Perfiles pergaminenses

Adolfo Esparza, quien supo construir su camino profesional y personal impulsado por sus valores


 Adolfo “Fito” Esparza en la redacción de LA OPINION (LA OPINION)

'' Adolfo “Fito” Esparza, en la redacción de LA OPINION. (LA OPINION)

Ejerció como contador público y desplegó las herramientas de su formación en la administración en importantes empresas. Trabajó en Capital Federal, donde conformó su familia. En la búsqueda de una mejor calidad de vida para sus hijos, regresó a la ciudad, donde está su presente y donde imagina el futuro, hoy dedicado a la actividad en forma independiente.


Adolfo Ricardo Esparza, a quien muchos conocen como “Fito”,  es un profesional de las ciencias económicas con una nutrida trayectoria en el campo de la administración. Se inclinó por la carrera de contador público nacional estando en el colegio secundario, luego de realizar un test vocacional que lo debatió entre su pasión por los números y la agronomía. Nació en Pergamino el 20 de septiembre de 1955, en plena Revolución Libertadora. Menciona que su tía Flora Vidaurreta de Caturla tuvo que ser acompañada por un gendarme a buscar un medicamento para su madre hasta la farmacia de su padre, en una referencia que refleja el clima de la época.

Fue hijo de Adolfo Esparza, farmacéutico y destacado jugador de fútbol del Club Sports y de la Selección de Pergamino. “El había nacido en Arias, provincia de Córdoba y luego se habían establecido en la ciudad”, refiere. Su mamá fue María Mercedes Vidaurreta, “Chiquita”, ama de casa y de las primeras mujeres que jugaron al tenis en Pergamino. “Mi papá tenía la farmacia en calle San Nicolás, donde hoy está Posteraro”, cuenta y menciona que en una oportunidad el comercio se incendió y debieron trasladarlo a San Nicolás Norte, donde funcionó muchos años.

El pequeño “Fito” fue a la Escuela N°2 y vivió su primera infancia en la casa de calle San Martín 525, donde hoy funciona la librería Vidaurreta. Allí vivió con sus abuelos maternos, de los que guarda entrañables recuerdos. “En aquel tiempo se estilaba que los hijos mayores estudiaran o salieran a trabajar y el menor, que en este caso era mi madre, viviera con sus padres”, comenta.  Su lugar de pertenencia de aquel tiempo fue el Club Comunicaciones. “Cuando se construyeron edificios en calle 25 de Mayo comenzaron a vivir más familias y llegaron varones al barrio, con ellos conformé mi grupo de amigos, recuerdo a Cantore y Trincavelli”. Más tarde se mudó a calle 25 de Mayo y 11 de Septiembre.

El secundario lo cursó en la Escuela Nacional de Comercio. Guarda de aquel tiempo vivencias memorables y buenos amigos. Del territorio del barrio recuerda el empedrado de 11 de Septiembre que muchas tardes los encontraba jugando a la pelota porque era un tiempo en el que los autos “pasaban cada tanto”.

Sus propios pasos

Reconoce que en alguna oportunidad pensó en estudiar Farmacia para seguir los pasos de su padre. Pero fue su progenitor quien lo desalentó por cuanto los medicamentos ya no se fabricaban de manera artesanal y la irrupción de los laboratorios convertía al farmacéutico en “un expendedor de frasquitos”. “Quizás ese consejo de mi padre me sirvió para tomar mi propio camino”, sostiene este hombre que para ser contador público se estableció en Rosario y vivió con otros compañeros en una pensión.

Ganar experiencias

Se recibió en el año 1978. Más tarde hizo un posgrado en Administración en la Universidad Católica Argentina y para ello se instaló en Buenos Aires, donde consolidó su actividad profesional, tras haberse “salvado”  del Servicio Militar y haber ganado el año que hubiera tenido que afectar a esa responsabilidad. “Con un amigo contador y un veterinario alquilamos un departamento y allí comenzó otra etapa”.

En Pergamino había trabajado como contador en el estudio Verde-Pérez Ruiz-Caturla, un lugar en el que adquirió una experiencia que lo acompañó por siempre en su ejercicio profesional.

