Editorial

Vandalismo en un jardín de infantes: la expresión de la peor cara de una sociedad


El vandalismo es una acción repudiable que ha sido señalada desde este espacio editorial en reiteradas oportunidades como uno de los problemas que afectan a nuestra comunidad. Quizás porque el desprecio por la cosa pública, por ese patrimonio que pertenece a todos suele ser el blanco elegido por quienes parecen no ser parte de la vida en sociedad. Lo que es de todos no es de nadie, evidentemente. Cualquier tipo de acción de este tipo es repudiable, pero cuando estos hechos eligen el lugar destinado a la educación y violentan el bienestar de los más chicos se tornan verdaderamente inadmisibles. El lunes la ciudad amaneció con la noticia de que vándalos habían causado serios destrozos en la infraestructura del Jardín de Infantes N° 924. La crónica policial relata que ingresaron por una claraboya y sin robar nada, el tiempo que permanecieron en el establecimiento fue empleado para romper todo lo que encontraron a su paso. Puertas de armarios, computadoras, impresoras y elementos didácticos fueron destruidos por la maquinaria salvaje de la violencia. El daño alcanzó incluso a cajas de leche que fueron abiertas y su contenido esparcido por los salones y hasta volcaron sobre las computadoras el yogurt que toman los niños. Lo sucedido es una clara señal de cómo funciona la sociedad.  Sin llevarse elementos de valor, quienes ingresaron a ese establecimiento solo buscaron dañar el patrimonio público. Sucedió en la semana de los jardines de infantes, cuando esa comunidad educativa se disponía a celebrar este acontecimiento proponiendo a los niños y a la propia comunidad diversas actividades. Todo quedó trunco gracias a una violencia incomprensible. Así como destrozaron muebles y aberturas, no repararon siquiera en los niños y se tomaron el tiempo de destruir elementos de enorme valor simbólico como las producciones que realizan como parte del proceso pedagógico. Eso no tiene reparación posible. Con la intervención de las autoridades, la limpieza y acondicionamiento de las instalaciones estuvieron asegurados a las pocas horas de ocurrido el hecho. La reparación de los elementos que se rompieron también estará garantizada con aportes que volverá a hacer el Estado. ¿Pero quién repara el daño que supone para un niño el hecho traumático e incomprensible de una acción desaprensiva que ni siquiera a su corta edad alcanza a comprender? ¿Cómo se le explica a un niño tan pequeño que hay miembros, posiblemente cercanos a esa comunidad, parecen haber perdido todos los valores? ¿Cómo se les dice que ya no están más las carpetas con sus dibujos ni las creaciones que demandaron horas de entretenimiento y aprendizaje? Poco se repara en estas cuestiones cuando suceden estas cosas. La crónica queda detenida en el hecho delictivo. Y lo intangible queda desprovisto de cualquier análisis. También la cadena de responsabilidades que desembocan en que estas cosas ocurran. Este es uno de estos hechos.  E interpela fuertemente a los actores que atentaron contra la educación, sobre un establecimiento público que se sostiene con recursos de todos los ciudadanos y compromiso de los docentes. También interpela fuertemente a las autoridades respecto de los dispositivos de seguridad que deberían tener las escuelas si no para evitar, por lo menos para disuadir este tipo de conductas delictivas anteponiendo barreras que imposibilitaran el acceso a un jardín de infantes para ocasionar tamaño destrozo.  Algo falló para que lo sucedido ocurriera, y más allá de cualquier análisis que pueda hacerse de esta situación, lo que el vandalismo en el Jardín de Infantes N° 924 dejó como mensaje es que lo ocurrido opera en espejo de muchas situaciones que ocurren en la sociedad, mostrando su peor cara. El daño sin motivo a un establecimiento educativo al que concurren niños de 3, 4 y 5 años muestra el rostro de una sociedad profundamente lastimada por la desidia. No es la primera vez que ocurre, por lo que esto no puede interpretarse como un hecho aislado. El vandalismo sucede a menudo, en distintos espacios, y con el mismo propósito: violentar lo que pertenece a todos.

Este accionar, repetido confirma la pérdida de valores, la falta de aprecio por lo público y la desaprensión por ese patrimonio intangible que no pertenece ni a las autoridades políticas, ni a las autoridades educativas ni siquiera a la propia comunidad del barrio donde está emplazado el Jardín de Infantes N° 924; sino que es de toda la sociedad. Porque un establecimiento de educación pública es de todos y debería ser cuidado como tal.

Quizás porque lo ocurrido toca una fibra sensible de la comunidad, quizás porque el daño provocado intencionalmente lesiona a los niños, es que resulta irreparable aunque lo material se recupere. En este sentido, el vandalismo, que lamentablemente tiene precedentes en otras instituciones y lugares públicos, afecta el corazón mismo del lazo social. Eso lo vuelve lo suficientemente grave y si lo que destroza afecta a un niño, eso deja a la sociedad sin camino y sin esperanza.


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