Editorial

Volver la mirada y el cuidado sobre los adultos mayores


La cuarentena como estrategia para controlar la ola de contagios de coronavirus parece haber cumplido su ciclo, quizás por el hartazgo de la ciudadanía que en una primera instancia respetó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio impuesto por el Gobierno, pero luego fue flexibilizándolo aun a contracorriente de la propia norma, en el apremio por resolver cuestiones económicas y la necesidad emocional de recuperar cierto grado de normalidad.

La propia recomendación de los expertos que asesoran al Gobierno cambió el discurso de la necesidad de confinamiento absoluto e impuesto, a la responsabilidad individual como herramienta potente de cuidado colectivo.

Más allá de las medidas que se tomen para contener lo que no se sabe aún si es el pico de la curva de contagios, lo que se impone ciertamente es la necesidad de volver sobre los conceptos que se plantearon cuando la emergencia sanitaria comenzó: no descuidar a aquellas personas que forman parte de los grupos poblacionales susceptibles de desarrollar formas complejas de enfermedad si contraen el virus.

Ya no se pueden seguir restringiendo las actividades productivas ni cerrando las puertas de las ciudades para evitar que el virus se propague. Es la hora de actuar con la inteligencia propia de las sociedades maduras y cuidar a los adultos mayores y a aquellas personas con patologías preexistentes. Salvo las excepciones que no faltan en toda regla, la letalidad del Covid-19 es baja y direccionada. Por eso es que de cada 100 contagiados, 85 cursan la enfermedad “en pie” con leves o nulos síntomas, 10 requieren algún tratamiento y solo el 5 por ciento utiliza las por estas horas preciadas camas de Terapia Intensiva.

A pesar de que la mayor parte de los infectados en el país son adultos de mediana edad, la letalidad se incrementa en los mayores de 70 años. También crece en esta franja el requerimiento de camas en unidades de cuidado intensivo. Para los adultos mayores el coronavirus puede ser letal y con el relajamiento de las medidas de cuidado, parece haberse olvidado este riesgo.

A contracorriente de lo que sugieren autoridades sanitarias, es una foto de la realidad cotidiana la presencia de los mayores en la vía pública, en lugares recreativos o espacios comerciales que se han abierto a partir de la flexibilización de la cuarentena. Cuando se atraviesa el momento quizás más delicado de la pandemia, esto no debería suceder.

Así como en un principio se suspendieron las clases y se cerraron espacios de concurrencia masiva para reducir la circulación de personas y fortalecer el distanciamiento, hay que procurar que los mayores permanezcan a resguardo.  Y para ello hay que contenerlos y facilitarles instrumentos para realizar sus trámites y gestiones de manera remota y acompañarlos con herramientas ciertas para ayudarlos a transitar mejor esta experiencia que los pone en el foco del riesgo. Toda la rigidez que se le pide a la comunidad en general debería ser una exigencia para los adultos mayores.

Los cuidados comunitarios, más allá de que valen para todos, cobran particular relevancia para preservar a este grupo poblacional. La certeza de que vamos a estar obligados a convivir con un virus que llegó para quedarse y mutar, obliga a dejar de lado la idea ilusoria de que todo volverá pronto a ser lo que era. Y en reemplazo de esto agudizar la creatividad para que los más débiles en términos de inmunidad, puedan ser protegidos por el resto del conjunto social.

Es inadmisible que se los ponga en contacto, por falta de estrategias específicas, con el resto de las personas que pueden transmitirle una enfermedad capaz de matarlos. Así como en otros inviernos se preservan de la gripe o de la neumonía, hoy se hace rigurosamente necesario insistir en el cuidado.

Ahora bien, lo que parece una recomendación sencilla es en verdad una tarea sumamente compleja, porque el colectivo integrado por los adultos mayores es diverso. No hay estrategias que puedan ser unívocas. Y a las claras está que tampoco vale la imposición. Ya lo intentó Rodríguez Larreta en Caba y tuvo una “rebelión” de abuelos. Tampoco todos tienen las mismas posibilidades y eso debe ser contemplado para no vulnerar sus derechos.

Esta semana el anuncio de que Argentina va a participar del proceso de producción de una de las vacunas que tiene su desarrollo más avanzado y que al momento de que este biológico esté disponible se va a privilegiar la inmunización de adultos mayores abrió un horizonte de expectativas. Sin embargo, falta tiempo para eso.

Mientras tanto, el distanciamiento social sigue siendo la medida más eficaz de prevención. Y distanciarse de los mayores, con todo lo que ello implica en términos emocionales y afectivos, no es sino una manera real de cuidarlos. Por esta razón es que se hace necesario que esta recomendación vaya acompañada de protocolos que humanicen ese cuidado, que les eviten o minimicen las consecuencias del “aislamiento emocional” que será la secuela de “la otra pandemia” a la que están sometidos. Se hace necesario establecer horarios en los cuales puedan realizar algunas tareas esenciales, propiciarles tiempo y espacios adecuados e incluirlos socialmente es imperativo para que la sociedad pueda seguir desenvolviéndose y poniéndose al servicio de reconstruir, a partir de actividades laborales y productivas, las secuelas trágicas que dejará la crisis agravada por la pandemia.

Los mayores son los más amenazados por el coronavirus. Y también quienes dejan las mayores enseñanzas por su capacidad de aceptación y adaptación. Quizás sea tiempo de volver la mirada sobre ellos, para aprender de aquellos que han podido adoptar los mejores hábitos de cuidado, y para insistir en la conciencia de los que subestimando la enfermedad se exponen a riesgos innecesarios.

Conviven con la incertidumbre y son muchos los que se permiten abrirse a canales novedosos para transitar el presente con menos niveles de angustia. No es casual que sean quienes más recurren a los dispositivos de ayuda psicológica telefónica ni que sean quienes con mayor entusiasmo aceptan el desafío de sumarse a actividades que los mantienen en contacto con sus pares y con sus familias en tiempos de distanciamiento.

Pero no todos tienen las mismas posibilidades, lo que habilita una reflexión respecto de lo que supone homogeneizar por un criterio de edad y tomar decisiones como si la vejez fuera una única realidad para todos. Nada más lejos de la verdad. Y nada más inefectivo.

Como en otras esferas, lo que les ocurre en este presente, interpela también a la política. Convoca a los Estados a generar las redes de contención necesarias.

Una vez más queda en evidencia que los sucesos extraordinarios logran hacer visible lo invisible. Respecto de los adultos mayores, la necesidad de considerarlos y respetarlos como sujetos de derecho es una cuestión imprescindible.


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