Editorial

¿Será tiempo de definiciones en Venezuela?


El Gobierno del presidente estadounidense, Donald Trump, y la oposición venezolana han apostado a sus planes para debilitar la permanencia de Nicolás Maduro en el poder de Venezuela, en un momento crucial que ocurriría hoy, cuando intenten romper su bloqueo en la frontera con una entrega de alimentos y medicinas.

Se fijó ayer como la fecha límite para una ambiciosa campaña por tierra y mar que llevaría suministros humanitarios a través de Colombia, Brasil y el Caribe y hasta las manos de miles de venezolanos que han sufrido el colapso económico más grave que la región ha enfrentado en generaciones, lo que a su vez ha desembocado en la mayor diáspora de una nación latinoamericana en sus más de 500 años de historia.

Es una apuesta arriesgada para los adversarios de Maduro, que no quisieron adelantar cómo romperán el bloqueo en la frontera, para que las fuerzas militares, controladas por el régimen, no planeen la estrategia para impedirlo.

Aunque Estados Unidos y otros países han reconocido a Juan Guaidó, el líder opositor de Venezuela, como el presidente legítimo del país, la Casa Blanca enfrenta la realidad de que Maduro todavía controla a los militares, y con ellos, el Estado. Y por ello no tiene planeado desplegar personal militar estadounidense para que entregue la ayuda. En cambio, el plan es que sea ingresada por voluntarios venezolanos, para lo cual se armó un “ejército” de unos 800.000 civiles.

De cualquier manera, el resultado no sería ideal para Maduro. Porque si los militares venezolanos bloquean la ayuda, el mundo vería en vivo y en directo cómo Maduro priva de elementos de primera necesidad, como alimentos y medicina, a millones de compatriotas que padecen hambruna y corren riesgos de epidemias por el caos al que justamente el régimen de la Revolución Bolivariana ha llevado al pueblo de Venezuela.

Hoy puede ser un día clave porque se vislumbra que podría haber un debilitamiento del régimen chavista a partir de la presión del propio pueblo en la frontera. Pero, al mismo tiempo, no hay que subestimar el poder de Maduro, cuya figura aparece -probablemente de ex profeso- como burda y ridícula, cuando en realidad es la máscara de un enorme entramado de intereses nacionales e internacionales que sostienen el régimen para seguir haciendo los negociados más viles, entre ellos el del narcotráfico, en detrimento -por supuesto- del pueblo venezolano. Los altos mandos militares, desde luego, son la pata que mayor soporte le dan a la estructura.

Muchas veces la situación en Venezuela es caracterizada erróneamente como una crisis económica o política. Pero no es tan así, si se analiza detalladamente, lo que está ocurriendo es un acto criminal sin precedentes en América Latina. Las movilizaciones masivas, las maquinaciones burocráticas y el empleo de las Fuerzas Armadas para controlar el país han permitido la captura y el saqueo sistemático del Estado venezolano. La naturaleza criminal de estos actos, enmarcados en una administración democrática en la teoría, y sus consecuencias son cada vez más evidentes para sus ciudadanos. En la última década, según antiguos funcionarios gubernamentales venezolanos, hasta 300 mil millones de dólares pudieron haber sido desviados de las arcas públicas a cuentas privadas mediante solo el sistema de control monetario.

Ni el derecho internacional ni las instituciones multilaterales existentes están bien equipados para afrontar la crisis que afecta al país y a la región. Para los Estados vecinos, las alternativas políticas aceptables parecen ser pocas. Por ejemplo, es poco probable que Estados Unidos, u organizaciones como las Naciones Unidas o la Organización de los Estados Americanos, opten por intervenir físicamente para alterar la trayectoria actual de Venezuela, la cual se encamina hacia una crisis interna más amplia y más violenta. Sin embargo, tanto Estados Unidos como las instituciones multilaterales tienen alternativas plausibles y todavía pueden jugar un papel decisivo sobre cómo gestionar las consecuencias de la crisis para la región sin intervenir directamente.

Es difícil anticipar cuándo y cómo el régimen de Maduro colapsará, no obstante, es evidente que su actual rumbo es insostenible económica y políticamente. En términos económicos, las políticas gubernamentales destructivas, excluyendo las expropiaciones y los controles de precio y monetarios, junto con la corrupción endémica y la mala gestión en las empresas públicas han eliminado gradualmente la capacidad de la economía venezolana para producir incluso los productos más básicos que los ciudadanos requieren para sobrevivir. El declive en la producción petrolera, los altos costos de producción, las obligaciones de servicio de la deuda, la acumulación de sentencias jurídicas adversas de expropiaciones anteriores y la reticencia cada vez mayor de los acreedores (incluso de aliados políticos como China y Rusia) a prestar dinero impiden que Venezuela pueda acceder a divisas fuertes para comprar productos en el exterior.

La crisis en Venezuela es una tragedia con consecuencias graves para sus vecinos y para la región. Sin embargo, Estados Unidos podría fortalecer su relación con el resto de países de la zona y hacer de esta tragedia una oportunidad al demostrar que está dispuesto a trabajar con ellos mediante acciones concretas para mitigar los efectos de la crisis. La situación también es una oportunidad para fortalecer a la OEA y el sistema interamericano (en el cual Estados Unidos tiene intereses estratégicos) como los principales vehículos multilaterales para abordar los problemas de seguridad regional.

La crisis venezolana tal vez es la primera oportunidad de la administración de Trump para definir su visión de democracia, seguridad y buena gestión pública para la región, y para demostrar el compromiso de Estados Unidos con las naciones democráticas del hemisferio occidental. Dados los vínculos de Estados Unidos con la región en términos geográficos, comerciales y demográficos, demostrar su compromiso es fundamental no solo para la administración y los vecinos de Venezuela, sino también para la región en general.

Para ello es necesario que Maduro deje el poder, por cualquiera de las vías que sea (es deseable que sea por una alternativa pacífica) y con él caiga definitivamente el régimen chavista iniciado hace 20 años. Todo parece estar encaminado para que suceda, pero no hay que caer en el reduccionismo de identificar a Maduro como un loco solitario que solo quiere mantener el poder por el poder mismo, sino que hay que observar que detrás de esa figura que se muestra payasesca, existe un conglomerado de intereses muy difícil de desarticular cuyos actores –la inmensa mayoría anónimos- no van a querer resignarse fácilmente.


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