Editorial

Todo es parte de una macabra coherencia


Dentro de los nuevos fenómenos delictivos, el más complejo es el del narcotráfico, ya que bajo su órbita se suceden asesinatos, ajustes de cuentas y peleas por los territorios, sin contar las muertes que se cobra en adictos que caen en sus redes de consumo. El sur de Santa Fe se ha convertido en sede de bandas que copan las calles y superan en logística y alcance a las fuerzas de seguridad, cuando no las cooptan en su favor. Y es desde allí de donde llega la mayor parte de la mercadería que se consume en Pergamino, como explicaba el fiscal Villalba en nuestro informe dominical. Que la droga siga viniendo de afuera tiene el costado positivo (si se puede rescatar alguno de este flagelo) de que no se han radicado aquí las “cocinas” que elaboran y fraccionan las sustancias, lo que nos libra de la parte más nociva de este negocio: la penetración del crimen organizado y la comercialización de los desechos, como el adictivo “paco”. Es tan barata su dosis que no sólo es rentable venderla allí donde se produce. Se puede hacer una analogía diciendo que Pergamino es hoy lo que Argentina era hace 10 años: un lugar de paso y consumo. Ahora nuestro país es fabricante y abastecedor, merced a cierta permisividad u omisión que permitió que cárteles de la droga se instalaran, primero en el Conurbano bonaerense, luego en Rosario. Es de esperar que, aunque es utópico pensar en una situación de “cero consumo”, nuestras autoridades no permitan que la ciudad dé ese salto que convirtió al país en tierra fértil para la instalación de zares de la droga. 

La anuencia o “vista gorda” del poder público es el elemento fundamental para que el narcotráfico eche raíces en un lugar; sólo cuando ciertas garantías están dadas se produce la migración desde una ciudad que se ha tornado hostil a otra donde el negocio se puede desplegar. Así quedó desnudado en Santa Fe, donde el propio jefe de la Policía provincial era una especie de “padrino” del narcotráfico, por eso allí pulularon muchos más grupos que en otras localidades. Cuando se descubre semejante hecho de corrupción y el Policía de alto rango es separado del cargo, las bandas delictuales comenzaron a pelearse por los territorios, que antes se ordenaban con el jefe de la fuerza.

De allí que ahora vemos una verdadera guerra narco en la ciudad de Rosario, con muertos acribillados en plena calle, escenas sangrientas como en las películas, que lamentablemente son reales y no trucadas.

Como la violencia está ya sin control en Rosario, al caso que mencionábamos en otros comentarios en esta misma página, en que mataron a tres jóvenes que militaban contra la droga y sus sicarios fueron condenados con penas de más de 30 años, se van sumando más, lo que demuestra que los grandes jefes siguen sueltos y operando mientras que los que están tras las rejas no son más que “perejiles”, empleados a sueldo para cumplir tareas de venta o incluso matar por la causa.

En la semana que dejamos el narcotráfico se cobró otra vida; se trata de Miguel Angel Damario, padre de Milton y José, dos presuntos sicarios arrestados por asesinatos vinculados con las disputas territoriales por la venta de drogas. También en Rosario, otras dos personas murieron en un enfrentamiento armado que dejó, además, cuatro heridos de bala, entre ellos una adolescente de 14 años que está internada en grave estado, con un disparo en la espalda.

Pero todos están implicados, víctimas y victimarios, como sucede en muchos de estos casos, por eso la prensa los caratula como “ajustes de cuentas”, como trazando una línea imaginaria para distinguir estos episodios que tienen que ver con la inseguridad social. Los hermanos Damario –hijos del hombre asesinado- están acusados de la muerte de Lucas Espina, ocurrida el 27 de enero de 2013. Fueron procesados en marzo de este año. Espina era el hijo de Norma Bustos, quien denunciaba desde 2008 la penetración narco en el barrio rosarino de La Tablada. Los Damario fueron señalados como quienes ejecutaron al adolescente en un intento de acallar a su madre. Un horror realmente. Y tras ese crimen, Bustos denunció con más fuerza la venta de drogas. Pero para que el buen ejemplo no cunda, el mes pasado un sicario la asesinó.

