Especial 100 años

Hugo Apesteguía, Pergamino y LA OPINION, un triangulo de amor predestinado


 Fueron 15 años de aprendizaje trabajando a la par padre e hija hasta que Romina toma el mando en 2016 ARCHIVO LA OPINION

'' Fueron 15 años de aprendizaje, trabajando a la par padre e hija, hasta que Romina toma el mando en 2016. ARCHIVO LA OPINION

Por Romina Apesteguía, directora de LA OPINION.


No es falsa modestia; realmente me cuesta ser autorreferencial al escribir en estas páginas, a pesar de ser aquí donde han transcurrido gran parte de mis 40 años. Lo mismo me sucede al hablar de mi padre y todo lo que ha hecho en su vida y por esta ciudad. Pero hoy es el día para dejar los pudores de lado y que alguien deje impreso a fuego su trayectoria para incluirlo de una vez por todas entre los grandes hombres que ha tenido Pergamino. 

Hugo Eduardo Apesteguía nació en un hogar sencillo, donde nada sobró pero nada faltó. Papá Alberto trabajaba -como el resto de su familia- en el rubro de la carne; mamá Ada era docente y el grupo se completaba con los cuatro hijos: Alberto “Beto”, Hugo, María del Huerto “Marita” y Juan Carlos. Junto a ellos, como ángeles guardianes y generosos, los tíos Hugo y Olga Bonazzi.

El  joven “Huguito” mostró a temprana edad sus inquietudes, volcándose al trabajo a los 10 años para ganar independencia y desafiando permanentemente lo que se suponía sería su destino: la trayectoria familiar en las carnicerías y una historia clínica de fallecimientos prematuros. No quería para él ninguna de las dos cosas y se obsesionó con torcer lo que le venía dado. 

En un lapso de pocos años aquella familia numerosa quedaría reducida a dos integrantes, “Beto” y Hugo. Para entonces, ya Negrita Raimundo y sus cuatro hijos: Hernán, Andrea, Guillermo y yo, éramos parte de la escena.

El tío Hugo Bonazzi lo había introducido en el mundo del seguro. De aquellos años abundan las historias contadas con orgullo por mi papá. Como siempre, eran tiempos difíciles de la economía argentina y  así y todo, con menos de 30 años, siendo el productor más joven del país, logró posicionarse como el mayor vendedor, habiendo asumido para ello la responsabilidad total con su patrimonio sobre las cobranzas frente a las casas matrices a las que representaba. Muchas de ellas, fruto de las recurrentes “bicicletas financieras” de la época, cayeron a la par de sus filiales en todo el país, dejando tendales que hasta hoy son recordados.

Con sus amigos y socios Luis “Toli” Gandolfi y Pedro “Negro” Illia, asumieron el riesgo y lograron salir airosos. Eramos tres familias de clase media que vivíamos “la diaria” acorde a lo que se podía en el momento, siempre con la premisa de primero responder a proveedores y clientes para quedar en pie y avanzar cuando la situación lo permitiera. 

 

Enamorado de Pergamino

Cuando todo transcurría normalmente en casa, caía papá con alguna “idea”. Entonces todo pasaba a girar en torno al nuevo emprendimiento y lo que en un momento era nuestro patrimonio, en cuestión de horas desaparecía para convertirse en el capital inicial de un nuevo proyecto. No recuerdo a mi padre hablando de guardar algo para su jubilación, ni siquiera de planes para cuando llegara su retiro, ni viajes, ni una casa en un centro vacacional. Su único interés fue darle a Pergamino aquello que estuviera necesitando. Nunca le escuché mencionar un defecto a esta ciudad, de esos que todos vemos. Para él, Pergamino es perfecto; su ubicación, sus tierras, su clima, su gente. Es un amor incondicional, un matrimonio indisoluble. Yo creo que mi papá hubiese preferido morir antes que dejar su ciudad y creo también que es justamente por eso que todo lo que encaró empresarialmente lo hizo con total honestidad, asumiendo responsabilidad sobre sus actos y consecuencias. Porque no hubiera soportado tener que irse y mucho menos por la “puerta de atrás”.

Por esta obsesión de que Pergamino sea para todos el mejor lugar, como lo es para él, comenzó a expandirse a otros rubros, cubriendo nichos y acercando aquello que otras localidades iban incorporando.

 

Atento, inquieto y con estrella

Lo de hacer de Pergamino un lugar mejor, para mi papá también significa que sus habitantes estén mejor. No voy a detallar, porque cada protagonista lo sabe -y porque él se ocupó de no hacerlo público-, las veces que colaboró económica, material o espiritualmente con los vecinos e instituciones de la ciudad. Pero una obra fue su gran amor: el Taller Protegido. 

De su mano, siendo una niña, también yo comencé a amar el Taller y a sus operarios, que cada vez que me cruzan por la calle se acercan a saludarme, acto seguido sueltan un “¿cómo está Hugo?” y a continuación un breve relato de recuerdos de paseos, festejos y episodios felices que compartimos como familia con ellos. 

