Mantuvo siempre la impronta de ser “el diario de la ciudad”

Por Héctor María Gutiérrez. Diputado nacional, exintendente de Pergamino.

La primera dificultad que surge al pensar el centenario de LA OPINION es que hemos nacido cuando el diario ya era el gran referente informativo de nuestra ciudad y la región. Su impronta es casi natural a nuestros pensamientos, porque cuando dimos nuestros primeros pasos en la vida pública este medio de comunicación ya ejercía un rol clave en los análisis y debates sobre las condiciones de nuestro Partido y su gente.

Por ello, esa supuesta dificultad es en realidad el quid de la cuestión. Porque si tuviera que elegir una sola característica, el detalle sobresaliente es justamente ese: siempre ha mantenido la condición de “diario de la ciudad”, más allá de los cambios de propietarios y de periodistas.

No pensaban lo mismo Héctor Ulises del Giúdice y Lorenzo Pío Caldentey, como tampoco ha coincidido en todo Roberto Veros con los más noveles Alvaro Kegay y Guillermo Baduy, por citar sólo algunas de las plumas que hemos conocido, pero seguramente ellos, como los que los precedieron y las generaciones más recientes, han tenido – y tienen- incorporado un chip tan intangible como evidente: el que les “dicta inconscientemente” que más allá de lo que piense cada uno, las páginas de LA OPINION son de todos los pergaminenses.

No desconocemos que surgió como un impreso que entre sus objetivos tenía el de promocionar las ideas socialistas de sus fundador, don Enrique Venini. Pero esa familia, como la que lo dirigió en el último cuarto de siglo, representada especialmente por Hugo Apesteguía y su hija Romina, también ha defendido los criterios e intereses de la empresa, pero sin perder de vista que un medio y la credibilidad son como los dos sexos: sólo son fértiles si están en sintonía.

Fuimos testigos del cambio tecnológico, que empezó con la incorporación de tintas de 4 colores y últimamente con la digitalización, que nos permite seguir los contenidos por Internet, pero no ha impedido, sin embargo, que quienes ya  peinamos algunas canas disfrutemos de la lectura de  la edición en papel.

Muchas veces nos hemos enojado con lo que leíamos, y hasta alguna vez se nos ha clavado una medialuna en la garganta, por supuesto, pero al final de la reflexión, los arrebatos de subjetividad eran superados por el reconocimiento de que quienes habían mandado esos textos a las rotativas los habían pasado por un filtro, no de censura, sino de responsabilidad. 

A muchos nos ha ofuscado cuando nos hemos encontrado con una Opinión diferente a lo que pensábamos, pero con el tiempo hemos reconocido tanto la voluntad de ecuanimidad como la imposibilidad de tener razón en cada tema. Todo espíritu sensato debe reconocer que las notas, casi siempre anónimas, han mantenido un delicado equilibrio entre las distintas expresiones que lógicamente pulsean en la vida de una comunidad.

Desde ese punto de vista, es sumamente valorable, que siempre –al menos en mis recuerdos- lo que ha aparecido en letras de moldes tenía subyacente la búsqueda del bien común. Y aun desde ideas prima facie antagónicas, se mantuvo la convicción de que en esta comunidad donde nos conocemos todos, es de buenos vecinos  pensar dos veces antes de culpar a alguien, al menos antes de que se demuestre lo contrario. 

"Queda para el dogmático la presunción de poseer verdades imperceptibles, para el escéptico el renunciamiento a toda posible verdad, para el místico la confianza  en inmutables verdades reveladas. Más respetable que cualquier investigación metafísica es el valor moral implícito en la investigación de la verdad...". La cita corresponde a José Ingenieros, y creo oportuno traerla a colación con el propósito de señalar que a lo largo de su historia editorial LA OPINION se ha esforzado en investigar la verdad, y ese valor moral es su más preciada distinción.