Perfiles pergaminenses

Eduardo Enrique Rolandelli: una vida dedicada con pasión al campo


 Eduardo con sus 90 años a pleno en una recorrida por el campo (LA OPINION)

'' Eduardo, con sus 90 años a pleno en una recorrida por el campo. (LA OPINION)

Vive en la localidad de El Socorro, espacio que define como su lugar en el mundo. Acaba de cumplir 90 años y es un amante de la vida y se siente bendecido. Su relato está colmado de anécdotas y tiene en la voz la tranquilidad de la edad y la templanza de un camino transitado con coherencia entre su sentir y el hacer.


Eduardo Enrique Rolandelli el viernes cumplió 90 años y hoy lo celebrará junto a su familia y amigos. Bendice el transcurso del tiempo y el modo en que recibió estas nueve décadas. Su hacer ha sido coherente y sostenido y eso le ha permitido transitar el camino sin sobresaltos, siempre apoyado en sus valores. Nació en El Socorro el 15 de marzo de 1929 y allí vivió. Hace 50 años en el pueblo, antes en el campo, esa geografía que ama entrañablemente porque le permitió ser el que es. Ese es su lugar en el mundo. “Nací en El Socorro y pienso que voy a morir allí”, expresa en el comienzo de la charla. Lo dice con convicción este hombre que se define como un amante del trabajo rural y de la actividad agropecuaria a la que aún le dedica parte de su vida. Hoy en una reunión de amigos y familia está celebrando su cumpleaños y el viernes, en coincidencia con el aniversario de su natalicio recibió a LA OPINION para hacer un recorrido por su historia, contar anécdotas y simplemente agradecer a la vida, por tanto.

Es hijo de un inmigrante italiano Luiggi Rolandelli, que llegó de la Liguria, de un pueblito llamado Campore, perteneciente a la zona de La Spezia. Su mamá fue María Songini que había nacido en Argentina. Habla de su padre en la entrevista y acerca a la conversación el relato que es idéntico a la historia de tantos inmigrantes. Guarda la ingenuidad de varias anécdotas y la sabiduría que mamó desde la cuna: saber que todo se logra con sacrificio y sano esfuerzo.

“Mi padre cuando vino de Italia tenía 11 años, estuvo trabajando en una confitería en Buenos Aires, había venido con el tío, se peleó con él y se fue a Uruguay a la zona de Fray Bentos. Allí estuvo trabajando en una estancia, lo querían mucho. Después volvió a Buenos Aires y se encuentra con un primo que vivía en Conesa y lo tentó con venirse porque podía conseguir trabajo. Así llegó a esta zona, primero entre Conesa y General Rojo y después en El Socorro, al campo donde yo nací”, relata contando anécdotas escuchadas de voz de su padre. Revive una parte de niño en él cuando cuenta que su papá había dormido muchas veces a la luz de la luna tapado con un poncho que por las noches le robaban las vizcachas. “En el campo que le dieron para trabajar le habían dicho que ahí andaban fantasmas, y por las noches cuando se acostaba a dormir escuchaba ruidos en el techo y pensó que era verdad que existía la luz mala. Tomó coraje para salir y descubrió que eran dos comadrejas que se estaban peleando. Mi padre era un hombre que no tenía maldad”, agrega. Esos y otros fueron los tantos relatos que escuchó en su infancia. Esos que lo nutrieron.

Es el menor y el único que vive de cuatro hermanos (Luis, Pedro y Roberto). Su padre primero se radicó en la ciudad de Buenos Aires; tras estar en Uruguay llegó a la zona de Conesa y más tarde se estableció en El Socorro. Con los años el señor Echagüe le vendió el campo y allí de algún modo comenzó la historia familiar, porque Eduardo conserva esa tierra y la cultiva como entonces. Con el tiempo fueron adquiriendo otros campos junto a sus tres hermanos quienes lo acompañaron en la actividad rural. Y hoy con 90 años y habiéndose adaptado a todas las modificaciones que sufrieron las rutinas del campo, se dedica a atender su tierra y a guiar la toma de decisiones para el manejo de una actividad que conoce como la palma de su mano.

