Editorial

Una vacuna que nos inocule civilidad


En este tiempo de pandemia, que se prolongó más de lo esperado y que todavía no puede garantizarnos una fecha de vencimiento, las recomendaciones y los consejos parece que no resultan suficientes.

En infinidad de oportunidades se dijo, casi hasta el cansancio, que los argentinos “somos hijos del rigor” y que solo pueden mantenernos a raya con un látigo en una mano y un palo en la otra, lógicamente, en sentido figurativo.

Desde que la pandemia se instaló entre nosotros, en marzo del año pasado, se adoptaron resoluciones que en un principio no recibieron objeciones, pero que al poco tiempo empezaron a resultar antipáticas, más allá de ser necesarias para tratar de minimizar el impacto del Covid-19, algo que, lamentablemente y con números a la vista, no se pudo lograr.

Durante estos casi 11 meses, las “cuarentenas” se fueron replicando de manera interminable, hasta generar un cansancio lógico en la población y dificultades económicas como consecuencia de esas disposiciones.

Sin embargo, las decisiones adoptadas por el Gobierno nacional, que siempre respondieron a las sugerencias de un grupo de “científicos”, no resultaron siempre acertadas, a pesar de las justificaciones de González García, el cuestionado ministro de Salud.

El número de contagios y fallecimientos, aun con tantas restricciones, fue muy significativo y proporcionalmente análogo a lo que sucedió en otras partes del mundo, con variables que se fueron dando a lo largo de este tiempo. Se llegó a picos alarmantes, se redujeron los números; volvieron a crecer y la actualidad indica un amesetamiento de los casos. Igual que sucedió en todas partes, nada menor a pesar de haber paralizado durante meses la economía y dejado rubros en la ruina.

Los cuestionamientos, de una manera casi natural, partieron invariablemente desde la oposición, hasta recrudecer en los últimos tiempos con el sensible manejo de la vacunación, que está muy lejos de responder a todas las expectativas que se habían planteado desde el Gobierno.

Ginés González García, máximo responsable del área de Salud, en más de una oportunidad, estuvo en el centro de la tormenta por declaraciones que fueron claramente desafortunadas.

Lo propio sucedió con otros funcionarios, que pronunciaron mensajes que se consideraron alentadores, cuando la realidad demostró que no estaban dadas las condiciones para semejante optimismo.

Pero más allá de interminables idas y vueltas. De aseveraciones y desmentidas. De acusaciones cruzadas y otras yerbas, no puede soslayarse un tema que es prácticamente imposible de erradicar. Estamos haciendo referencia a la falta de compromiso de la gente, que fiel a una costumbre transgresora que es un sello distintivo de los argentinos, desafía a todos los protocolos.

¿Alguien podrá decir a esta altura de las circunstancias que no conoce las reglas básicas que deben respetarse en esta pandemia? Es imposible pensar que la gente no haya tomado conciencia de la importancia de lavarse las manos, utilizar barbijo, alcohol en gel o mantener la distancia física.

Pero, a pesar de todo, son muchos los que no atienden esas recomendaciones. Y se puede comprobar naturalmente a cualquier hora y en cualquier lugar. En la simple caminata en soledad o en compañía, por rescatar un caso testigo.

Para esos ciudadanos, parecen ser observaciones de una etapa superada. Por eso se considera necesario recordar, incluso asumiendo el riesgo de expresarlo de una forma que puede conducirnos al hartazgo, que es imperioso cuidarnos, porque es la única manera de evitar el contagio y la propagación. Hay que tener en claro que ninguna vacuna evita el contagio por lo que, aun cuando hayamos recibido las dosis de tal o cual, los cuidados elementales son los que evitarán contraer el Covid; con la vacuna solo morigeraremos su impacto.

El virus sigue expandiéndose. En algunos países, los rebrotes son más letales que en la primera oleada. Y en ese aspecto, nadie puede desconocer que en nuestro país, la posibilidad que eso pueda ocurrir siempre estará latente.

Mientras todo esto ocurre y las flexibilizaciones se dosifican, todavía existen sectores postergados que no han podido reactivarse. Para eso las autoridades siguen apostando a la  vacunación masiva antes de permitirles volver a la tan ansiada nueva normalidad. Un error conceptual garrafal que se arraiga erróneamente en el imaginario colectivo. Otra vez: la vacuna no evita el contagio. Claro que con la vacunación masiva disminuirá la severidad y por ente, las necesidades de los pacientes en el sistema sanitario. Solo desde ese punto de vista, es decir para poder atender correctamente a la demanda que se suscite con los nuevos permisos, es que se entiende que los gobiernos en sus distintos estamentos quieran esperar a concluir la campaña para dar autorización a actividades como eventos deportivos, sociales, culturales, clases 100 por ciento presenciales, reuniones sin tope de asistentes. Así y todo, el mensaje oficial que se da respecto de la vacunación y sus efectos es nocivamente engañoso para el comportamiento social.

La mejor herramienta para frenar al contagio se ha comprobado que sigue el trío de indicaciones que conocimos  el día uno de la pandemia (distancia, higiene, barbijo) y no alguna vacuna. El uso de estas herramientas no depende de nadie más que de cada ciudadano, lo que para los argentinos es –tristemente- una condena. Ya lo decimos más arriba: afectos a la transgresión e hijos del rigor. Es fácil observar cómo el comportamiento humano es lo que determina el avance del virus, solo hay que mirar las cifras de Asia.

Otro dato que nos alecciona dónde está “la madre de la batalla”, o en nuestro caso “la madre de la derrota”: si cada ciudadano hubiese cumplido las tres simples reglas en la intimidad de los hogares (que son los espacios donde no llega el rigor del Estado ni protocolo alguno), no se hubiese dado el estrepitoso crecimiento de casos luego de las tradicionales fiestas de fin de año.

Todas las actividades que continúan paralizadas dejando gente sin trabajo podrían volver al ruedo si fuéramos una sociedad afecta a cumplir las normas de convivencia en general, y en este caso en particular, las indicaciones sanitarias. Es decir que, finalmente, somos nosotros mismos los que coartamos la recuperación de nuestros pares.   

Más que una autorización oficial o un protocolo específico para funcionar, más que multas o rigor de un Estado que nunca podrá ser omnipresente, más que una vacuna, lo que se necesita para todos puedan recuperar algo de normalidad es civilidad.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO