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La era de los ciborgs


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Por el doctor Adrián O. Morea*
para la Redacción de LA OPINION


En un artículo titulado "Los tres impactos humillantes", el filosofo Jacques Maritain refiere a tres grandes choques intelectuales que han quebrantado la confianza en la humanidad y que han generado una doble reacción en la sociedad.

El primer gran sacudimiento lo produjo el darwinismo con la teoría del origen animal del hombre. Para algunos, esta repentina conciencia de pertenencia al reino natural implicó un resultado catastrófico para la vida moral toda vez que si el hombre no era más que un "mono evolucionado" difícilmente pudiese aspirar a algo más que una ética materialista de la lucha por la vida. Otros, en cambio, supieron pensar que la materia animal de la que el hombre está hecho no era per se incompatible con un alma espiritual, de modo que así como existía continuidad biológica en el sentido de las ciencias naturales entre el universo del animal y el universo del hombre, también había una discontinuidad metafísica irreductible. Desde este prisma, el concepto de evolución podía llevarnos a una mejor apreciación de las vicisitudes y problemas de la historia humana y a una ética más consciente de las raíces materiales del animal racional que hay en el hombre, pero también de las profundidades del espíritu que constituye su grandeza.

El segundo choque fue el del marxismo al insistir en las infraestructuras económicas de nuestras ideas morales y de nuestra regla de comportamiento ético. Aquí también se produjo un resultado dual. Hubo quienes vieron en ello un golpe letal para el humanismo por cuanto todo lo que no es un factor económico terminaba reducido a una superestructura epifenomenal como símbolo de una ética materialista, ya sea ésta dependiente de la tecnocracia que organiza la vida humana sobre la base de la pura productividad o de la lucha titánica de la clase obrera que se libera por la violencia de una condición entendida como irremediablemente servil en miras al advenimiento final de una sociedad comunista universal. Pero también hubo quienes pudieron absorber el impacto de este choque y no se dejaron precipitar hacia el determinismo económico. Así vieron en la denuncia marxista una oportunidad para tomar conciencia de la interdependencia e interacción de los factores económicos y de los factores morales o espirituales.

El tercer impacto vino de la mano de los descubrimientos de Freud al iluminar la vida autónoma y la actividad del inconsciente con sus múltiples argucias para enseñorearse de la conducta humana. Frente a ello, aparecieron quienes no supieron ver más que un resultado destructivo para la vida humana en tanto el hombre era reducido a una existencia librada a puras tendencias infrarracionales, de la líbido y del inconsciente al tiempo que la razón humana no podría ejercer más que un control meramente extrínseco sobre las fuerzas internas en conflicto negándose toda realidad al universo de la libertad. También aquí aparecieron quienes vieron en este hondo sacudimiento un camino para explorar el complejo mundo de los instintos y de las tendencias en cuyo ápice se mueve la razón y la libertad, posibilitando de tal modo la construcción de una ética más consciente de la situación concreta del hombre.

En la actualidad, la humanidad se enfrenta ante un nuevo choque, ante una transición inédita: el paso de una antropología a una antrobología. A saber, una condición humana aun más secundada o duplicada por robots inteligentes caracterizada por la conectividad e interfaz permanente entre los organismos humanos y los servidores digitales consagrados a controlar y dirigir el curso de la vida. El hito inaugural de esta etapa comenzará con la infiltración generalizada de chips en el interior de los tejidos biológicos.

Ya no es necesario apelar a una trama de ciencia ficción o ensayar una compleja futurología para comprender que lo que se avecina es un acoplamiento humano-maquínico. O dicho de otro modo, una reconfiguración de lo humano en clave frankensteiniana, es decir un híbrido entre nuestra inteligencia y otra inteligencia no exógena o venida de afuera, sino surgida de la nuestra, y ambas comprometidas para entrelazarse, armonizarse, oponerse y evolucionar cada una por su lado pero también en conjunto. Así pues, frente al hombre se erige otro ser capaz de hacer todo lo que hacía el hombre pero con mayor rapidez, exactitud, precisión.

Probablemente, uno de los puentes tecnológicos hacia la era antrobológica sea el smartphone entendido como dispositivo multiaplicativo orientado a enriquecer de manera altamente informada la cotidianidad de nuestras existencias. Como ilustra Eric Sadin (en "La humanidad aumentada"), el smartphone presenta cinco características que exponen un salto cualitativo en la historia de los objetos electrónicos: 1) Permite una conexión espacio-temporal prácticamente continua garantizada por las antenas 3g, 4g y 5g y la expansión generalizada de "hot spots" en los espacios contemporáneos. 2) Confirma el advenimiento de un cuerpo interfaz que instaura otras modalidades de manipulación vía comando táctil y vocal y que actualmente se perfecciona en la interpretación de las expresiones faciales y los deseos del usuario. 3) Se presenta como un instrumento de asistencia que desarma progresivamente la navegación en Internet en favor de aplicaciones más personalizadas. 4) Se erige como la instancia privilegiada de geolocalización señalando en todo punto la extensión de las virtualidades situadas en la esfera inmediata de cada individuo, 5) Representa el primer objeto que generaliza el fenómeno de la realidad aumentada al introducir un doble régimen de percepción e inteligencia: aquel directamente aprehendido por nuestros sentidos y pensado por nuestra razón, y aquél directamente captado y procesado por una miríada de servidores.

