Especial 100 años

Edna Pozzi: “Fundar un diario es como fundar un pueblo”


 Edna Pozzi LA OPINION

'' Edna Pozzi. LA OPINION

Vayan estas reflexiones en homenaje a don Enrique y Julio Venini como a Hugo y Romina Apesteguía, prestigiosos y honestos que constituyeron un bloque de dignidad y decencia en la formación de la cultura, la educación y el periodismo y en ellos al diario LA OPINION, que acompañara al siglo con una enorme pasión. 


Fundar un diario es como fundar un pueblo, una suma de inquietudes, ternezas de ese pozo ocultado en lo mejor de las almas; así se habrán sentido los que crearon LA OPINION y como un cristal amargo comenzaron a manejar la áspera realidad de los tiempos. 

Partidos políticos de extrema derecha y más aún de extrema izquierda que venían de Europa, sonatas de libertad, racimos de estudiantes secundarios, todo ese esplendor que la edad no podrá sostener con ese ruido de matracas y de jinetes chocando contra las ventanas de las universidades. Ese esplendor, como dije, cayó en el diario como una joya naciente, no hay pobreza posible en esa acción cotidiana de lo que está bien y lo que está mal.

Así se agrandan los pueblos, se hace una verdad espesa la que convive con nosotros porque alguien, vigilante y vigilado, expresa entonces una belleza incuestionable. La de los que luchan aferrados al tórax de los otros y admirados durante el último siglo de desánimos y tristezas de larga duración. 

He aquí enumeradas en lujosos y en raquíticos huesos, en la habitación pobre de la que no pudo zafarse el Estado, y que lastimó hasta el extremo jurado de la inocencia. Todo eso lo reflejó el Diario.

Me ronda aquella idea que plasmé en el 2011 en el artículo “Pergamino, transfiguración” y que fuera publicado en LA OPINION: “De ahí la importancia de aquellos seres que recogen rastros, pasos, lugares, voces sepultadas en el tembladeral del tiempo, no para hacer la historia chica, sino para levantar atmósferas pesadas que se incorporen a la realidad y le den sentido y consistencia y a veces también ¿por qué no?, belleza. Estos astutos exploradores del alma de los pueblos logran transfigurar la realidad amorfa y chirle y vertebrarla en lo que debe ser un cuerpo airoso y nuevo, que brille por su frescura y su gracia”.

Insistiendo sobre la guerra del horror y la desventura que ocuparon casi todo el siglo pasado, sólo una voz pausada, con ajustes sobre los grandes carteles de la destrucción, pueden llevarnos a pedir la paz en débiles bocados de pobreza y el desamparo. Cien años es un estudio de adioses para todos. El nuestro, fatalmente, resultó manchado por el odio, pero sus muertes de rigor y espadas brillantes desaparecieron por raudos cordones de un metal amargo, que los ató a la medianía. Casi derrotados y casi muertos el mensaje del siglo que se fue está lleno de códigos extraños, de los cuales la distribución de la inocencia suele ser el más relevante. ¿Por cuantos platos de comida se ha cambiado el mínimo confort que el siglo exigía? 

Nada fue realizable totalmente y fijado en el alma generosa o torpe de las visiones del hombre. Estamos un poco en el mismo columpio roto que decidió la muerte de miles de habitantes como nosotros, de la niebla y el desamor. 

El siglo XX cuando el hedor de la guerra llegaba hasta el último rincón escondido en la tierra, donde se refugiaba la cobardía con la certeza de que no habría solución. Es la historia de nosotros y de los grandes papeles que conforman un diario cien veces en el atardecer. 

Acaso será posible comparar las heridas del siglo XX con las que comenzaron después, cuando pretendíamos usar la fantasía para fingirnos una máscara más en apoyo de indecisos impolutos, seres sin ser ni destino. Por ellos se sumaron tantas voces de repudio que pareciera que la gran devota de la guerra había sido borrada de los espacios aéreos. Pero no, algo se interpondrá, alguien dirá que no, como pueden decirlo estos cien años de la cultura argentina que convocan a la rebelión de chicos y grandes, de sabios y perdidos, estériles brujos, buscadores de los cien globos de flojedad, mientras esperamos que haya un pueblo que tenga el coraje, que solamente puedan nombrar los cautos, después del dolor y la redención. 


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