Editorial

Vacunación VIP: el botón de muestra de una sociedad llamada a recuperar sus valores


El escándalo nacional desatado en torno al funcionamiento de un vacunatorio VIP en el Ministerio de Salud de la Nación para inmunizar a funcionarios y personas allegadas al poder y las noticias que hacen referencia a un uso supuestamente irregular de vacunas en distintos distritos del país, hablan mucho de nuestro modo de ser como sociedad y desnudan de forma descarnada verdades que muchas veces pasan desapercibidas o no quieren ser vistas. Hay algo de la escala de valores que se expresa en el comportamiento de quienes incumplieron deberes y vulneraron un proceso que debía ser transparente. Aunque no se puede generalizar, porque la indignación que generó en buena parte de la comunidad lo que se fue conociendo y motivó el hastío exhibe a las claras que hay quienes aún defienden y sostienen su vida cotidiana en atributos que parecen perdidos; también es cierto que de un tiempo a esta parte es como si consiguieran naturalizarse comportamientos reprochables de la dirigencia y anulan la capacidad de asombro.

Desde hace tiempo la premisa del sálvese quien pueda se inscribió en el ADN argentino y encarnó en la lógica misma de ejercicio del poder. De arriba hacia abajo se dejó de predicar con el ejemplo y lo que se predica es lo que el propio presidente de la Nación expresó durante el contacto con periodistas internacionales mantenido en México: “No constituye delito adelantarse en la fila”.

La apreciación muestra el fondo y las formas. Y aunque es cierto que el tema de las vacunas no puede desatender otras muchas cosas tan graves como importantes que han sucedido y suceden en el país, tampoco puede pasarse por alto el modo en que el propio poder evalúa lo que ha ocurrido.

Inmersos en el enorme daño social que está causando la pandemia, el principal capital que había que construir en torno a las vacunas era la confianza. Y como a propósito, el comportamiento por lo menos negligente de algunos funcionarios dilapidó esa posibilidad y tendió un manto de sospecha sobre la transparencia del proceso que será muy difícil de subsanar.

Habla más de lo que sabemos del modo de ser de una sociedad el hecho de haber armado una estructura paralela para vacunar a los amigos, desconociendo las prioridades establecidas por el plan de vacunación que está llamado a ser el más grande e importante de la historia.

Dice algo del país el modo en que los dirigentes digitan a dedo y de manera arbitraria quién recibe una dosis de vacuna y quién sigue relegado a la espera de ser convocado.

Define la esencia del país la actitud poco empática de quien recibe el llamado de la autoridad para adelantarse en la larga fila de la vacunación y sin dudarlo, acepta el ofrecimiento y se vacuna. Y promueve que se vacune también a sus allegados vulnerando cualquier circuito oficial.

También habla de nosotros que la máxima autoridad del país intente evadir la gravedad del hecho calificando de “payasada” la investigación judicial y el trabajo de los medios de comunicación. Y por el otro lado, nos define el hecho de que ante cada escándalo la agenda pública quede presa de una única cuestión distrayendo la mirada social de otros problemas tan importantes como urgentes.

Forma parte de nuestra esencia la sensación de que nadie pagará la cuenta que dejó el bochorno y que esto ocurra por la larga tradición de impunidad con la que vivimos. Seguramente quienes vulneraron la norma recibirán la segunda dosis de la vacuna y la rueda de la inmoralidad seguirá girando. Porque es inmoral y vergonzante que muchos adultos mayores lejanos al poder estén encerrados desde hace un año con la vida puesta entre paréntesis por temor a enfermar gravemente o morir mientras jóvenes funcionarios estén inmunizados. Aunque la norma lo habilite porque se desempeñan en organismos considerados estratégicos, es cuestionable la falta de empatía.

Es preocupante que aún haya profesionales médicos, enfermeras, camilleros y personal de las instituciones de salud sin vacunar, en el mismo país donde, hasta no hace mucho, cada noche la ciudadanía los calificaba de héroes y les dispensaba aplausos.

La épica que se planteó con la vacuna que prometía unir a los argentinos parece haberse desarmado. Y a la luz de la desconfianza que se generó con lo sucedido, los argumentos que se esgrimen a uno y otro lado de la grieta en la que desde hace tiempo estamos inmersos, suenan a relato y a oportunismo. No a discursos genuinos, que son aquellos que sirven para construir confianza.

Más allá de los pormenores que seguramente seguirán sucediéndose, ojalá la grandilocuencia del escándalo sirva para recordar otros que se han sucedido en el país y que no distinguen color ni ideología. Y también para abrir una profunda reflexión sobre la condición humana, esa que de manera utópica pensábamos podía transformarse para mejor después del daño social inmenso causado ya por esta pandemia.


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