Editorial

Sin pánico ni infundados presagios: sentido común para convivir con el Covid


Tanto en los países confinados como en los no confinados, numerosas discusiones siguen abiertas para conocer el real impacto del encierro obligatorio o cuarentena, como única respuesta a la improvisación de las administraciones sanitarias (falta de insumos y camas en los servicios de terapia intensiva), sobre todo por las consecuencias en la clase trabajadora. De ahí que el interés del confinamiento como defensa contra la infección por un virus respiratorio fue contrastado con los riesgos de desempleo masivo, el aumento de la violencia doméstica, el desencadenamiento o la agravación de trastornos mentales, el abuso infantil, y el empeoramiento y las muertes que puede haber provocado el retraso en el diagnóstico y el tratamiento de otras numerosas y más graves patologías. Desde ya que nadie ha negado la necesidad de proteger a la ciudadanía contra los riesgos de las infecciones respiratorias, sobre todo con elementos de probada eficacia, pero en la vorágine del pánico no hubo espacio para delimitar el riesgo a la enfermedad, frente a la duda de cuántos cánceres y cuántas patologías sensibles a tratamientos no pudieron ser detectadas ni atendidas oportunamente durante el período en que todos los recursos de salud se concentraron en esperar la llegada de personas infectadas por el Covid-19. De todas maneras, la confrontación de datos entre territorios confinados y no confinados no ha permitido a la fecha establecer claramente la validez de una u otra actitud.

Según datos de algunos países en los que el impacto de la infección por Covid ha sido muy estudiado (Corea del Sur, Islandia, Alemania y Dinamarca), la mortalidad en la población general provocada por el Covid-19 se sitúa en el rango inferior al 1 por mil, es decir unas 20 veces menor que la letalidad supuesta al inicio por la OMS. Por otra parte en 50 a 80 por ciento de las personas infectadas con tests positivos no se observaron síntomas y en las personas de 70 a 79 años estudiadas, aproximadamente el 60 por ciento no presentó síntomas, y muchas solo síntomas leves. Además, del total de personas fallecidas, solamente el 1 por ciento no se había visto afectada por enfermedades pre existentes, lo que demuestra que la edad y el perfil de riesgo de fallecimiento para el Covid-19 corresponden a los perfiles de mortalidad ya conocidos para las otras infecciones severas por virus respiratorios. Ahora, más allá de la biología molecular y de la clínica médica, hay fenómenos infecciosos que requieren un análisis sereno, sobre todo eliminando la culpa a la persona y la represión ciudadana.

No puede dejarse de lado que en la historia de todos los brotes epidémicos se despertaron temores y se buscaron culpables fáciles de señalar, y la infección por el virus respiratorio Covid-19 no fue excepción.

En los primeros meses de 2020, un número importante de autoproclamados científicos y pensadores, atribuyeron la enfermedad provocada por este virus respiratorio a un culpable putativo fácilmente identificable: la globalización. Sin embargo, no hubo pruebas de ningún orden que hayan determinado que el brote por Covid-19 fuera generado en la globalización, sabiendo que hubo epidemias cientos de veces más mortíferas en espacios en los que la libre circulación de personas estaba restringida. Al contrario, se estima que la circulación de bienes, de ideas, de descubrimientos y de personas pertenecientes a pueblos que eligen gobiernos democráticos en los que hay cierta transparencia en la toma de decisiones, hicieron posibles los avances científicos, compartiendo información y soluciones en apenas semanas o meses. En ciertos casos, la profesionalidad de muchos científicos ayudó a comprender y hasta a solucionar situaciones que en nichos intelectuales aislados habrían requerido decenas de años de trabajo.

Dejando de lado las teorías simplificadoras, debe tenerse en cuenta por otra parte que el pánico a la enfermedad y el miedo a la muerte favorecieron desde siempre la aparición de los que se sienten profetas. En todas las épocas, aparecieron individuos que sostuvieron que mañana ya nada será como antes, y en este 2020, repitieron para el Covid-19, como lo hicieron en los 80 con el VIH, que de las crisis sanitarias aparecerán revoluciones asociadas a la muerte del sistema de producción en el que viven. Las teorías de complots secretos no ayudaron a tratar a las personas con síndromes respiratorios severos, en general se limitaron a difundir odio a la tecnología, poniendo la decadencia de la civilización como estandarte, con elogios al populismo y al retorno a fronteras difíciles de franquear.

Por acción y efecto de la globalización, la información se ha venido diseminando de manera más desordenada y estrepitosa que el nuevo coronavirus. Una multiplicidad de voces hablando de lo mismo ha favorecido a que entre ellas se entremezclen la veracidad con la falsedad, la seriedad con el oportunismo, la ciencia estricta con la ideología apasionada; y a la par de ello se cuentan de a una las muertes y se las compara país a país sin parangonar la relación con la cantidad de habitantes. Así fue que creció, de mala manera, el pánico que no permite razonar ni siquiera lo elemental. Por ejemplo, que por la forma de contagio que presenta este virus,  si caminamos solos por la calle o vamos en bicicleta o en auto, no hay razón para sofocarse con un barbijo, el que sí debemos usar en caso de entrar a un espacio cerrado o para interactuar con otra persona. O que caminar en soledad no implica riesgos para nosotros mismos -todo lo contrario- ni para terceros. Que la letalidad de este virus es muy baja y que se vincula directamente con el estado inmunológico del paciente, por eso están claramente establecidos los grupos de riesgos: mayores de 60 años e inmunosuprimidos por otras patologías.

Cuidarse y cuidar al otro no es más que hacer aquello que se nos ha indicado, de una manera razonable, interpretando criteriosamente y utilizando el sentido común.

Si “aislamos” al criterio y al sentido común de nuestros actos, terminaremos enfermos pero de paranoia.


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