Editorial

VIH: luchar contra la discriminación y prevenir sigue siendo la tarea


De un tiempo a esta parte, y producto de los enormes avances científicos, el VIH se ha transformado en una enfermedad crónica y por tal razón, quienes son diagnosticados tienen la posibilidad de acceder a tratamientos menos nocivos por sus efectos tóxicos y con esquemas de administración de drogas que garantizan una mejor adherencia y por consiguiente chances ciertas de tener una muy buena calidad de vida.

Sin embargo, ante un nuevo Día Mundial de la Lucha contra el Sida se vuelve imprescindible poner la mirada en varias cuestiones, una de ellas reforzar la importancia de la prevención por cuanto según datos oficiales el 98 por ciento de los casos nuevos que se detectan cada año son producto de haber mantenido relaciones sexuales sin protección. Este indicador obliga a que se implementen campañas y acciones orientadas a fortalecer la conciencia respecto del uso correcto del preservativo, entendiendo que los métodos de barrera son la única herramienta efectiva para evitar la transmisión del VIH.

Por otro lado, hay que recordar que se trata de una enfermedad para la cual no hay cura y con la que se deberá convivir en forma inevitable si el virus se contrae.  Asumir conductas de cuidado que eviten el contagio y detengan la transmisión, supone una responsabilidad personal pero también un compromiso colectivo porque no solamente se está preservando la salud individual sino poniendo en práctica una acción que preserva la salud de la sociedad que enferma a causa de la falta de cuidado, a pesar de que los instrumentos de prevención están a disposición para poder utilizarlos.

Si bien los avances en el plano de la investigación científica y los tratamientos han sido significativos, hay aún deudas que saldar en el plano de la no discriminación. También en lo que atañe a la atención. Los pacientes que conviven con el VIH, a pesar de que tienen una buena calidad de vida, sufren el estigma que les significa padecer este mal conocido en su nacimiento como “La peste rosa”.

A la par de ello hay que comprender que así como ha evolucionado la ciencia, los servicios de atención deben humanizarse, lo mismo que la propia sociedad crecer en una nueva conciencia.

Hoy se sabe que el VIH no discrimina edades ni clases sociales, mucho menos condición sexual; por el contrario, es un virus que puede contraerse si no median medidas apropiadas de cuidado.  Entender esto importaría dejar de pensarlo como algo ajeno que solo afecta a quienes tienen conductas de promiscuidad sexual o pertenecen a determinados colectivos.

En materia de diagnóstico y atención, Pergamino ostenta el privilegio de contar con el Consultorio Amigable, un dispositivo que funciona bajo la órbita de la Asociación Civil Diversidad Pergaminense, con el sostenimiento del Municipio y la colaboración de la Región Sanitaria IV para brindar una atención integral. Sin embargo, en el abanico de los espacios de atención sanitaria este trato humanizado y “amigable” resulta la excepción. Los hospitales públicos, donde se atienden las personas que no tienen acceso a otro tipo de cobertura, tienen enormes deudas que saldar para no profundizar el estigma. No están demasiado lejos las imágenes de colas diferenciadas en las farmacias hospitalarias para la entrega de medicamentos para el tratamiento del HIV. Algo que de por sí expone y rotula. Tampoco el destrato que denuncian con frecuencia los pacientes, o las dificultades que generan los faltantes de drogas que resultan imprescindibles para el adecuado control del virus.

En el aspecto laboral también hay otra asignatura pendiente. Así como una parte de la comunidad ha madurado y hoy algunos mitos en torno al Sida se han derribado, quedan resabios de falsas creencias. En el sector productivo es donde quizás más reticencias existan para incorporar a personas con diagnóstico de VIH. No sólo por el miedo a posibles contagios, sino por el temor infundado de que la condición de ser portador del virus ocasione recurrentes inasistencias o falta de respuesta a compromisos de índole laboral.

Más allá de la naturaleza de estos argumentos, detrás de ellos se esconde aún la discriminación y cierta intolerancia frente a las diferencias. Actores del propio sistema sanitario local afirman que muchas personas al ser diagnosticadas deciden mudarse para atenderse en otros lugares y de este modo estar menos expuestos a una mirada social que sigue mostrándose esquiva. A muchos les cuesta insertarse en el mercado laboral.

En relación al VIH no alcanza con que la ciencia avance. Es la sociedad la que debe evolucionar. Y hacerlo empatizando con el otro, preservándolo de males que matan más que el virus del Sida.

La ciencia parece estar ganándole la batalla a este mal. Hoy es posible vivir con VIH.  Es tiempo de que los propios equipos de salud, los empleadores, las comunidades hagan su tarea, cada cual desde su lugar y en su rol. No hacerlo es abrir la posibilidad de una nueva epidemia, la de la incomprensión que vulnera derechos.


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