Editorial

Un panorama más que sombrío


Una vez más los argentinos percibimos que estamos al borde del caos. Este sentimiento, muy frecuente en la historia contemporánea de nuestro país, es algo más que una crisis pasajera. Se trata de un fenómeno recurrente en la vida argentina y significa una profunda crisis de identidad como nación y como comunidad de vida.

¿Qué es lo que nos arrastra a estas crisis de identidad donde todo parece amenazado, desde la esperanza hasta la subsistencia?

La persistencia de situaciones que se reproducen como calcadas, los procesos cíclicos a los que asistimos una y otra vez, darían la impresión de que los argentinos no aprendemos de las lecciones de la historia. Pero lo que es peor, este hecho nos sitúa en una posición de pesimismo regresivo. Así, es frecuente oír que “todo tiempo pasado fue mejor”. ¿Qué queda entonces para el futuro? ¿Qué país legaremos a nuestros hijos y nietos? Con total seguridad, uno peor que el que nos recibió al nacer y recibimos al ingresar en la vida adulta.

La tentación escapista es muy grande. Muchos argentinos se han ido del país, por goteo de manera constante y a raudales en momentos de crisis. Otros están a la espera de la posibilidad de ser españoles  o italianos de segunda. Este drenaje de nuestra inteligencia y de parte de la juventud puede ser visto como un símbolo de nuestra incapacidad para forjar un sistema de vida apto y atractivo para nosotros mismos. Lo único “atractivo” para el argentino que quiere quedarse son los afectos, la idiosincrasia, mas no un sistema que le dé estabilidad y posibilidad de crecimiento.

Refugiarse en uno mismo y el rechazo a participar de todas las cosas públicas son otras maneras de marginación, como la búsqueda del éxito financiero fácil, sin trabajar y sin invertir capitales.

En este clima de desesperanza y falta de expectativas, el recién asumido gobierno, si bien ha hecho contundentes anuncios,  no ha sabido emitir una señal clara y definida que nos insuflara confianza con respecto al futuro. La respuesta, en consecuencia, no podía ser otra que aumentar la incertidumbre y salir presurosos a comprar dólares.

El saberse embarcado en una nave con rumbo extraviado no puede producir otra cosa que la rebelión o la deserción.

Es cierto que existen soluciones políticas, institucionales, de orden técnico, para sacarnos de esta situación angustiosa que vivimos. Son las más complejas, las que nadie quiere escuchar y mucho menos abordar: ni el funcionario por el costo político-electoral ni el ciudadano argentino, acostumbrado por años a soluciones tan espasmódicas como volátiles. El país debe encontrar en sus instituciones un cauce, pero lamentablemente este Gobierno -como los anteriores- solo mira el corto plazo.

Mientras los funcionarios buscan un entendimiento con los acreedores, toman medidas de poco alcance que luego habrá que revertir. Casi todas las decisiones económicas tomadas están puestas en una perspectiva de corto plazo. Hay un primer plazo, a fines de marzo, y un segundo plazo, a fines de junio. El de marzo sería para arreglar la deuda con los bonistas porque, además, el Gobierno solo tiene recursos para pagar vencimientos hasta esa fecha. Conseguido ese objetivo, debería conocerse el plan económico que orientará el gobierno hasta el fin del mandato de Alberto Fernández, ¿no? ¿Será uno que mire más allá de los comicios del año que viene? Porque esto de vivir en elecciones cada dos años ha llevado a que nadie hunda el escalpelo, a que nadie practique la cirugía mayor que se necesita y, por el contrario, se recurra a medidas placebo, meramente efectistas, que terminan por complicar aun más la patología de base.

El plazo de junio es muy crítico, porque se ponen en juego muchas variables. En principio, vencen todos los congelamientos dispuestos por el Gobierno y debería ya tener definida una estrategia  para calcular las actualizaciones tarifarias. El problema será la forma en que se salga del congelamiento y es casi seguro que se adopte una estrategia de gradualismo, al igual que hizo Mauricio Macri.

Ese nuevo gradualismo, con las actualizaciones, obligará al Gobierno a pagar ingentes sumas de dinero en concepto de subsidios afectando la solvencia fiscal. Y nuevamente estaremos con el síndrome de la frazada corta. De todos modos, los funcionarios confían en que para esa fecha se haya recuperado el ritmo de la economía, aunque parece más una expresión de deseo que una posibilidad real.

Cuando se piensa en reactivación, se imaginan fábricas que comienzan a trabajar más y que toman nuevos trabajadores, ya sea porque se dinamizó el mercado interno o porque se aceleraron las exportaciones. No hay grandes expectativas de que algo de ello ocurra, ya que las únicas decisiones estuvieron vinculadas a la Tarjeta Alimentaria y a los bonos de 5.000 pesos para los jubilados, pero con eso no alcanza para reactivar la economía. Y encima se han aumentado impuestos a las empresas y particulares, que ya comienzan a presionar en los costos de producción y el de las familias, con lo cual hay presión sobre los precios. Así, el poder adquisitivo de los que se quiere beneficiar se ve muy deteriorado.

El Gobierno pretende mantener congelado el valor del dólar, mientras el Banco Central apura la baja de las tasas de interés. De esta manera, los bancos ya están pagando tasas menores a la inflación esperada, por lo cual se incentiva una salida hacia el dólar. Ni el cepo ni el impuesto del 30 por ciento alejaron a los sectores medios de esta opción. Por el contrario, la baja de tasas estaría produciendo un efecto que era el esperado por el mercado y es que los inversores se vuelcan a comprar dólares en los mercados marginales. Nada va a inversión, ni a ahorro en pesos, ni a compra de bienes durables. Con estas reglas tampoco hay reactivación.

A falta de un plan a largo plazo (al menos un esbozo de hacia dónde plantea el equipo de Fernández el crecimiento del país) lo que se puede apreciar es una batería de decisiones que no van en la misma dirección. Hay medidas que alientan la inflación y otras que desalientan la actividad económica, al menos en algunos sectores. Por una parte, han prorrogado por un año el estímulo a la producción de bienes de capital. Pero por la otra, la suspensión de los beneficios de la Ley de Promoción del Conocimiento es una marcha atrás muy severa que castiga a uno de los sectores más dinámicos y modernos y parece una decisión tomada exclusivamente para perjudicar a Mercado Libre, solapada en la intención de beneficiar a las Pymes. Mercado Libre nació Pyme pero creció y fue exitosa. Esta decisión solo le hará cambiar de sede y la Argentina perderá las divisas que genera. Una decisión cargada de prejuicios ideológicos.

La evolución de los precios seguirá firme este año. Las consultoras calculan un 41,5 por ciento anual, suponiendo que el dólar no suba más del 25  por ciento, pero en estas condiciones la paridad cambiaria se volverá a atrasar y, nuevamente, afectará las exportaciones que el Gobierno dice que quiere estimular.

En realidad, se comienzan a observar inconsistencias similares a las que criticamos en el gobierno de Macri. Demasiadas cabezas con ideas propias y nadie que unifique las acciones para preservar una sola línea de objetivos. Los argentinos –y los inversores de toda laya- necesitamos coherencia, honestidad intelectual, un norte y una hoja de ruta de nos hagan volver a creer que este país puede salir adelante. Si no es con cirugía mayor y sacrificio, no será más que un placebo. Así que no nos mientan, digan y hagan lo que hay que hacer. Aunque a gran parte de la Argentina votante le guste que le endulcen el oído y el bolsillo “por arte de magia”.


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26 de Abril de 2024 - 05:00
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