Editorial

Un nuevo paradigma de consumo demanda la reconversión de la oferta


La General Electric, que luego de 122 años de cotizar en el panel líder de Wall Street fue removida del Dow Jones y reemplazada por la cadena de farmacias Walgreens (una cadena estilo Farmacity en la Argentina pero a volumen norteamericano), marca el rumbo mundial de lo que implica la actual oferta a la que se debe adecuar, necesariamente, la demanda.

Lo sucedido muestra el claro retroceso de las empresas productoras de bienes tangibles frente al avance de las que crean tecnología y ofrecen servicios diversos en la economía global. Estos cambios que se registran en forma casi sorpresiva, en realidad son el corolario de un paulatino y acelerado proceso de transformación de la demanda, que ya viene generándose desde hace unos años y termina exteriorizándose cuando ciertas empresas que parecían sempiternas porque vendían aquello que todo el mundo consumía, caen estrepitosamente y dejan de interesar en la bolsa de valores más importante del mundo.

Esto que se ve ahora en los Estados Unidos impacta porque sucede con una empresa emblemática, la General Electric, una de las más sólidas del mundo hasta no hace muchos años. Tanto que, buscando reposicionarla en el mercado, vienen cambiando directivos, ampliando tecnología, achicando planteles de empleados (echó 1.500 en Suiza y en un plazo de no más de un año piensa eliminar 4.500 puestos de trabajo en la Unión Europea). Sin embargo no pudo ante el avance imparable de las empresas de consumo, finanzas, tecnología y atención médica que hoy son más importantes. Mientras que la relevancia de las empresas industriales es menor. Sencillamente, porque ya no son tantos los consumidores de estos bienes. Y si menos compran, hay que producir menos; en consecuencia, las mega estructuras tienden a desaparecer, ya sea porque se prescinde debido a la menor producción o porque el mismo cambio tecnológico reemplaza la mano de obra.

Es importante notar que el impulso de estos cambios, que pueden resultar imperceptibles para algunos y muy sentidos y dolorosos para otros, lo damos nosotros mismos, los consumidores. No es que hay un mandamás mundial, o un gobierno en un país que amanece un día con la intención de hacer desaparecer tal o cual rubro comercial. Por el contrario, somos nosotros los que a veces sin darnos cuenta dejamos de demandar ciertos productos. Como consecuencia, esos productos se dejan de fabricar y así es como tal vez un oficio completo desaparece.

Todos estos movimientos que marcan el interés de los consumidores, o sus necesidades, frente a determinados artículos frente a otros no dependen de decisiones que puedan tomar las administraciones de los países, sino de los designios de los clientes que hoy exhiben otra mentalidad y otras urgencias. Y antes que productos industriales ahora exigen tecnología o servicios, teniendo, necesariamente, estos negocios más volúmenes que lo que antes ofrecía la industria y se peleaban por conseguir.

Hay economistas que denominan a este corrimiento de intereses “Cambio de Paradigma”, un inevitable traslado de intereses del mercado en función de la nueva demanda. Y decimos inevitable porque más tarde o más temprano estos nuevos intereses se empiezan a reflejar en todo el mundo. Es de este modo que la humanidad ha ido avanzando a través de las épocas, al fin, desde los tiempos históricos y hasta la actualidad.  

Quién iba a decir hace unos años que íbamos a manejarnos con teléfonos móviles, que tendríamos WhatsApp, Internet, Instagram. Que muchos hogares prescindirían del teléfono fijo por el que tanto tiempo habían esperado o que nunca más despacharían una carta por el correo.  Hoy la mayoría los ciudadanos -desde menores hasta la tercera edad- tienen alguno de estos servicios o todos. Es una nueva demanda que la oferta debe cumplir.

No es un camino sencillo para el empresariado ni para el empleado; son ambos los que deben reconstruirse y rediseñarse continuamente; a veces lo podrán hacer juntos, otras prescindirán uno del otro. Pero nadie, más que el devenir de los tiempos, tiene culpa sobre esta realidad. Y tampoco nadie tiene la posibilidad de revertir este camino; ¿cómo decirle a un ciudadano que no use Internet, que no compre on line, que compre un rollo de fotos y vaya a una casa de fotografía a revelarlo?

Todo va cambiando y lo mismo sucede con la organización de una empresa y las labores que allí se realizan. No se puede sobrevivir haciendo lo mismo que hace 10 años sino que constantemente hay que desarrollar nuevos proyectos que satisfagan la demanda. En ese plan, es que desaparecen oficios, tradiciones, formatos con los que se ha trabajado durante mucho tiempo, con buenos resultados, pero hay que darse cuenta cuando ese modelo comienza a acabarse.

La transición hacia lo nuevo es un camino que si no se encara a tiempo se puede perderlo todo en términos empresarios y terminar como General Electric rifando más de 100 años de historia. La aparición de nuevas tecnologías y el nuevo status que tiene el confort en las clases medias genera nuevos nichos que hacen a la preocupación de los empresarios por ser más competitivos y generar lo que el público requiere. Sobre todo porque los cambios en los intereses de la demanda se han vuelto cada vez más veloces.

Se puede ver en el escenario mundial como los procesos de cambio son cada día más dinámicos y donde las estructuras, las formas, los instrumentos, los medios y el conocimiento se están renovando. Y se debe asumir que estamos ante diferentes necesidades y demandas y se debe asumir comportamientos distintos en términos de negocios. Y la realidad es que la situación actual de las empresas en todo el mundo les exige, para que sobrevivan de una forma exitosa, que piensen negocios rentables y para ello deben estar adaptados a la demanda real del mercado, reconvertirse si hace falta o profundizar y acelerar lo que se viene haciendo.

Como dicen los economistas, hay un “cambio de paradigma” y de entenderlo y actuar en consecuencia depende la supervivencia de las empresas que, al fin, son las que seguirán ofreciendo empleo. Sin embargo, asumirlo también implica reconocer que el empleado también se debe reconvertir a lo que el mercado está demandando a cada momento, que lo que sabe hacer puede ya no ser apreciado o necesario. Es lo que hay, es lo que toca y es imparable. Como la vida misma.


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