Radicado en Capital Federal, allá por el año 1980, comenzó a trabajar en un estudio contable que asesoraba a empresas alemanas. Allí se desempeñó como auditor externo. Seis meses después comenzó su actividad como auditor interno en la empresa petrolera Pérez Companc. “Fue una linda experiencia, viajaba mucho al sur a hacer auditorías a Neuquén y Comodoro Rivadavia. Le tomé el gusto a la Patagonia”, resalta. Más tarde trabajó en la fábrica automotriz Sevel y en el grupo económico Comsider.

Con una mirada retrospectiva asegura que haber pasado por los estudios contables en los que trabajó le aportó las herramientas para desplegar su profesión en otros ámbitos. “Es una escuela, como la residencia lo es para los médicos”, afirma.

La familia

Trabajando en Pérez Companc conoció a la que hoy es su esposa: María Isabel Bastián, licenciada en Administración. Juntos trabajaron en Sevel y fue estando en la automotriz que se pusieron de novios. Luego se casaron y conformaron su familia en Capital Federal donde nacieron sus hijos.  Tienen dos: María Gabriela, licenciada en Ciencias Políticas que trabaja en el Ministerio de la Producción; y Martín Adolfo, ingeniero agronómo que trabaja en la Asociación de Cooperativas Argentinas y está en pareja con Luciana Castelluccio. también ingeniera agrónoma que trabaja en Bayer Argentina S.A.

Tras 10 años de estar en Buenos Aires comenzaron a pensar la idea de establecerse en un lugar más tranquilo, porque si bien la Capital les brindaba amplias posibilidades de crecimiento profesional, también condicionaba el tiempo de la vida familiar. Fue así que decidieron venirse a Pergamino. Adolfo confiesa que, a pesar de no ser pergaminense, la primera inquietud fue de su esposa.

“Siempre recuerdo a un italiano de la empresa en la que trabajaba, que cuando le comuniqué mi decisión de volver a Pergamino me dijo con honestidad: ‘Esparza, la plata va y viene’. Tomé esa frase como consigna que me impulsó a venirme privilegiando la vida familiar”, confiesa.

El regreso

“Fito” estaba nuevamente en la ciudad, transitando las mismas calles, ahora más pobladas, mejor iluminadas y sin muchos de aquellos baldíos que hacían las veces de potrero. Con sus dos títulos y una vasta experiencia en empresas de porte, inició la búsqueda de una alternativa laboral en Pergamino. Y así fue que ingresó a la Cooperativa Eléctrica. “El gerente era Luis Castiglioni que ya pensaba jubilarse, así que comencé a trabajar con él y quedé como gerente cuando se retiró”, cuenta.

Cuando sintió que el ciclo en la entidad cooperativa estaba cumplido, se abocó a nuevos desafíos. “Estaba muy politizado el consejo de administración y no me sentía cómodo así que me fui”, plantea.

Ingresó a trabajar en Kehoe S.A., donde se desempeñó como gerente administrativo durante más de siete años. “Me gustaba mucho el negocio de los autos. Dejé la concesionaria en un momento en el que el panorama de la actividad era incierto porque la empresa estaba en convocatoria”, menciona.

Un rubro nuevo

Siempre abierto a nuevos aprendizajes, calificó para una búsqueda de Osde. En la filial Pergamino ocupó un cargo importante durante 15 años. Al retirarse de la prepaga, una actividad que le dejó múltiples enseñanzas, inició un camino de desarrollo profesional en forma independiente. “Al salir de Osde tuve una experiencia en Rizobacter, pero fue algo muy esporádico. En 2015 tomé la administración de Agora, también me convocaron desde la administración del Club Sirio, donde trabajo por la tarde; por la mañana voy a la librería Vidaurreta. También manejé la administración de un consorcio y trabajé un tiempo en la Cooperativa de Ayerza. Hoy atiendo la parte contable de una empresa de General Arenales, lo hago desde Pergamino”, detalla.

