Editorial

Un país de crisis repetidas y conocidas soluciones


Argentina parece condenada a recrear crisis de manera cíclica y cada vez que esto sucede aparecen soluciones repetidas para conocidos y reiterados problemas. Y quienes se ven perjudicados por las recetas que se ponen en marcha son los integrantes de los mismos sectores sociales a los que se pretende proteger.

La ley de emergencia económica sancionada recientemente no hace sino sobrecargar la cuestión impositiva y generar aprietos en una clase media ya suficientemente castigada por la recesión y el colapso del aparato productivo. Ganancias, Bienes Personales, impuestos y más impuestos. Cepo al dólar y recargas a la compra de dólares para atesoramiento o movimientos en el exterior parecen establecer barreras no solo en términos turísticos sino de inversiones de carácter productivo.

Esto condiciona severamente a esa porción de la sociedad que genera riqueza, produce en distintas actividades y consume. Ni hablar de los jubilados que ven cómo se aniquiló de un plumazo derechos ganados hace tiempo.

A cambio se habla e instrumentan bonos a diestra y siniestra que si bien ponen dinero en el bolsillo con el propósito de reactivar el consumo, no representan soluciones de fondos no dejan de ser paliativos para morigerar el impacto que tiene la desaparición del índice que aseguraba que las ya magras jubilaciones no perdieran tanto frente a la inflación.

En el panorama también aparece el aumento de las retenciones al sector agropecuario, una medida que se ha planteado una vez más en términos de solidaridad como si todos los productores fueran grandes y millonarios y como si una aún más pesada carga tributaria no amenazara con hacer desaparecer a muchos que al interior del país mueven las economías regionales con esfuerzo. Nada se dice en la ley de emergencia de la reforma política. Esa es una medida que jamás llega.

Tampoco se habla de la realidad de otros poderes del Estado como el legislativo y el judicial colmados de privilegios. Si bien es cierto que el presidente Alberto Fernández iba a tener que recurrir a medidas de ajuste para descomprimir la difícil situación económica y financiera que dejó su antecesor, no menos cierto es que causa sorpresa y cierto repudio que se empiece por sectores que mueven la economía y por porciones de la sociedad muy vulnerables que no soportan un arrebato más ni en su economía ni en su confianza.

Algunos analistas aseguran que la mega ley de emergencia económica es música para los oídos del Fondo Monetario Internacional y un paquete de acciones soñado para Mauricio Macri.

Más allá de cualquier consideración u opinión sobre la génesis de la medida, lo cierto es que más allá de haber sido diseñado como un paquete de coyuntura no tiene el propósito de propiciar la reactivación genuina de la economía. Solo se plantea en algunos casos un verano que descomprima una situación social y económica muy compleja.

El fantasma de la inflación, los riesgos de la emisión monetaria desmedida, la presión sobre sectores que le demandan a la dirigencia política que también ponga el hombro y lo haga con gestos reales lejos de cualquier privilegio transforma al contexto de la emergencia económica en una realidad ya conocida. Hace falta una profunda reforma política, tributaria y previsional para que la rueda del crecimiento vuelva a ponerse en marcha.

Y esto no parece lograrse con cepos e impuestos que condicionan severamente cualquier tipo de inversión. Una vez más estamos empezando. Como siempre que el país recrea el círculo vicioso de sus crisis. Y esto, lejos de abrir un horizonte de expectativas positivas, se mira con la desconfianza de saber que siempre se recurre a recetas ya conocidas. Quiera el destino que está sea la última vez que el país afronte una situación tan difícil como apremiante producto de la especulación y la inoperancia.

Quiera que el país esta vez si haya aprendido y que al salir de esta delicada situación la transparencia, el trabajo y la concepción de la política como herramienta genuina de transformación de la sociedad vuelvan a ser las banderas. Esas que jamás debieran haberse abandonado. La política entonces habrá hecho su parte.

Todo lo demás es repetir recetas con consabidos resultados y dejar al pueblo sumido en una profunda desconfianza que atenta contra el valor más preciado que es el vínculo sano con sus representantes.


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