Editorial

Un futuro sombrío


Con su paulatino decrecimiento económico, Venezuela es hoy un país inviable, donde la pobreza, la delincuencia y la necesidad de emigrar aumentan día a día. Argentina, no estando en tal situación, puede terminar igual si no logra enderezar la pendiente, que con escasas variaciones, se inició hace unos 70 años. El pronóstico puede parecer un tanto apocalíptico, pero surge de proyectar el sendero recorrido y los indicadores demográficos y de pobreza actuales.

Sin duda, la pobreza es la madre de todos nuestros males. No obstante, lo determinante del pronóstico realizado no es la pobreza en sí misma sino su tendencia.

Todos los países han conocido la pobreza. Hasta los más ricos. Pero en mayor o menor medida, la mayoría de ellos logró reducirla con el paso del tiempo, de la mano de políticas públicas correctas, y el crecimiento económico resultante.

Lamentablemente, Argentina no está en ese mismo camino. ¿Cuál es la diferencia? El factor fundamental que sacó a los países de la pobreza, sin duda, ha sido el trabajo productivo de las personas, acompañado del avance tecnológico. En algún tiempo, este tándem también estuvo presente en nuestro país. Nuestros abuelos en general, eran gente pobre. La gran mayoría de ellos lo eran tanto que tuvieron que emigrar de su país de origen solo con lo puesto.

Con trabajo productivo, ahorro y austeridad, pudieron mejorar su situación y la de sus sucesores. A los hermanos que quedaron en su patria no les fue muy diferente, luego de superar los duros períodos de posguerra. O sea, este mecanismo virtuoso ha sido y sigue siendo el mismo, en cualquier lugar del mundo: trabajo productivo, esfuerzo y avance tecnológico.

En nuestro país, a partir de la irrupción del peronismo a mediados del siglo pasado, ese mecanismo virtuoso fue perdiendo terreno frente a la feroz intervención del Estado, no solo por su crecimiento sino por el otorgamiento discrecional de derechos sectoriales como forma de lograr un avance más rápido de los trabajadores en el reparto de la riqueza nacional. Es decir, más rápido que el que arrojaba el natural funcionamiento del sistema. O sea, se forzó el derrame, a través de regulaciones, legislación laboral y sindicatos.

El resultado de esto ha sido muy positivo para algunos, básicamente, empleados públicos, empleados privados con fuerte poder sindical, y lógicamente, sindicalistas. Hoy, una gran proporción de nuestra clase media goza de un buen nivel de vida, pero el mismo no es proveniente de razones de mercado, y menos aún, de competitividad internacional.

En otras palabras, no gozan del beneficio porque los productos fabricados por ellos se vendan en las góndolas del mundo (como los chinos), sino que son el resultado de intervenciones del Estado, mediante legislación, regulación y empleo público. Todo artificial.

No obstante, como decimos más arriba, una importante proporción de nuestra clase media goza de nivel de vida más que aceptable, pero no por razones de mercado ni de competitividad sino del Estado: regulación y empleo público.

Lamentablemente, el resto del mundo no es tan tonto como para hacerse cargo de estas conquistas sociales y no se lo pudo convencer de que pagara más caros los productos argentinos, engrosados en su valor durante todo el proceso productivo. A pesar de ello, igual los argentinos nos damos determinados lujos que en muchos casos ni los países más ricos tienen. Y entonces, ¿quién pagó esas conquistas? Sí, acertó estimado lector: otros argentinos.

Los perdidosos han sido los que no consiguen trabajo (producto de esa legislación y regulación), y los que aportan sumas extravagantes en impuestos para mantener esos artificiales beneficios sectoriales. Y lógicamente, el que en definitiva ha perdido es el país, que con una tasa muy baja de crecimiento, no solo no ha podido bajar la pobreza, sino que, a contrapelo del mundo, la aumentó. En el mismo período que Chile bajó la pobreza en dos tercios (desde los 70 a la fecha), Argentina la multiplicó por tres. Esta es la tendencia que condiciona nuestro futuro.

Por si eso no fuese suficiente para preocuparse, un estudio del médico argentino Juan Carlos Parodi de la Universidad de Michigan, indica que, si bien la pobreza ronda hoy el 30 por ciento, el 50 por ciento de los menores 14 años son pobres. Este diferencial es producto de que las familias pobres tienen en promedio algo más de cuatro hijos por pareja, mientras las no pobres, sólo tienen dos. No hace falta saber mucho para proyectar al futuro, esta tremenda realidad.

Vale recordar que nuestros abuelos pobres también tenían muchos hijos; pero la diferencia sustancial es que aquellos pudieron salir de su situación con trabajo, trabajo y trabajo. Los pobres actuales argentinos no tienen trabajo y solo pueden aspirar a un plan asistencial, o a lo sumo, un puesto en el Estado, de baja o nula productividad. Cruda realidad, que nuestra dirigencia política tendría que estar analizando para ver si podemos evitar un futuro muy, pero muy complicado. Cosa difícil, ya que la mayoría de esa dirigencia no solo ha sido impulsora de las políticas que nos han llevado a esta situación sino que las siguen defendiendo como si hubiesen sido exitosas.


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