Perfiles pergaminenses

Ana María Violante, una vida en la docencia con dilección hacia los más pequeños


 Ana María Violante compartió una charla telefónica con LA OPINION para trazar su Perfil (LA OPINION)

'' Ana María Violante compartió una charla telefónica con LA OPINION para trazar su Perfil. (LA OPINION)

Fue la primera directora del Jardín de Infantes del Normal, una institución entrañable a sus afectos por la que transitó gran parte de su carrera docente. También fue maestra rural y formadora de docentes. Hoy, ya retirada de la actividad y en el recuerdo de varias generaciones, su historia es testimonio de un verdadero compromiso con la infancia.


Esta sección histórica del diario también es atravesada por la pandemia, ya que nuestros entrevistados son generalmente adultos mayores que hoy, para cuidarse y cuidarnos, están respetando pautas de distanciamiento social necesarias para todos e imprescindibles para ellos. Por esta razón, la entrevista que nutre esta página en esta oportunidad ha sido producida integralmente respetando ese criterio y haciendo uso de los recursos que brinda la tecnología para acercarnos a la historia de vida de Ana María Violante, una docente jubilada que transitó gran parte de su carrera vinculada a la Escuela Normal.

La entrevista se realiza por teléfono, sin embargo eso no le quita calidez al contacto. La charla es amena y rica en vivencias. Nació en Pergamino y creció en la esquina de Florida y Rivadavia, donde su abuelo, Salvador Watfi, tenía un almacén conocido por muchos pergaminenses. Su mamá fue Sara Watfi, una modista valorada por la prolijidad de su trabajo y la puntualidad de sus entregas; y su papá, Donato Domingo Violante, apodado “Mingo”, tenía un taller de chapa y pintura.

Tuvo dos hermanos: Carlos que falleció tempranamente y Sarita, la menor. Guarda de su infancia los más lindos recuerdos, muchos de ellos asociados a las tardes eternas en la vereda, sentada en el escalón del almacén.

“Fui a la gloriosa Escuela N°16, frente a mi casa; para mí es la escuela del árbol de magnolia, siempre la recuerdo así”, sostiene y menciona que en toda la primaria faltó un solo día a clases. “Siempre me reconocían por la asistencia perfecta”, como se estilaba hasta no hace mucho.

De su infancia tiene recuerdos entrañables. Las tardes en la vereda sentada en el escalón del almacén. El secundario lo hizo en el Colegio Nuestra Señora del Huerto, de donde egresó con el título de maestra.

“A los 20 años empiezo a trabajar como auxiliar de secretaría en el Colegio Normal y desde entonces esa institución se transformó en parte esencial de mi vida y de mi trayectoria docente”, señala y comenta que ya trabajando en la escuela en paralelo cursó la carrera de Profesorado de Nivel Inicial en el Instituto de Formación Docente y Técnica N°5.

“Durante un tiempo trabajé en escuelas rurales. Esa fue una experiencia hermosísima de la que aprendí mucho. No estaba acostumbrada a trabajar en el campo y fue muy enriquecedor”, menciona. Y comenta que guarda muy buenos recuerdos de la Escuela de Ayerza: “Lo rescato no solo por la cuestión docente sino por la acción social que cumplíamos. A esa escuela concurrían muchos chicos de los hornos de ladrillo. Yo tenía un Renault 4L y pasaba a buscar a la directora, Ana Scargiale, un ser extraordinario; parábamos en un comercio que nos daba recortes de sándwiches; llegábamos a la escuela y mientras preparaban el desayuno, yo volvía a la zona de los hornos de ladrillos a buscar a los chicos y los traía a la escuela”, relata destacando el compañerismo que marcaba la tarea de esos años.

El Jardín del Normal

En el año 1972 comenzó a trabajar en el Jardín de Infantes de la Escuela Normal y de ese tiempo recuerda la época en que el nivel Inicial aún no tenía un espacio propio para funcionar. “Cuando la Escuela se mudó al edificio que ocupa actualmente, como jardín no teníamos un espacio propio sino que convivíamos con la escuela primaria de manera muy armoniosa. El Jardín no tenía dirección por lo que dependíamos de la regente de primaria. Compartíamos todo y había una gran organización”, señala.

Con el tiempo el nivel Inicial del Normal tuvo su propio espacio. Para ese momento corría el año 1981, Ana ya tenía a su cargo la dirección. Cuenta con orgullo que fue la primera directora del Jardín de Infantes de la Escuela Normal. “Cuando tuvimos el edificio en la esquina de Francia y San Martín estaba la estructura edilicia pero faltaban cosas de carpintería, mobiliario, cortinados. Trabajamos mucho con las familias y con la comunidad docente en la gestión de lo que nos faltaba”, destaca y refiere que sus compañeras de trabajo fueron “imbatibles” al momento de gestionar fondos.

Participar de esa instancia fundante de un espacio que es emblemático y de reconocido prestigio aparece entre sus mayores gratificaciones de la labor educativa. Ana lo resalta en varios momentos de la conversación y en todo momento manifiesta el compromiso de docentes, familias y del arquitecto Horacio Fascioli, que siempre trabajó desinteresadamente aportando su trabajo profesional a esa obra.

