Editorial

Un baño de realismo urgente, por favor


Los argentinos en general somos conocidos puertas afuera por algunos estereotipos para nada halagadores; entre otras cosas se nos tilda de ser gente poco humilde, más bien fanfarrona. Puertas adentro, también nos criticamos mutuamente con sorna. Y lo curioso es que a uno y otro lado de la grieta se usa habitualmente una misma frase para la descalificación: “No hay p… que nos venga bien”. Y aplica al tema que vamos a a abordar a continuación, en referencia a los préstamos de dinero: si nos prestan los privados, “son buitres y usureros”; si nos presta el FMI, es el imperialismo que se mete en el país para quedarse con todo.

El presidente Alberto Fernández ratificó la semana pasada su estrategia dual frente a la dura negociación sobre el futuro de la deuda externa del país: por un lado recurrió al realismo y prometió que “no habrá emisión a lo loco” para sostener los gastos del Estado y honrar los compromisos, al tiempo que respaldó las feroces críticas de su vicepresidenta al FMI, que exigió al organismo internacional y a bonistas privados quitas sustanciales en los montos, además de estirar el período de “gracia” antes de los primeros vencimientos.

Parece un remedo de la clásica estrategia sindical: golpear primero, negociar después. El problema es que a menudo la respuesta es una estrategia similar. Tanto el organismo internacional como los acreedores privados volvieron a exigirle al Gobierno el respeto a los compromisos firmados y un programa económico creíble y sustentable. El FMI ya advirtió que por reglamento no puede realizar quitas, mientras los fondos de inversión reclamaron un fuerte pago en efectivo como “muestra de buena fe” antes de aceptar un “reperfilamiento” extenso.

En un reciente artículo, el analista internacional Juan Gabriel Tokatlián señaló a la negociación con el Fondo como una de las prioridades que debiera tener nuestra política exterior, junto a la relación con Brasil. Y son justamente dos asuntos donde no hay unicidad de criterio en el seno del poder. Allí, menciona que una política exterior que se considere exitosa “debiera evitar las sobreactuaciones y tener precisión” sobre los objetivos buscados. “¿Se obtuvo el objetivo esperable, con un dividendo tangible, a un costo aceptable, preservando el prestigio y la reputación y sin generar una nueva crisis o amenaza?”, debiera preguntarse todo gobierno antes de encarar una acción internacional, señala el analista. La interacción con la otra parte debería considerar, entre otros aspectos, “la distribución de poder entre los actores involucrados, la variedad y la calidad de los recursos propios disponibles, los compromisos cumplibles; los potenciales costos para ambas partes; los eventuales obstáculos para alcanzar la meta trazada y los cursos de acción alternativos” entre otros, señala Tokatlián. Al mismo tiempo, recomendó evitar el “síndrome de la desmesura” característico de nuestra política exterior, producto “de la abundancia de recursos de poder que tuvo la Argentina en el pasado y que hoy solo se explica por la nostalgia que ha producido su pérdida”. Una política exterior exitosa mejora el poder relativo de una nación, afianza la identidad interna y mejora el bienestar de sus ciudadanos. Perder poder, debilitar la identidad y empeorar las condiciones de vida de la población evidencian su fracaso, resume.

Muy poco de esto se ha visto en las recientes rondas de negociación sobre la deuda, en las que han primado la improvisación, el método “ensayo y error” y, sobre todo, la imagen de un “doble comando”, donde al criterio racional y reflexivo de Alberto Fernández se contraponen a las posiciones duras y extremas de Cristina y sus seguidores. El presidente minimiza las contradicciones y señala que, en lo básico, el pensamiento es el mismo. Sus asesores aseguran que las bravuconadas de la vicepresidenta le sirven al Gobierno para agitar el fantasma del default y mejorar su posición negociadora. Sin embargo, el tiempo está en contra de Argentina: mientras más se extiendan las negociaciones, más demorarán las inversiones y otras decisiones clave, a la espera de que se despeje la incertidumbre económica y política.

El problema central es que ni el FMI ni nadie, en realidad, sabe a ciencia cierta cuál es el plan económico ni cuáles son las proyecciones fiscales y monetarias de la Argentina. Y cualquier acreedor, antes de firmar un acuerdo, desea saber si el deudor tendrá la solvencia para cumplir sus promesas de pago. En este punto es cuando tanto en la calle como en las altas esferas del poder aparece el gataflorismo argentino, ese al que nos referíamos al principio, el argentino promedio al que nada le viene bien. A ver: ahora no tenemos fondos buitres a tasas usurarias comiéndonos los talones sino que el acreedor principal es el FMI. Este organismo presta a tasa fija (sí, fija) en torno al 4 por ciento anual; es decir, condiciones óptimas en comparación con otras posibilidades del mercado de capitales que, de todos modos, no están disponibles para nuestro país que se cae a pedazos. Como la tasa del FMI es fija, obviamente no refleja el grado de riesgo del tomador de crédito. Como el organismo no considera el riesgo que corre al prestar plata -que tampoco es del Fondo sino de los contribuyentes de los países miembro-, el cual en el caso de Argentina es enorme, lo que sí se estipulan son las condiciones de devolución. A su vez, las condiciones no las impone el FMI sino que son acordadas a propuesta del país deudor, claro que como condición de base, debe ser un plan viable.

En lugar de sentarse presurosamente el equipo económico del Gobierno a pergeñar un plan posible para presentar al acreedor más benévolo que podíamos tener (Venezuela nos prestó al 15 por ciento anual, aclaramos, para que no se interprete ideológicamente lo que es un dato objetivo), sale el Poder Ejecutivo bicéfalo a plantear lo imposible, una quita.

A diferencia del juego de póquer que imagina el presidente, las posiciones de poder están lejos de ser igualitarias para todos los jugadores y cada “bluff” puede salir muy caro. El baño de realismo que recibió esta semana desde los mercados debiera servirle para precisar sus objetivos y evitar desmesuras inconducentes.

Una reconducción de los créditos es la única posibilidad. El mercado de capitales está cerrado y los contribuyentes argentinos tenemos la lengua afuera. Solo queda el FMI.


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23 de Marzo de 2024 - 05:00
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