Editorial

Una reflexión sobre el vínculo de los adultos con las nuevas aspiraciones de los jóvenes


La agenda de las cuestiones urgentes, esas que agobian en lo cotidiano, impide correr la mirada de la coyuntura y con frecuencia nos hace perder de vista situaciones que pasan desapercibidas y que sin embargo son medulares. Una de ellas tiene que ver con las aspiraciones de las nuevas generaciones y los modelos y pautas en las que se refieren para configurar su mundo y proyectarse. Desde este espacio editorial, y en un día en el que el reloj se distiende del apremio, se abre la posibilidad de habilitar una reflexión sobre esta cuestión sin otro afán que el imperativo de prestar atención al universo de los más jóvenes para acercarnos a él desde otro lugar distinto del de la nostalgia del pasado o el juicio por prioridades que muchas veces no se comprenden.

Algo en sus aspiraciones ha cambiado y esto se traduce también en el modo en que se relacionan con la educación. En este aspecto reside el núcleo de este comentario. A menudo se habla de la importancia del conocimiento en la construcción de la sociedad del futuro. Y en este sentido las inclinaciones vocacionales resultan cruciales para observar por donde pasa el interés de las nuevas generaciones. La elección de carreras tradicionales por parte de los adolescentes y el déficit en la matrícula en aquellas alternativas que son consideradas prioritarias para el desarrollo del país hablan de una realidad que se vive entre aquellos que acceden a los estudios superiores y que todavía se proyectan en profesiones de las consideradas “tradicionales” en detrimento de las que se están requiriendo en el mercado.  En el otro extremo están los que verdaderamente innovan apostando a las “carreras del futuro” y chocan con valoraciones por parte de los adultos que muestran cierta incomprensión por esa elección.

En otro escenario, entre quienes no llegan a la universidad o no la tienen como aspiración sobrevive una creencia de que la educación superior es para determinados sectores de la sociedad. Desde este lugar son muchos los que se autoexcluyen de la posibilidad de acceder a la universidad pública, aun teniendo a mano opciones pertinentes a las necesidades del mercado laboral. De igual modo, en el plano de la educación técnica quedan vacantes cupos en alternativas pensadas para la formación en oficios, a pesar de que el propio mercado del trabajo demanda recursos humanos en competencias específicas. Como si hubiera un de-sinterés por actividades que asegurarían una inserción laboral casi inmediata, los jóvenes parecen tomar otro camino.

Ni hablar de la realidad que expresan los que pertenecen a la generación de los “ni ni”, es decir aquellos que no estudian ni trabajan. En ellos se expresa la cara más visible de la falta de motivación y el complejo entramado social que contribuye a que sean cada vez más los chicos que transitan su adolescencia y juventud sin poder configurarse en escenarios que les permitan vincularse con la educación o el trabajo de un modo positivo.

En cualquiera de los contextos descritos lo que aparece como común denominador es un cambio en las aspiraciones. Lejos de cualquier valoración sobre ello, los chicos de hoy sueñan con otras cosas. Algunos pretenden transformarse en “influencers” y sus motivaciones pasan por conseguir visitas en un sitio Web. Conviven en un mundo en el que lo virtual y lo real confluyen y determinan sus motivaciones y el modo en que buscan ser reconocidos. Aunque no se puede generalizar, para muchos competir en un campeonato de juegos en red resulta mucho más interesante que formarse en una profesión. Antes los chicos soñaban con ser bomberos, policías, enfermeros. Tareas que suponían un saber puesto al servicio de otros. Hay quienes aún sueñan con eso, pero en la actualidad las elecciones parecen girar sobre otros ejes y resultar menos altruistas. Anhelan llegar a la televisión o conseguir muchos “me gusta” en sus publicaciones. Lo que les pasa habla de un cambio de tipo aspiracional que interpela a la comunidad de los adultos y obliga a indagar sobre esos intereses para achicar la brecha entre ellos y nosotros y no perder la batalla frente a la incomunicación. Hacerlo significa replantear las dinámicas de la vida familiar para volver a hacer prevalecer el diálogo. También pensar en la escuela que parece haber quedado vieja. En la vorágine de la vida moderna renunciamos a ser referentes. A cambio, depositamos en las cargadas agendas de actividades de nuestros chicos la que debería ser nuestra responsabilidad primaria: la educación. Entonces la delegamos en otros y renegamos de ellos. Simplemente porque no nos tomamos el tiempo de descongestionar nuestra propia agenda para pasar tiempo real con ellos y su entorno. Atónitos observamos cómo se de-senvuelven en “tribus” que resultan ajenas a nuestros ojos y escuchamos un lenguaje que aunque inclusivo, nos excluye solo porque nos hemos distanciado.

Estas disquisiciones son apenas una aproximación a las cuestiones sobre las que con frecuencia no reflexionamos. Es necesario reordenar las prioridades, y aceptar que como adultos somos los que debemos marcar un camino. No el nuestro, sino el que puedan configurarse ellos y en el que a la par de la virtualidad puedan convivir la escuela o la universidad, como destinos que solo pueden elegirse en el ejercicio pleno de la libertad y la autonomía, valores que se forjan solo si se tienen cerca referencias capaces de ser sostén y guía. Quizás la tarea de los adultos sea esa.


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