Editorial

Sin ciencia, no hay futuro


La semana pasada, más precisamente el 10 de abril, se celebró el Día del Investigador Científico y más allá de la efeméride, la fecha cobró notoriedad porque los recortes presupuestarios impuestos por el Gobierno nacional a las áreas científica y tecnológica son motivo de fuertes reclamos por parte de investigadores e instituciones y generan preocupación en diversos ámbitos, sin que la sociedad termine de mensurar la dimensión del problema. Solo se desarrollan los países que apuestan al conocimiento y restringir los recursos que se destinan a la generación del mismo tiene severas consecuencias en el mediano y largo plazo, más que nunca antes en estos tiempos en que el mayor capital de una nación, tanto para consumo interno como para la exportación es justamente ese, el conocimiento.

En Argentina el problema no es nuevo, pero lo cierto es que en los últimos años se ha profundizado producto de una política que no supo o no quiso fortalecer programas estratégicos de estímulo a la ciencia. A los bajos salarios que perciben los investigadores, se le suma la reducción de cupos para el ingreso a la carrera de investigación. Esto pone en evidencia un desinterés que preocupa por sus implicancias. Así como en otras gestiones gubernamentales con cinismo a los científicos se los mandaba a “lavar los platos”, en la actualidad la magnitud de la crisis económica y financiera que afecta al país obliga a imponer restricciones allí donde debería haber inversión sostenida  de recursos para fortalecer el ejercicio de la ciencia en áreas estratégicas. Esto representa un serio problema para el país que excede el reclamo que por estos días llevan adelante los investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y atraviesa a la sociedad en su conjunto porque cuando escasea la posibilidad de hacer ciencia, lo que se resiente es la posibilidad del país de generar conocimientos para dar respuestas a problemas ciertos de la gente, al tiempo que se pierde una gran chance de generar riqueza.

Así, y sin que por fuera de los ámbitos científicos esto se advierta con claridad, en el mediano y largo plazo la consecuencia de esta política se sentirá en la sociedad. Porque lo que genera la ciencia es valor agregado y recortar en este campo argumentando dificultades financieras no hace sino reproducir la complejidad de los problemas que se quieren evitar.

Nadie puede desconocer que el conocimiento es el mayor capital que posee una sociedad. No es casual que los países desarrollados son los que más recursos invierten en ciencia y tecnología. El saber que genera la ciencia y las verdades que busca descubrir lejos de ser abstractas tienen implicancias ciertas en la vida cotidiana de las personas. Que esto no se perciba es grave y habilita decisiones arbitrarias de los gobiernos por las que por fuera de los laboratorios nadie parece reclamar.

En el propio contexto de una crisis económica como la que atraviesa el país, el conocimiento puede ser la llave. Es cierto que el futuro se construye sobre la base del conocimiento. Argentina parece desconocer este postulado. Y con los recortes, más que ahorrar recursos, lo que hace es perder la posibilidad de liderar, de generar herramientas con las cuales gestionar la incertidumbre y el cambio que son las características que tendrá el tiempo por venir. En lo inmediato, el problema quedará reducido a los actores del sistema científico que sienten la zozobra y el impacto del ajuste. En el mediano plazo, de no revertirse el rumbo, será el país el que sentirá la dependencia, porque solo conducen los procesos de desarrollo quienes tienen la tecnología y el conocimiento. Y estos cimientos se construyen investigando, estimulando ese hacer muchas veces silencioso sin el que no hay crecimiento posible.

Lamentablemente desde hace tiempo Argentina parece haber abandonado ese rumbo y en función de ello la política ha sido errática en esta área. No hay una verdadera conciencia del valor de la ciencia y se subestima que será el conocimiento científico el que nos hará verdaderamente soberanos.

En la actualidad solo se destina el 0,5 por ciento de su Producto Bruto Interno a la ciencia y la tecnología. El porcentaje resulta magro a la luz de su importancia. Los datos son elocuentes y fueron publicados por el Diario Perfil en un informe que dio cuenta del retroceso presupuestario que sufrió el sector en los últimos tres años. La caída del presupuesto descendió del 1,46 por ciento en 2015 al 1,13 en 2019 y sufrió un recorte del 30 por ciento entre 2019 y 2018, sumado a otro de casi 24 por ciento entre 2018 y 2017. Todo este ajuste realizado en un contexto inflacionario, lo que agrava aún más el panorama considerando que tanto el equipamiento como los insumos que se emplean para buena parte de los trabajos de investigación son adquiridos en moneda extranjera. No hay crisis que justifique tamaña desidia en temas que poseen un valor muchas veces intangible que es motor de ese círculo virtuoso que el país está llamado a reinventar para salir del profundo pozo en el que ha caído.

Es imperativo invertir la ecuación y estimular políticas de largo aliento para hacer frente a nuevos paradigmas. Porque los científicos son la esperanza, son quienes han elegido con vocación, correr las fronteras y producto de ese esfuerzo son quienes van a transformar nuestra realidad y construir para nuestros hijos y nietos un país más justo e igualitario. Sin ciencia, no hay futuro.


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