Editorial

Una riesgosa estrategia


Amenos de seis meses de las elecciones presidenciales, con todos los indicadores de la actividad económica y social en rojo y una inflación anual superior a 50 por ciento, que impactan sobre su nivel de popularidad, el Gobierno nacional pretende avanzar ahora en un acuerdo de gobernabilidad pre y post electoral con los principales dirigentes políticos de la oposición.

El “timing” de esta convocatoria no podría dejar peor parado al presidente Macri. Porque a pesar de haber enarbolado la bandera del diálogo y la concordia desde la campaña misma, recién sobre el filo de la finalización del mandato abre el juego a una mesa de conversación. Y por otro lado, si bien no hay nada que ocultar: el país está en una situación crítica y el Gobierno no sabe cómo salir de la encerrona, queda al descubierto la altanería y sobre estimación con que han gobernado todo este tiempo en que nunca convocaron a nadie de la oposición, ni técnicos ni políticos en procura de alternativas ante los sucesivos fallidos.

De todos modos, esta búsqueda de acuerdos mínimos no responde ni a una apertura al diálogo ni a una intención de abrir el juego a la oposición para hallar una salida a la crisis. Tiene que ver con brindar seguridad jurídica a nuestros acreedores, concretamente el FMI, de que un cambio de signo político no implicará un viraje de timón en lo económico y que se respetarán las metas pautadas.

Además de no ser positiva a la imagen del Gobierno y de ser más que nada un signo para nuestros acreedores, esta convocatoria a la oposición es una estrategia de campaña. Con este comentado “acuerdo de los 10 puntos”, se logran varios de los objetivos políticos que puede necesitar el macrismo en un momento complicado. Para empezar, la recuperación del centro de la escena política, con una jugada que obliga a los opositores a definirse.

Pero, sobre todo, en la entrelínea de la propuesta, un refuerzo de la estrategia política de la polarización, porque cada uno de los puntos conlleva su dosis de provocación para el peronismo y pretende restablecer el “quién es quién” en la política argentina.

“Esas herramientas nos permitirán decirle al mundo que esto que hemos empezado va a continuar y hace falta generosidad para acordar y llevar tranquilidad y futuro a todos los argentinos”, explicó Mauricio Macri. Y aunque no lo dijo en ningún momento, quedaba implícito que el kirchnerismo no formaba parte de la invitación y que quien no adhiriera al acuerdo es poco menos que el culpable de todo lo malo que ocurra de ahora en más.

De hecho, Macri planteó que en los próximos meses se definirá si la Argentina tendrá 25 años de crecimiento o si regresará a “la oscuridad y la confrontación permanente”.

Y por si estas señales no alcanzaran, la sola lectura de los 10 puntos del acuerdo parece confirmar que la redacción fue hecha para que el kirchnerismo tuviese que rechazar, sí o sí, el documento. El punto que refiere a la transparencia en las estadísticas, por caso, es una referencia que no admite doble lectura: habla del compromiso de no volver a la opacidad de las cifras públicas que caracterizó a la “intervención” del Indec por parte de Guillermo Moreno.

Y, sobre todo, el punto que refiere al compromiso de honrar los pagos de deuda, tiene también un vínculo directo con las peleas que Cristina Kirchner mantenía con los acreedores de la Argentina durante la batalla con los “fondos buitre”. También los puntos referidos a la necesidad de reformas estructurales como un nuevo marco laboral más desregulado y un nuevo esquema jubilatorio menos oneroso para el Estado van al choque con el discurso que está sosteniendo el kirchnerismo y buena parte del peronismo no K.

En sentido contrario, así como hay puntos imposibles de ser aceptados por el kirchnerismo, hay otros que parecen hechos para que no puedan ser rechazados por los gobernadores provinciales. Tales como el que preanuncia un pacto federal.

En definitiva, el acuerdo parece diseñado para forzar a algunos jugadores a la aceptación y a otros al rechazo. Entre los que parecían destinados a quedar al margen se encontraba Roberto Lavagna, quien se apuró a explicar por qué no ve un atractivo en adherir a una proposición que es “puro marketing político”. Lavagna desestimó la propuesta y esa postura del economista con aspiraciones presidenciales le es funcional al oficialismo porque el rechazo explícito de Lavagna al documento lo acerca, desde la óptica polarizada, al kirchnerismo.

En definitiva, es un documento en el que una parte del peronismo aparece gustoso de firmar -como el senador Miguel Pichetto, quien en las últimas semanas intentó llevar tranquilidad a los inversores de Wall Street- y otra parte, en cambio, parece ansiosa por expresar su rechazo. En otras palabras, a pedir de boca para un macrismo que necesita recuperarse de los últimos reveses políticos y marcar la cancha.

Claro que no todos coinciden con que esta estrategia electoral sea beneficiosa para el Gobierno. Porque si bien es cierto que cumple con algunos requisitos positivos, también implica algunos riesgos. Para empezar, si el objetivo era transmitir tranquilidad al exterior y mejorar la imagen argentina en un momento en el que el mercado desconfía y se saca de encima los títulos de deuda soberana, el resultado parece un fracaso. A fin de cuentas, la desconfianza de los mercados reside en la incertidumbre sobre lo que podría ocurrir si un opositor peronista llega al poder. Y este documento no despeja esos temores en lo más mínimo. Más bien al contrario, el hecho de que Cristina, Lavagna y Massa lo hayan desestimado podría confirmar sus peores sospechas.

Desde Wall Street, gestores de fondos de inversión dejaron entrever su disgusto con lo que está ocurriendo con la propuesta del presidente. En este sentido, hubo politólogos, como Rosendo Fraga, que recordaron la experiencia de Brasil en 2002, cuando todo hacía suponer que Lula se convertiría en presidente, y los mercados no sabían bien a qué atenerse. En ese entonces, recuerda Fraga, el presidente Fernando Henrique Cardoso impulsó un compromiso de toda la clase política para que los inversores descartaran el riesgo del default. Y la pieza clave de ese acuerdo fue que lo firmaran todos, empezando por Lula.

Pero el acuerdo argentino, al revés del caso brasileño, pone más de manifiesto las diferencias que los consensos nacionales. Ahora, ¿eso es algo buscado o es un error de cálculo? Tal vez ayude al análisis las reflexiones políticas de Jaime Durán Barba, el “gurú” preferido de Macri. En una reciente columna periodística, el politólogo ecuatoriano recuerda cómo “desde hace muchos años los líderes alternativos han derrotado a las coaliciones del establishment formadas por medios de comunicación y partidos políticos”. Por si quedara alguna duda, Durán Barba plantea sin medias tintas: “Un frente de unidad de sus adversarios aseguraría un triunfo contundente de Cristina Fernández”.

En otras palabras, el principal estratega del macrismo defiende la estrategia opuesta a la que se desprende de la lectura de Macri. Es decir, Durán Barba no quiere a todos los líderes políticos en una vereda y a Cristina en otra.

Más bien al contrario, cree que así no hace más que alentar las chances de la expresidenta. De manera que su estímulo es empujar a otros peronistas al sector de Cristina, para mejorar las chances de Macri.

Lo de siempre: la polarización como estrategia electoral.


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