De su infancia recuerda cuando iba a caballo a la Escuela Nº 24, donde terminó sexto grado. “Al regresar de la escuela le daba de comer a los cerdos, aunque de chico era poco el trabajo que yo hacía”, refiere y cuenta que empezó a trabajar siendo más grande. “A los 20 años tenía gallinas ponedoras, llegué a tener 500 ponedoras blancas en el campo donde nací”.

El tractor

Con la Revolución Libertadora consiguió comprar su primer tractor. Era usado y eso le permitió ir a trabajar a otros campos. “Iba al campo de Pedro Berazategui y después me vino a buscar el vecino, don Marcos Irasusta para que le sembrara trigo con alfalfa y con ese hombre trabajé diez años”, relata.

Ese tractor fue su primera “gran inversión” para el trabajo en el campo, lo dice con una cuota de nostalgia por el pasado y mucho agradecimiento. “Lo compré con crédito bancario. Después don Marcos Irasusta compró un tractor nuevo y me lo dio para que lo asentara y más tarde me lo vendió dándome plazo para que lo pudiera pagar. Luego compré otro a través de un crédito y así llegué a tener tres tractores funcionando y trabajaba 300 ó 400 hectáreas anuales entre los dos campos”.

El modo de trabajar el campo era muy distinto al de ahora. Eduardo fue testigo de muchas transformaciones. Describe con precisión lo que representaban para la actividad rural las tareas de laboreo y las compara con lo que hoy es la siembra directa. “Se laboreaba mucho, ahora existe la siembra directa que simplificó mucho las cosas. Antes había que tener muchas herramientas para trabajar”.

Siempre se dedicó  a la actividad agropecuaria. Hubo una época que en un campo de la localidad de Mariano Benitez tenía hacienda, pero por razones de seguridad, del trabajo que daban y  por otras cuestiones, no se dedicó más a este rubro. Hoy todo lo que produce en sus campos es agricultura. Aún va todos los días, o día por medio, aunque ya no trabaja, lo da a trabajar y otra parte está alquilada.

“Actualmente sigo trabajando. Este año hice arar y yo pasé la rastra y después un muchacho hizo la siembra. Trabajo sin horario, cuando voy lo hago de mañana temprano, regreso para almorzar y vuelvo un rato a la tarde. Sigo teniendo el campo en el que nací y además pudimos comprar doscientas hectáreas más”, refiere.

Confiesa que con el transcurso de los años va teniendo “menos ganas” de hacer algunas cosas, pero reconoce que su deseo es no bajarse nunca del tractor. Con profunda emoción identifica que eso le sucede porque “el tractor me dio todo”.

“Me gusta andar y todavía voy para subirme al tractor. Pero el resto de los trabajos ya no me gusta tanto hacerlos”, agrega, recordando que siendo joven también fue herrero y trabajó un tiempo en la fábrica Garelli.

Durante treinta años manejó la cosechadora y fue el primero en conducir la cosechadora mecánica de maíz. “Hice de todo y cada una de las tareas del campo me gustaron y me gustan”.

Su familia, un tesoro

Eduardo se casó a los 29 años con Clara Serafina Draghi, hace 61 años. “Clarita” tiene 89 años, es jubilada docente y pertenece a una familia tradicional de El Socorro. Se conocieron siendo compañeros de escuela, se pusieron de novios y se casaron. Bromea con las claves de la permanencia en el matrimonio y la mira con complicidad para expresar que el respeto y el compañerismo han sido los atributos que sostuvieron a su familia. Tienen una hija María Marta -Marita como la conocen todos- tiene 55 años y es docente del Colegio Maristas y la Escuela Nº 11 del barrio Otero. Está casada con Carlos Kihn, docente del Colegio Marista. Tiene dos nietos Fausto (fallecido hace 9 años); y Facundo, ingeniero civil, que vive en la ciudad de Reconquista y está casado con Claudiana Suligoy, contadora. Ellos le han dado a su primera bisnieta: Guadalupe de 16 meses. Muestra una foto de esa beba preciosa que se ha convertido en motivo de alegría y disfrute para toda la familia. 