Justamente fue el Taller Protegido el puente que unió a mi papá con los medios de comunicación. En el año 1983 (más o menos) solicitó los servicios de Jorge Torralba, que se dedicaba a filmar eventos sociales, para que tomara imágenes de los chicos trabajando en el Taller para poder ilustrar las charlas que daba cuando era convocado desde ciudades que querían imitar lo que se hacía Pergamino en materia de discapacidad e inclusión laboral. Torralba le comentó de esta cuestión de la TV por cable y paga, que estaba dando sus primeros pasos en Buenos Aires. Papá se entusiasmó sin pensarlo demasiado; por ejemplo, no pensó en si habría gente dispuesta a pagar por ver televisión. Pero como siempre, siguió su instinto y puso a jugar a su creatividad. Y a Pueyrredón 958 fue a parar el hermoso departamento que acababa de comprar y con el que yo ya me había entusiasmado y hasta proyectado colores para mi habitación. Nuevamente con Illia y Gandolfi, y esta vez sumando a su amigo del alma José Luis Lanzillotta, nos embarcamos como familia a una travesía tan incierta como que los primeros abonados hubo que regalarlos porque nadie entendía ni quería pagar para ver televisión. Yo tenía solo 8 años pero recuerdo todos los momentos fundacionales, esa adrenalina que se vivía en casa, que él nos transmitía. Me siento su imagen y semejanza: como a él, no me estimula tener sino hacer. 

 

El hijo adoptivo

Pero hoy estamos festejando los 100 años del Diario, así que vamos al quid de la cuestión. Es un relato remanido el de cómo mi papá llegó a LA OPINION así que voy a ser breve: en 1989, ya como empresario consolidado, con la cartera de asegurados más importante de la ciudad y un canal de TV por cable a la vanguardia, fue buscado por la familia Venini que estaba en un punto sin retorno en las finanzas del Diario. Habían visto a otros antes pero nadie se atrevía a agarrar esa “papa caliente” de un rubro muy particular, porque sacar un diario, que es una producción intelectual, cuasi un intangible, que se sustenta con otro intangible que aún hoy se debate en la concepción de la gente entre si es gasto o inversión, como lo es la publicidad, no es tan sencillo como producir algo en serie.

Aunque dirigiera un canal, mi papá no tenía ni idea de diarios más que como lector. Nunca ocultó su ignorancia en este aspecto ni haber hecho solo la escuela primaria. Pero sí se sabía capaz y eso le bastaba para cumplir sus cometidos. En este caso, era salvar el Diario de Pergamino para Pergamino y que siguiera siendo de capitales y conducción local. Es decir: no vio el negocio ni canalizó una vocación periodística frustrada; vio que Pergamino se quedaba sin una de sus principales instituciones y además, ya por su experiencia en el canal, sabía más que otros lo que implicaba que los capitales de un medio de comunicación fueran genuinos y pergaminenses. Algo que el resto de los vecinos solo lo comprenderemos por defecto, cuando (Dios no quiera) no los tengamos.

A partir de 23 de julio 1989 comenzó una nueva etapa para Hugo Apesteguía, un nuevo amor llegó a su vida y floreció una relación entrañable que hasta hoy perdura. No quiero ofender a nadie pero mi percepción como hija (yo tenía 12 años entonces) es que todo lo que había hecho hasta ese momento pasó a un segundo plano. Ahora toda su conversación tenía que ver con LA OPINION. Yo creo que fue así porque él ya amaba al Diario, porque desde antes él estaba orgulloso de LA OPINION de Pergamino y se sintió honrado de ser convocado para conducirlo. Fue su quinto hijo, adoptivo en este caso, porque no lo vio nacer. Pero sí lo vio renacer y crecer con un ad later invaluable, que aportó toda la idoneidad para hacer con el instinto de mi padre una dupla imparable: José Rafael Picone.  

 

A todo o nada

Y si hablamos de pasiones de mi papá, es ineludible mencionar el deporte. Como a todo lo que hizo en la vida, le puso su impronta: creatividad y riesgo, mucho riesgo. Siempre al límite.

El deporte fue el medio que él eligió para cambiar esa historia clínica familiar nefasta. No sé si todo lo hacía por gusto, creo que lo hacía porque sentía que a la postre eso lo iba a salvar de morir joven. Desde chica me dijo: “Hija, nosotros tenemos una muy mala herencia genética así que tenemos que combatirla”. Fue una de las pocas veces que me habló de manera confidente y no me olvido. Lo recuerdo cada mañana cuando aun cansada y sin ganas me pongo las zapatillas y salgo a correr.