El deporte, una constante

A la par de la actividad profesional, siempre estuvo cerca del deporte. Estima que heredó eso de sus padres. “De chico, cuando vivía en calle San Martín nos juntábamos a jugar al fútbol en el Club Comunicaciones. Cuando nos mudamos, jugábamos en la calle o nos íbamos a un baldío que estaba en calle Carpani Costa y Rocha”.

“Durante muchos años jugué en el Club Banco Provincia y con un grupo durante 25 años jugamos todos los sábados en el predio de la Asociación Cooperativas Argentinas, junto con los empleados santiagueños que vienen a trabajar durante las campañas agrícolas”, menciona.

El Club Gimnasia

A los 9 años se asoció al Club Gimnasia y Esgrima de Pergamino. Allí aprendió a jugar al básquet de la mano del profesor Atilio Saint Julien, a quien le brinda un enrome reconocimiento por su formación deportiva y su tarea en la transmisión de valores éticos y morales. “Jugué en forma oficial en todas las divisiones del Club hasta que me fui a Buenos Aires”, cuenta y destaca que el club fue no solo el lugar de práctica deportiva sino ese espacio para el encuentro con amigos: “Allí establecí vínculos que aún perduran. Todos los días a las 19:00 la cita obligada era el club. Jugábamos al billar y nos sentábamos a mirar cómo se jugaba al ajedrez”, afirma y comenta que también jugó al handball en la Escuela N° 2 y a, voleybol en el Comercial representando a su colegio en torneos provinciales.

El pilar afectivo

Reconoce en su familia el verdadero pilar de su vida. Valora el gesto de determinación de su esposa de elegir Pergamino como un lugar para vivir y agradece la entrega y dedicación con la que no dudó en dejar su profesión de lado para convertirse en “una mamá increíble que se brindó por entero a nuestros hijos”.

En lo familiar tiene vínculos estrechos con su hermana María Magdalena, casada con José Vila, y mamá de tres hijos. También mantiene una relación de gran cariño con sus primos. “Muchos de ellos estuvieron y están presentes en momentos significativos de la vida”. En tiempos de pandemia extraña el encuentro de cada fin de semana en la quinta, ese lugar que Adolfo se dedica a cuidar y que se transforma en el espacio elegido para compartir buenos momentos.

En ese universo afectivo encuentra aquello de lo que se nutre. Se define a sí mismo como “un hombre amigable”. Pero no banaliza el término amistad.

“Mantengo amistad con integrantes de distintos grupos. Los que fuimos compañeros del secundario y de la universidad nos reunimos cada vez que podemos para compartir anécdotas de aquella época. Están también los amigos del café de los sábados, un grupo de grandes amigos que me incluyó; los del café de los domingos, los de una peña de la que participo, los del básquet con los que me junto a jugar los miércoles desde hace más de 10 años. Los del fútbol senior de Sirio Libanés”, enumera.

Al momento de hacer nombres menciona a Luis Alberto Conti, un amigo que tiene desde la escuela primaria y con el que compartió la secundaria y la facultad. “Compartimos la pensión, trabajamos juntos y somos padrinos de nuestros hijos. El en una oportunidad dijo que éramos ‘hermanos de la vida’ y hoy soy yo el que toma esa definición para describir el vínculo que nos une”. También hay otros, a los que no nombra porque “sería imperdonable omitir a alguno”. Solo refiere en el recuerdo a la familia Cúneo: “Ese fue mi segundo hogar”.

Se reconoce como “un hombre feliz”. “Hemos podido formar una familia como la que nos propusimos, eso es lo más importante de nuestra vida y la base de nuestra felicidad”, resalta.

En el último tiempo sus decisiones laborales y personales se han orientado hacia la posibilidad de tener un ritmo de vida más tranquilo. Lo ha conseguido. Vive en la Ciudad Deportiva y disfruta de rutinas sencillas. En lo personal está entusiasmado con un proyecto en el que volcó ahorros y tiempo como “un reaseguro y refuerzo de la jubilación”. Y en eso invierte su energía, agradecido y siempre abocado a conciliar, escuchar y ver el modo de conducir los problemas “hacia la solución”, un atributo que lo define.


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