Fiel a sus orígenes, Eduardo es un hombre que rinde culto a la vida familiar y valora la importancia de los afectos en la vida de las personas. Ve en su nieto la promesa de que sea quien pueda “tomar la posta”.

Su lugar en el mundo

El Socorro, es su “lugar en el mundo”, no le gusta dejar su casa, tampoco le gusta salir mucho. Su mayor disfrute es todo lo relacionado con la actividad agropecuaria. Le resulta un placer visitar muestras y exposiciones. “En estos días fui a Expoagro, me acompañó mi yerno. Cuando voy me gusta recorrer y mirar todo, principalmente las herramientas y la tecnología que se usa en el campo”.

A los 88 años, se dio el gusto de comprar una camioneta 0 kms. “Fue algo que siempre quise hacer y lo logré. Fue un sueño que pude concretar”.

Sus rutinas en el pueblo son sencillas, hace mandados, escucha radio y los domingos prepara un asadito para recibir a la familia, lee los diarios, visita algún que otro amigo y le gusta contar anécdotas o recordar viejos tiempos. Lamenta que muchos de los vecinos de antes “ya no están” y se lleva bien con los que han llegado al pueblo con el transcurso de los años. En el campo le queda un vecino de toda la vida, Alfredo Domansich que lo acompañará hoy en la celebración de su cumpleaños.

Tiene una memoria increíble. Le gusta escuchar música de su época: rancheras, pasodobles, vals y folklore. Es fanático de River Plate, recordando siempre detalles de “La Máquina”, conoce a la perfección toda su historia. Otro de sus amores en el ámbito del deporte es el automovilismo, y en sus conversaciones siempre tiene lugar para recrear la  historia de Manuel Fangio.

Siempre proyectando

“La verdad es que yo nunca me imaginé llegar a cumplir 90 años. Igual yo no pienso nunca en la edad, ocupo el tiempo en las cosas que tengo que hacer y siempre estoy proyectando”, sostiene. Eso lo mantiene activo. Afirma agradecido que tuvo la vida que soñó: “Yo siempre quise comprar campo y pude hacerlo, casi que no me queda nada pendiente porque quería tener una camioneta nueva y la tengo desde el año pasado. Solo hay que seguir trabajando para mantener el campo que no es algo que se pueda abandonar porque se pierde”.

Aunque con mucha colaboración de su familia, con sus 90 años y una lucidez envidiable, Eduardo sigue tomando todas las decisiones. “Mi hija, mi yerno y el nieto me dan una mano y se ocupan de muchas cosas”, resalta sintiéndose acompañado.

“Yo siempre les digo que los voy a acompañar y a guiar, mientras pueda; pero no sé cuándo me van a venir a buscar desde allá arriba”, dice con la sabiduría de haber vivido plenamente.

Todo lo que sabe se lo enseñó “el estar en el campo. Algunas cosas las aprendí de mi padre, de verlo hacer y muchas otras las aprendí yo mismo de andar trabajando”, destaca y con humildad reflexiona: “El agricultor que te diga ‘me vas a enseñar a mí, yo sé todo’ ese es el que menos sabe porque siempre aparece algo distinto en la tierra. Nunca una cosecha es igual que la otra. A la parcela hay que estudiarla mucho, saber en qué rincón qué cultivo viene mejor”. Ese conocimiento  se lo ha dado la observación minuciosa, la dedicación constante y la perseverancia esa que es propia de los hombres del campo.


Otros de esta sección...
BuscaLo Clasificados de Pergamino y su región
Buscar en Archivo
Tapa del día
00:00
15:42
Errores:  0
Pistas:  38

Tu mejor tiempo:
12:07
Registrate o Ingresá para poder guardar tus mejores tiempos.

Nueva Partida
1 2 3 4 5 6 7 8 9
Editorial
Funebres
Perfiles Pergaminenses
Lejos del pago
Farmacias de turno

LO MÁS LEÍDO