Y también en el deporte fue inquieto; además de engancharse con cada actividad que se hacía en la ciudad, probó lo nuevo y se impuso desafíos permanentes para obligarse a ir por más. Desafíos que requieren de un buen estado físico pero sobre todo de un óptimo estado mental. En eso siempre fue el más fuerte: su cabeza, les puedo a asegurar, es un caso de estudio. Mientras todos caminamos, él vuela.

 

Su lugar en el mundo

Todo en la vida, mirado en retrospectiva, está concatenado y tiene una razón de ser. Así como el Taller Protegido lo llevó a mi papá a poner un canal y el canal lo acercó al Diario, la actividad en el seguro lo conectó con la colectividad sirio libanesa y posteriormente al Club Sirio, su “lugar en el mundo” dentro de Pergamino.

Solo unos pocos, entre ellos papá, supieron ver en la década del 70, lo que sería en el futuro la Ciudad Deportiva. Convencido del gran potencial –que hoy disfrutamos como una realidad-, siendo un joven entre hombres grandes y vasco entre sirios, se metió a fondo en la dirigencia. Esta es una etapa de su vida que yo recuerdo entrañablemente porque su amor por la Ciudad Deportiva se tradujo en miles de horas de mi infancia que pasé en esas tierras que por entonces eran lejanas e inhóspitas. Los primeros momentos de un proyecto son siempre los más emocionantes, de donde surgen las mejores anécdotas y los grandes amigos. De la Ciudad Deportiva mi papá vio crecer cada árbol, cuidó como propio el césped recién sembrado de la cancha de golf, participó e invirtió en cada gestión para hacer de ese campo una zona habitable y coronó su gestión con la inauguración de la hermosa piscina, zambulléndose con su traje puesto un 25 de diciembre. Como dice Fito Páez, son “recuerdos que no voy a olvidar”.

Todos estos momentos relatados en pocas líneas que se produjeron a lo largo de muchos  años, le dieron a mi papá su barra de amigos de la adultez, la “barra” del club,  con sus esposas e hijos, con los que compartimos los más bellos recuerdos de peñas, cenas, festejos, viajes. Hoy la tercera generación de estos amigos sigue escribiendo la historia en esos mismos escenarios de la Ciudad Deportiva. Mientras tanto, mi papá, ya retirado, disfruta de “su lugar”. Para él, es el paraíso, lo siente suyo y se considera un privilegiado por poder sentarse a contemplar todos los días aquellos pinitos hoy gigantes y la “alfombra” verde de la cancha de golf.

 

Hugo hoy, en familia

Así son los días de Hugo Eduardo Apesteguía hoy. Finalmente, este hombre inquieto se cansó de hacer cosas y se retiró a vivir las horas sin preocupaciones. Pero no se olvida de su gran amor por LA OPINION, porque si bien no participa activamente de ninguna de las empresas familiares, por la única que pregunta y pasa semanalmente es por el Diario.

Es fácil deducir por mi relato que no tuve un papá híper presente en la cotidianeidad del hogar. Pero tuve una madre y una abuela (la inolvidable “Chicha”) que no solo fueron amorosas en la crianza y obsesionadas con nuestro cuidado y educación,  sino que además se encargaron de valorizar esa omnipresencia paterna, con dichos como “ya vas a ver cuando le cuente a tu padre” o “mirá que lo llamo a papá, eh!”. Es decir, papá Hugo no estaba mucho pero estaba siempre. Ni hablar que los motivos de sus ausencias los conocíamos sobradamente y fueron al mismo tiempo que un dolor, una enseñanza que me marcó a fuego: contracción al trabajo y responsabilidad de cara a la sociedad. Responsabilidad no solo en cuanto a asumir las consecuencias de los actos sino en el sentido de cumplir un digno rol como ciudadano, respondiendo como parte de la comunidad a todo aquello en que se puede ser útil.

 

En primera persona

Escribí estas líneas como hija y como vecina de Pergamino. Sí, soy parte interesada y parcial, no lo voy a negar. Me costó, lloré, dudé sobre qué decir hasta que opté por hacer lo que nunca hice y seguramente jamás volveré a hacer: utilizar el Diario para un fin personalísimo. Quiero que mi papá sea conocido y reconocido, y no  lo digo como hija sino como vecina. Cuesta imaginar Pergamino sin Hugo Apesteguía, es decir sin TV por cable, sin Triple Play, sin Diario, sin Complejo, sin cines, sin Taller Protegido.

Alguno podrá decir que si él no lo hacía, lo hubiese hecho otro. Puede ser, o no, nunca lo sabremos. Lo que me atrevo a asegurarles es que todo lo que hizo mi papá en Pergamino fue por amor a esta ciudad, que nunca pensó en si era el mejor negocio, ni siquiera si era rentable. Llámenlo visionario o loco, porque fue un poco de los dos. 

En este cumpleaños Nº 100, el mejor regalo que podemos hacerles al Diario LA OPINION y a Hugo Apesteguía es darles el valor que merecen, sencillamente porque lo tienen.


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