“Cuando tuvimos el Jardín, teníamos mucha demanda, no alcanzaban los lugares para ingresar inscriptos, y trabajamos mucho para hacer crecer el Jardín de Infantes, construimos nuevas salas, agrandamos el patio y fuimos armando un espacio muy querido a mis afectos”, recalca y reitera: “Todo lo hicimos con la ayuda inestimable de los padres y de los docentes”. “El Jardín era mi otra casa, fueron años de mucha responsabilidad y aprendizaje, durante bastante tiempo estuve sola sin vicedirectora y sin secretaria, pero me gustaba mucho mi trabajo y siempre me sentí muy acompañada por mis compañeras y por la comunidad cuyo compromiso era enorme”.

Formadora de docentes

A la par de su rol como directora del Jardín, Ana desplegó una nutrida tarea como formadora de docentes. “Me desempeñaba en la cátedra de Práctica de la Enseñanza en el Profesorado de Nivel Inicial. Formaba a futuras maestras. Eso fue una experiencia maravillosa que me insumió mucho tiempo y trabajo para investigar y estudiar permanentemente. Tuve que ser muy autodidacta”, relata. Y rescata las visitas realizadas con sus alumnas a distintos jardines de infantes tanto estatales como privados. “Nunca me canso de agradecer la predisposición; los directivos de los establecimientos y los docentes colaboraban y nos abrían las puertas para poder realizar las visitas, fue una tarea de la que todos nos enriquecimos mucho. Me sentía satisfecha con esa labor”, agrega.

La jubilación

Se jubiló en el año 2009 y desde entonces está lejos de la tarea docente. Aunque nunca lejos de los chicos y de las causas que la convocan para poder retribuir todo lo que a lo largo de la vida ha recibido. “Cuando me jubilé reconozco que me costó un poco alejarme de la tarea docente, pero luego aprendí a reencontrarme con otras actividades y rutinas”.

“El balance es muy positivo porque en cada cosa de la vida siempre puse el mayor empeño y si algo no salió no fue por falta de esfuerzo”, destaca.

La vida familiar

Ana se casó con Carlos Cogo, a quien conoció en una cena del Colegio Industrial a la que él asistió en su condición de exalumno. “Hace 35 años que estamos juntos”, señala y cuenta que su marido se define a sí mismo como “un jubilado ‘somicero’’”.

Tienen dos hijas: María Florencia que es licenciada en Recursos Humanos y vive en México con su pareja, un canadiense de nombre Daniel. Y María Fernanda que es terapista ocupacional, vive y ejerce su profesión en Pergamino.

Hoy su vida cotidiana es de rutinas simples. Por estos días está respetando las pautas del distanciamiento social que impone esta cuarentena. Comparte sus días con su esposo y con su perra Domitila. Disfruta de las tareas de su hogar. Y de sus tiempos. Le gusta compartir vivencias con amigas. “Los amigos se cuentan con los dedos de una mano, pero tengo mucha gente conocida. Soy bastante sociable”, refiere, mencionando que tiene una peña de los viernes que mantiene desde hace más de 30 años. “Es un grupo de mujeres, pero algunas veces compartimos esos encuentros con nuestras familias”.

Su compromiso, intacto

“Siempre me gustó hacer tareas para devolver lo mucho que recibí de la gente. Para mí trabajar con los chicos fue una experiencia extraordinaria”, resalta casi cuando la charla termina. “En un tiempo fui abuela cuentacuentos en el Jardín de Infantes San Vicente y también iba al Hospital San José a leerles cuentos y a hacer manualidades con los chicos internados. Siempre busqué el modo de estar cerca de los chicos y de divertirme con ellos”. Y comenta que actualmente integra la comisión de la Guardería San Pantaleón. “Allí asisten chicos de 45 días a 4 años, depende de la comunidad vicentina y brinda un servicio a mamás que trabajan. Yo soy secretaria de una comisión en la que trabaja gente muy comprometida. Algunas de mis compañeras se ocupan de las cuestiones contables y yo estoy abocada a otras cuestiones en una tarea que me gusta mucho. Todos buscamos que ese lugar sea una verdadera casa para los chicos. Estoy muy satisfecha de esa labor y de lo que ahí se hace”.

La tarea que realiza y todo lo que ha hecho profesionalmente a lo largo de su vida ha tenido que ver con la infancia. Con sus 74 años y un largo camino recorrido, su compromiso está intacto. Eso se percibe con solo escucharla hablar. La conversación termina con referencias que ella hace sobre su amor incondicional por Pergamino y con una reflexión sobre la educación inicial: “El jardín de infantes no es un lugar de entretenimiento, entretener o divertir son tareas que pueden hacer las madres o las abuelas. En el jardín de infantes tenemos la faz educativa, estamos trabajando con cabecitas que son muy permeables a los conocimientos y está en nosotros poder brindárselos y hacerlo de modo tal que marquen una huella positiva que luego acompañe toda su trayectoria educativa”, resalta, en una apreciación que la define en su entrega.

Y vuelve sobre su propia infancia cuando la charla concluye para acercar una anécdota en la que cuenta que ella le enseñó a leer y a escribir a su hermana Sarita, cinco años menor que ella. “Recuerdo que escribíamos en la parte de atrás de una enorme pajarera que había en el patio de mi casa. Se ve que ya estaba en mí esa vocación por la docencia, una carrera que me dio enormes satisfacciones. Me sentí muy feliz de compartir con mis compañeras y con mis alumnos, porque nunca me gustó el conocimiento en soledad, sino compartido. Hoy recojo los frutos de esa siembra porque no hay vez que no salga a la calle y alguno de mis alumnos no se acerque a saludarme con una generosidad infinita. Es cierto que en una carrera no todo es color de rosa, pero las dificultades han sido mínimas al lado de todo lo que se cosecha”.


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