Editorial

Violencia obstétrica: muchas veces silenciada, habla de una conciencia que aún falta


Habitualmente las efemérides aparecen como hitos en el calendario para ayudar a las sociedades a pensar en sus asignaturas pendientes y la Semana Mundial del Parto y Nacimiento Respetado- que se realiza este año entre el 13 y el 19 de mayo- no es la excepción porque, aunque muchas veces invisibilizada, la violencia obstétrica es una realidad y la humanización de las prácticas no es la moneda corriente. Este año, el lema elegido es: “El poder de parir está en vos”, como si la mera afirmación le abriera a la mujer las puertas de la posibilidad de elección respecto del modo en que desea traer a sus hijos al mundo y como si se desconociera que existen barreras instrumentales, de formación y de conciencia que restan libertad y condicionan un nacimiento respetado. Quizás en lugar de una afirmación, la consigna debiera haberse planteado en términos de interrogante y de esta manera transformarse en una invitación para interpelar a los sistemas y actores del sistema de salud tanto público como privado, que algunas veces parecieran ignorar la existencia de derechos y anteponiendo un intervencionismo excesivo aceleran o retrasan los tiempos de la naturaleza que siempre es sabia,  anulando el poder de la propia mujer y su familia en un momento tan trascendental de la vida.

Sin radicalizar la opinión ni restarle importancia al accionar médico que resulta imprescindible para atender todas las situaciones que se plantean en el comienzo de la vida, lo que este comentario intenta es poner luz sobre las falencias que siguen naturalizando las múltiples situaciones de violencia a la que es sometida la mujer en el momento de dar a luz, e incluso en el desarrollo de su embarazo, sea porque no se tienen las condiciones de infraestructura apropiadas para la atención de los partos o porque se ponen en marcha mecanismos de intervención que resultarían innecesarios si pudieran respetarse los tiempos naturales del nacimiento y las necesidades de esa mujer que está a punto de parir.

Los sutiles ejercicios de poder sobre las mujeres y sus cuerpos que se expresan en esas circunstancias delatan que aún resta mucho camino por recorrer para desterrar la violencia obstétrica. También falta empoderamiento por parte de las propias mujeres y para ello información sobre los derechos que las asisten a ellas y a sus niños por nacer.

En primer lugar, y aunque resulte un concepto que no requeriría explicación, el parto respetado tiene que ver con humanizar la atención de la mujer y su familia, considerando la singularidad de cada situación preservando la salud en sentido amplio. Esto supone el cuidado del cuerpo, pero también la atención de los aspectos emocionales que subyacen y giran en torno al parto.

Por otro lado, el parto respetado supone cuidar aspectos tan sutiles como el lenguaje. Esta cuestión que resulta menor encierra buena parte de las manifestaciones de la violencia obstétrica. El equipo de salud suele posicionarse en un lugar de superioridad frente a la mujer, porque se supone que tiene un saber que a ella le falta. El modo en que se la induce a parir, el tiempo que se le dedica, el modo en que se le habla hace al concepto de parto humanizado. Ni hablar de la atención que se le presta a su deseo en un momento de enorme vulnerabilidad.  Considerar el embarazo como “una enfermedad” que da “síntomas” y la advertencia sobre los supuestos riesgos de un parto natural ante determinadas condiciones como la edad, son sutiles maneras de anteponer reparos al poder de la propia mujer y su derecho a “elegir”. El creciente número de cesáreas habla a las claras por lo menos de una influencia  marcada del personal médico que parece inducir a muchas mujeres a evitar el parto natural cuando no estaría contraindicado en una enorme cantidad de casos. De hecho las estadísticas que difunde incluso la Organización Mundial de la Salud respecto de este fenómeno confirman que “algo pasa” que no va en la dirección del “parto respetado”.

En otro aspecto, la infraestructura hospitalaria o sanatorial también contribuye a que las situaciones de violencia se perpetúen. Ninguna práctica médica puede ser respetada si se llevan adelante en lugares que no resultan apropiados y en condiciones que no se condicen con lo que significa la llegada de un ser a la vida. Sin infraestructura acorde es imposible que la mujer pueda estar acompañada, que pueda ejercer su derecho a permanecer con el bebé en las horas de oro posteriores al nacimiento y mucho menos que acceda a una atención personalizada en la que se preserve su intimidad.

Con la salvedad de que no puede ponerse a todos los profesionales de la salud en la misma bolsa, porque son muchos los que ejercen su rol con responsabilidad y compromiso e incluso tantos más los que con el devenir de los tiempos van madurando en su propia conciencia respecto de la autocrítica y revisión de sus propias prácticas, lo cierto es que la violencia existe y también los afecta porque a menudo trabajan en condiciones que no son las acordes, con sobrecarga horaria y exigencias que recaen sobre ellos corriéndolos del eje de observar el modo en que ejercen su labor.

Lo cierto es que la violencia obstétrica es un problema que atañe no solo a las mujeres, interpela a los decisores de la política sanitaria que están obligados a transformar los sistemas de salud y generar las condiciones para asegurar el cumplimiento de la ley nacional N 25.929, que está vigente aunque muy pocas mujeres sepan de su existencia y menos de sus alcances normativos.

La violencia obstétrica silenciada interroga a la mujer y a sus familias. Y exige ser erradicada. La Semana Mundial del Parto y Nacimiento Respetado es en ese sentido una clara oportunidad para seguir reflexionando. Porque la vulneración de derechos en un momento tan sublime como el de la llegada de un nuevo ser al mundo deja marcas que aunque parecen invisibles perduran. Esa es quizás la peor consecuencia, esa en la que a menudo no se piensa y la que urge salvar porque tal como lo señalan quienes más entienden de estas cuestiones si cambiáramos la manera de nacer, transformaríamos al mundo de manera sustantiva y extraordinaria.


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