Patologías como la diabetes, las cardiopatías, la obesidad, la hipertensión y el colesterol podrían agravarse. También es un problema que no se realicen prácticas como ergometrías, ecocardiogramas, colonoscopías, endoscopías y hasta simples análisis clínicos que, en casos, sirven para diagnosticar enfermedades graves.

Si bien esta hipótesis parece simple de comprender, nuevas perspectivas se fueron agregando, complejizando el análisis. Las particularidades del sistema sanitario argentino, conformado por la cobertura pública, las obras sociales y las prepagas, constituyen un modelo sectorizado que requiere una articulación coordinada, a fin de que las definiciones establecidas en un ámbito no desarticulen el otro.

Para completar el análisis es necesario comprender las fuentes de financiamiento y las variables económicas que impactan sobre los mismos. Las obras sociales dependen directamente del empleo registrado, ya que, a través del aporte del empleado y el empleador, constituyen el fondo que permiten financiar las prestaciones. Las prepagas, por su lado, se asemejan a otros sectores del ámbito económico. Estas empresas ofrecen un servicio que depende de las posibilidades de contratación y pago de los usuarios de sistema. De esta forma, los procesos económicos recesivos que generan pérdida del poder adquisitivo en forma transversal, impactan negativamente sobre el sector.

Por último, es importante destacar la posición de los establecimientos privados. Si bien habitualmente se considera a los sectores de salud desde la perspectiva del financiamiento, no debe olvidarse que en Argentina existen miles de clínicas que funcionan como prestadores de los sectores antes mencionados. Es decir, establecimientos privados que invierten en infraestructura y contratan personal de salud, para brindar atención a pacientes y luego recuperar el gasto a través del pago de las obras sociales, las prepagas o de los mismos usuarios. Dichos establecimientos resultan rápidamente afectados por una ruptura del equilibrio demanda y oferta, que les genera los flujos necesarios para afrontar los gastos.

Es bien sabido que desde el inicio de la cuarentena, el sector de salud se encuentra sufriendo una gran caída en la demanda condicionado por el cese de actividades programadas. En este sentido, también se evidencia una caída de las actividades sanitarias permitidas, ya que son los mismos pacientes los que optan por no atenderse por miedo a salir de la casa y contraer la infección. Tanto es así, que algunas patologías de emergencia, como es el caso de los infartos y los accidentes cerebro vasculares, están siendo particularmente analizados por la evidencia de un retraso al momento de acudir a la consulta desde el inicio de los síntomas. Si bien actualmente los números consolidados son preliminares la caída de la demanda global del sistema superaría el sesenta por ciento. Es decir que aproximadamente seis de cada 10 prestaciones no se estarían realizando por los argumentos antes mencionados. Dicho proceso genera un impacto directo y abrupto sobre un sector sanitario que debe estar fortalecido para enfrentar la pandemia.

Otro de los aspectos a analizar es el impacto que las obras sociales y las prepagas han comenzado a sentir. Lo que en un principio se mostraba como un freno en el registro de nuevos usuarios al sistema, comenzó a complejizarse evidenciándose un retraso en el pago de los usuarios y una perspectiva de salida del ámbito, por la presunta caída del mercado laboral formal e informal. Un proceso de esas características debilita a los sectores que en la actualidad prestan atención a dos tercios de la población. A la vez, las dificultades de estos dos sectores no resultan inocuas al sistema de cobertura pública, ya que en el corto plazo, de no modificarse el rumbo económico, se podría generar una migración intersector.

La compleja situación descripta rompe de manera lineal con el análisis “salud vs. economía” demostrando que un proceso recesivo no solo afecta a las personas desde la perspectiva clínica sino que genera un rápido desfinanciamiento y desarticulación de los sectores. La rápida caída de la demanda y las consecuencias de los procesos de desfinanciamiento, establecen un impacto asemejable al de otros sectores de la economía, generándose un desbalance entre recaudación y gasto. La paradoja se asienta sobre la necesidad de contar con un sistema sanitario integrado y fortalecido para enfrentar la pandemia, que comienza a debilitarse por la falsa dicotomía.


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