La violencia criminal en Rosario y los alrededores suma así 235 víctimas fatales en este año. Una cifra realmente importante, lo que demuestra hasta qué grado ha penetrado el narcotráfico en la zona y preocupa porque es una ciudad cercana a Pergamino, donde estudian muchos de los hijos de familias locales, que en su momento prefirieron este destino precisamente por la cercanía y por creer que Rosario era menos peligroso que Buenos Aires. Habrá que repensar la cuestión.

No es sólo Rosario el problema sino todo el país, pero los epicentros más violentos son ese y el Conurbano, tal vez porque desde estos puntos se organiza toda la logística comercial, con mucha gente involucrada en un trabajo en red y movilizando millones de pesos.

Pero la primera fase del negocio, la materia prima, llega desde el norte, donde los vuelos rasantes son habituales para los pobladores mientras que para nosotros, los que vivimos en el centro del país, sólo son noticia cuando una avioneta se cae, como ocurrió el mes pasado. Por eso la importancia de una ley antiderribo, además de mayor seriedad en los pasos fronterizos. 

Según publica La Nación en su edición de ayer, 30 informes elaborados por la Auditoría General de la Nación (AGN) durante los últimos diez años revelan las extremas debilidades que muestran nuestras extensas fronteras, como instalaciones aduaneras sin infraestructura, sin personal suficiente ni equipos adecuados, y con sistemas informáticos obsoletos.

A ello se suma la falta de articulación de las aduanas con las fuerzas de seguridad, conformándose de esa manera un panorama de asombrosa desprotección que favorece el ingreso y egreso de drogas, contrabando y delincuentes. En una palabra, una situación ideal para la labor de las bandas del crimen organizado.

En un caso reciente, se procesó a 10 personas por su participación en una organización narcocriminal que traficaba y comercializaba marihuana en la Villa 21, en Buenos Aires, droga que llegaba hasta allí desde Corrientes, después de su ingreso en la Argentina desde Paraguay, a través del río Paraná.

Estamos hablando de que no se controla qué entra y qué sale del país, ni en cuanto a sustancias ni en cuanto a personas. Y no piense el lector en las aduanas “turísticas” sino en los cientos de pasos fronterizos; por allí –relatado por vecinos de nuestra ciudad- ni siquiera controlan la documentación de los menores en los autos o colectivos.

Y no se controla porque no se quiere controlar. Es lo que decíamos al principio: la droga pasa y se instala allí donde se sabe que no va a haber problemas.

Por eso es ingenuo creer que esta dramática realidad de las aduanas argentinas sea obra de la casualidad o de la simple ineficiencia. En realidad, estamos ante una clara complicidad de las autoridades nacionales con el crimen. Todo sigue una macabra coherencia, nada es porque sí: no hay ley antiderribo para que las avionetas puedan seguir rasando y tirando la mercadería; no hay personal ni equipamiento en los puestos para justificar que no se puede controlar todo. Así de sencillo: hay decisión política -o mejor dicho, compromisos de nuestros políticos- para que estas cosas pasen.

Y como para ratificar más todavía que este Gobierno no sólo no combate el narcotráfico sino que además le molesta que le señalen qué se está haciendo a favor de este macabro negocio, tras los 30 informes en que se analiza el accionar en las fronteras en los últimos 10 años, el titular de la AGN, Leandro Despouy, recibió su merecido: fue acusado de nombrar dos empleados de manera irregular; uno de ellos es autor de un libro crítico sobre la gestión de La Cámpora en Aerolíneas Argentinas. Todo por haber concluido, tras investigar que “nuestras fronteras presentan enormes debilidades que facilitan el narcotráfico y el crimen organizado. La gravedad de este fenómeno en el último tiempo se profundizó de manera alarmante”.

Si no era por esos nombramientos, algún otro asunto iba a encontrar el oficialismo para lanzar al ruedo con el único fin de desprestigiar a quien osó cumplir con su trabajo de controlar a los organismos públicos.

 

De todos modos, nada de lo que puedan decir del mensajero va en detrimento de su mensaje. Porque, como decía el general Perón, parafraseando a Aristóteles, “la única verdad es la realidad”.


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