Estamos ante la emergencia de una humanidad ya no sólo interconectada, hipermóvil, que hace del acceso un valor capital, sino que además está profundamente imbricada con sistemas que orientan y deciden comportamientos individuales y colectivos bajo modalidades relativamente discretas, pero ya pregnantes y crecientes. Es justamente este entrelazamiento cada vez más denso entre cuerpos orgánicos y "elfos digitales" lo que está bosquejando de modo irreversible una composición compleja, singular e inextricablemente mixta que damos en llamar "antrobología".

Esta nueva dimensión o constitución híbrida nos "elevaría" a un nivel de existencia ampliada o realidad aumentada. Se trataría de una manifestación de la potencia virtualmente omnisciente de la técnica que se adhiere ahora al cuerpo o hace cuerpo con nuestra percepción de las cosas. Algunas señales de este tiempo ya se han insinuado con los anteojos de Google cuyos prototipos presentados en el año 2012 añaden a la experiencia cotidiana un reservorio casi infinito y evolutivo de indicaciones vinculadas sin ruptura espacio-temporal. Acaso sea éste uno de los últimos preámbulos antes de la implantación de lentes de contacto en las retinas que nos terminarán por constituir en ciborgs no ya aumentados con órganos artificiales, sino recubiertos de datos individualmente ajustados a cada una de nuestras situaciones personales. Como vaticina Yuval Harari (en "De animales a dioses"), el ritmo del desarrollo tecnológico conducirá pronto a la sustitución del homo sapiens por seres completamente distintos que no sólo poseen un físico distinto, sino mundos cognitivos y emocionales muy diferentes.

Los ciborgs son seres que combinan partes orgánicas e inorgánicas. En cierto sentido, casi todos somos ciborgs, puesto que nuestros sentidos y funciones naturales están complementados por dispositivos como gafas, marcapasos, ortodoncias e incluso ordenadores y teléfonos móviles. La diferencia es que hasta el presente el progreso técnico sólo traía consigo transformaciones tecnológicas y de organización, pero ahora también viene a conmovernos con transformaciones fundamentales en la conciencia e identidad humana, tan fundamentales que hasta ponen en tela de juicio el término "humano" y el futuro de nuestra especie.

Veamos un ejemplo. Uno de los proyectos más revolucionarios es el de diseñar una interfaz directa de dos sentidos cerebro-ordenador que permitirá a las computadoras leer las señales eléctricas de un cerebro humano y trasmitir simultáneamente señales que el cerebro pueda leer a su vez. Ahora bien, ¿qué sucedería si estas interfaces se emplean para conectar directamente un cerebro a Internet, o para conectar varios cerebros entre sí creando una suerte de internet cerebral? ¿Qué podría ocurrirle a la memoria humana, a la conciencia humana, a la identidad de la especie si el cerebro tuviese acceso directo a un banco de memoria colectivo?

Imaginemos otra posibilidad. Supongamos que pueda hacerse una copia de seguridad de nuestro cerebro en un disco duro portátil y después conectarlo a un ordenador portátil. ¿Sería el portátil capaz de pensar y sentir igual que un sapiens? ¿Qué pasaría si los programadores informáticos pudieran crear una mente completamente nueva pero digital compuesta de código de ordenador con un sentido de yo, conciencia y memoria? Y si hiciéramos hacer funcionar el ordenador, ¿Se trataría de una persona? Y si lo borráramos, ¿Se nos podría acusar de homicidio? Finalmente, consideremos qué pasaría si la ingeniería genética y otras formas de ingeniería biológica comenzasen a realizar alteraciones importantes en el genoma humano no sólo en aspectos relativos a la fisiología, inmunidad y esperanza de vida -como de hecho ocurre-, sino también en nuestras capacidades intelectuales y emocionales. ¿Qué pasaría si alguno de los cambios introducidos resulta suficiente para crear un tipo completamente nuevo de conciencia y transformar al homo sapiens en algo totalmente diferente?

La pregunta de fondo es si un ciborg con estas características seguiría siendo humano en una condición híper sofisticada o debería mejor admitirse aquí un quiebre en nuestra especie para darle paso a una nueva realidad entitativa. Retomando la desafiante expresión de Maritain, quizás sea éste un cuarto impacto humillante para la humanidad. Lo peculiar aquí es que por la profundidad del impacto, la fuerza del golpe y la velocidad del ataque, este choque no solo amenazaría con conmover nuestros cimientos fundamentales, sino además pondría en crisis la pervivencia de la especie humana como tal.

Si consideramos que el Universo tiene más de 13.500 millones de años, el planeta más de 4.500 millones de años, la vida orgánica en la tierra unos 3.800 millones de años, el género "homo" 2 millones y medio de años (durante los cuales aparecieron y desaparecieron diversas especies de seres humanos) y nuestra especie homo sapiens apenas alcanza unos 200.000 años, entonces, tal vez, no debería sorprendernos tanto la emergencia de una nueva especie inteligente que coexista con nosotros o bien venga a suplantarnos.

*Abogado. Funcionario de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial del Departameno Judicial Pergamino.


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